La sangre y la letra
Lleg¨® a su bungal¨® a las seis, deshizo la maleta, subi¨® a su dormitorio y se dej¨® caer en la cama. Despu¨¦s de toda una madrugada conduciendo, estaba cansado y ten¨ªa sue?o, pero no lo concili¨®. As¨ª es que volvi¨® a la planta baja, entr¨® en la cocina y se prepar¨® una cafetera bien cargada. Se la llev¨® al peque?o jard¨ªn y se sirvi¨® una taza tras otra. Sabore¨® el caf¨¦ ritualmente, como sol¨ªa hacerlo cuando dispon¨ªa de sosiego, y encendi¨® un cigarrillo. Luego, reg¨® las plantas, aunque el jardinero de la urbanizaci¨®n las manten¨ªa erguidas y frescas, a pesar del intenso calor. Se meti¨® en la ducha, se puso el ba?ador, tom¨® un libro casi al azar y se dirigi¨® a la piscina. A¨²n no eran las diez. Sobre el c¨¦sped, bajo los pinos, una mujer joven y excitante, permanec¨ªa con los ojos cerrados, mientras un ni?o de unos ocho o nueve a?os, deshojaba impunemente un hermoso cerezo ornamental. Cuando se cans¨®, se acerc¨® a la excitante mujer, la llam¨® mam¨¢ y le pidi¨® algo con insistencia, sin que ella le prestara la menor atenci¨®n. Entonces el ni?o rompi¨® a llorar, mientras arrancaba el c¨¦sped a pu?ados. A las diez y media, la excitante mujer, se puso en pie y, en todo su esplendor, entro en su bungal¨®, que estaba apenas a unos metros. Poco despu¨¦s, el jardinero la sigui¨®, sin demasiado disimulo. ?l mir¨® al ni?o, que ni siquiera se hab¨ªa percatado, y sonri¨®: nada nuevo. Record¨® a D.H Lawrence, y se acerc¨® al borde de la piscina donde chapoteaba el ni?o, por si acaso. Durante los siguientes tres d¨ªas, se repitieron aquellos encuentros. Al cuarto, la excitante mujer lleg¨® a la piscina con su marido: un hombre corpulento, sudoroso y de voz recia e imperiosa. Cuando vio a su hijo deshojando el cerezo, lo cogi¨® de una oreja y casi en vilo lo encerr¨® en su bungal¨®, despu¨¦s de sacudirle varios azotes. En algunos hogares, adem¨¢s de otros furtivos visitantes, la letra sigue entrando con sangre y se practica el castigo f¨ªsico con los menores, a quienes apenas s¨ª se les escucha. La ONU ha pedido a Espa?a que proh¨ªba tanta violencia. Pero ni a la mujer, ni al marido, ni al jardinero -tal como a Bush- la ONU les toca nada.
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