Una trampa de humo y fuego en el Rinc¨®n del Jaral
Expertos forestales, amigos de las v¨ªctimas y vecinos de la zona del siniestro visitan el punto donde los 11 miembros del ret¨¦n perdieron la vida al quedar atrapados en el incendio
Aquella tarde del domingo, el ingeniero Pedro Almansilla y su equipo ven¨ªan de realizar las labores cotidianas de limpieza de monte en esta comarca de los pinares del ducado de Medinaceli, que congrega a 18 pueblos. No les hab¨ªa dado tiempo a comer cuando les llamaron de urgencia para que fuesen a extinguir el incendio que en esos momentos acosaba los pueblos de Santa Mar¨ªa del Espino, Ciruelos del Pinar y Riba de Saelices, el lugar en el que empez¨® todo. Se equiparon y llegaron, pasado el mediod¨ªa, a la plaza de Santa Mar¨ªa, donde los vecinos estaban revolucionados porque el fuego avanzaba r¨¢pidamente hacia el pueblo. Deb¨ªa estar a dos o tres kil¨®metros entonces.
El propio Pedro habl¨® con ?scar Gal¨¢n, el alcalde de Santa Mar¨ªa, para conocer la situaci¨®n. Y ?scar, que hoy a¨²n lo lamenta, le explic¨® que avanzaba hacia el alto del Rinc¨®n del Jaral, a escasos kil¨®metros del pueblo. Es una hondonada entre dos colinas (el alto del Rinc¨®n y el de Vigorra) plagada de jaras y salpicada de pinos. Hoy es un inmenso desierto de carb¨®n, todav¨ªa caliente, con cinco veh¨ªculos calcinados en distintos sitios.
"Ellos sab¨ªan bien lo que hac¨ªan", explica un compa?ero de ret¨¦n de los fallecidos
"El incendio avanzaba desde el noroeste hac¨ªa el este a toda velocidad. Les dijimos que la cosa estaba muy mala y que mejor no avanzaran hasta el alto de Vigorra porque a lo mejor no pod¨ªan dar la vuelta", dice Santi, uno de los vecinos de Santa Mar¨ªa que estaba en el lugar cuando lleg¨® el ret¨¦n.
Pero quiz¨¢ a Pedro, veterano ingeniero forestal con 35 a?os de experiencia, amante a ultranza de la naturaleza -"era de los que se abrazaba a los ¨¢rboles, literalmente"-, le pudo m¨¢s el coraz¨®n que la cabeza. Y cruz¨® la senda, de aproximadamente un kil¨®metro, que separa una colina de otra.
"Es un sitio seguro para atacar. Es un alto. Y el fuego siempre que sube lo hace con fuerza pero pierde mucha en la bajada y es m¨¢s controlable. Ellos sab¨ªan bien lo que hac¨ªan", explica uno de sus compa?eros de ret¨¦n que prefiere no dar su nombre y que trabaj¨® con todos ellos durante cuatro a?os antes de convertirse en bombero. "La ¨²nica explicaci¨®n que tiene esto es que la velocidad del fuego les sorprendiera. Un incendio normal avanza en vertical pero, f¨ªjate en los ¨¢rboles, la parte quemada marca una l¨ªnea oblicua perfecta con el suelo. El fuego iba de abajo arriba en ese sentido, o sea, muy r¨¢pido y por abajo", detalla.
En el alto de Vigorra, la segunda loma, est¨¢n todav¨ªa los dos camiones autobomba. El nodriza, con unos 9.000 litros de agua, en el punto m¨¢s alto. La cabina est¨¢ calcinada, pero la parte trasera est¨¢ intacta. Las mangueras desplegadas: estaban trabajando. En ese veh¨ªculo iban supuestamente dos personas, el conductor y la ¨²nica mujer, que llevaba poco tiempo en el ret¨¦n.
En un peque?o barranco estaba el otro autobomba (3.500 litros). Supuestamente, y seg¨²n vecinos conocedores del lugar, fue ah¨ª donde pudo producirse un efecto chimenea. "Es decir, el lugar por el que el humo, que ven¨ªa encajonado en el barranco y que siempre tiende a ir hacia arriba, encontr¨® la salida. En cinco minutos estaba todo negro", cuenta Lorenzo Ruiz, de 56 a?os y vecino de Santa Mar¨ªa del Espino. "Los vi bajar y ya no les volv¨ª a ver. Lo siguiente fueron cuatro explosiones y huir. Aquello era incontrolable", dice.
En el cami¨®n embarrancado estaba el ¨²nico superviviente, Jes¨²s Abad. Quiz¨¢ el barranco le salv¨® la vida. El cami¨®n cay¨® de forma que dej¨® un hueco entre el asiento del conductor y el suelo en el que pod¨ªa haber ox¨ªgeno si el humo iba hacia arriba. Y la tapa de la autobomba se rompi¨® y verti¨® el agua. Cuando pudo, sali¨®.
En la hondonada, est¨¢n los dos todoterreno. El primero es el de Pedro, que como ingeniero debe ir delante para estudiar el terreno y tomar las decisiones. Se han derretido hasta los cristales. En el segundo, Alberto Cemill¨¢n, guarda forestal, con otras dos personas. "Una de dos, o dejaron los veh¨ªculos en posici¨®n de salida como corresponde. O estaban tratando de escapar por el camino de vuelta", explica su antiguo compa?ero. En el suelo, a¨²n pueden verse las huellas de los cuerpos. Las hebillas, los botones, la boquillas de las cantimploras, un reloj... all¨ª, donde cayeron impotentes.
El ¨²ltimo veh¨ªculo, en el que deb¨ªan ir otras cinco personas, se sali¨® de la senda y se estrell¨® contra una pared de piedras. Y all¨ª sigue calcinado. Sus huellas van en el sentido que llevaba el fuego, como huyendo de ¨¦l. "Tuvieron que ver que los coches de Pedro y de Alberto eran pasto de las llamas y buscaron una v¨ªa alternativa huyendo del fuego. Y el humo les encerr¨®", dice Lorenzo.
Lo ¨²nico claro es que el Rinc¨®n del Jaral se convirti¨® en una trampa mortal. Esa inofensiva hondonada plagada de jaras con una senda que une los dos altos se ali¨® con el fuego y ¨¦ste, a su vez, con el fuerte viento que soplaba aquella tarde. El viento fue el factor determinante en esta tragedia, seg¨²n los expertos. Acab¨® con todo en minutos. Visto y no visto. Del Rinc¨®n del Jaral, pese a lo duras que son las jaras, no ha quedado nada. Ni sus ra¨ªces.
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