Los nacionalismos se tocan
Los nacionalismos, como los extremos, se tocan. Ahora que la izquierda ha empezado a abandonar el prejuicio como forma de aproximaci¨®n a la realidad, quedan los nacionalismos siempre dispuestos a convertir en fundamental la oposici¨®n entre nosotros y los otros. Se re¨ªan de los que presentaban a la lucha de clases como motor de la historia. No es un motor menos simplista el suyo: la uni¨®n de la familia, reservado el derecho de admisi¨®n, contra el vecino, porque nada provoca m¨¢s resentimiento que las peque?as diferencias, cuya psicopatolog¨ªa describi¨® Freud. Es decir, como m¨¢s cercanos y m¨¢s parecidos, m¨¢s enemigos.
Converg¨¨ncia, con el acompa?amiento de una Uni¨® en posici¨®n muy discreta, ante la sensaci¨®n de estar condenada a votar el Estatuto catal¨¢n que ella no ha liderado por no cargar con la culpa del fracaso, dif¨ªcil de justificar para un partido nacionalista, nos est¨¢ obsequiando con todo el muestrario de su tradicional prejuicio, hasta conducir las cosas a una situaci¨®n apor¨¦tica. Los intelectuales org¨¢nicos del espacio nacionalista conservador ya han decretado que este Estatuto, el que salga, ser¨¢ insuficiente y poco ambicioso. Por tanto, pr¨¢cticamente in¨²til. Y lo ha decretado conforme a un razonamiento muy simple: un estatuto que sea aprobado en el Parlamento espa?ol nunca puede ser un buen estatuto para Catalu?a porque para los espa?oles cualquier cosa que sea buena para los catalanes es mala para ellos. As¨ª de rudimentario -en el sentido m¨¢s genuino de la palabra- es el argumento, como si todav¨ªa estuvi¨¦ramos en la pelea entre tribus. Pero, efectivamente, a partir de este razonamiento no hay salida. ?Qu¨¦ se puede hacer? O un estatuto muy ambicioso, que rompa el techo constitucional, y que, por tanto, se estrelle en el Parlamento espa?ol. Y ya se ha visto c¨®mo le ha ido a Ibarretxe. O nada, porque para tener un estatuto aprobado por los espa?oles mejor no tener ninguno. O sea que en los dos casos la conclusi¨®n es la misma: no es deseable un nuevo estatuto para Catalu?a.
Curiosamente, ¨¦sta es la misma aspiraci¨®n del nacionalismo espa?ol. Invirtiendo el razonamiento, se puede decir que el PP es partidario de rechazar cualquier estatuto que venga del Parlamento catal¨¢n porque si es bueno para los catalanes seguro que es malo para los espa?oles. Y esta maldad se escenifica con palabras mayores como desmantelamiento del Estado o liquidaci¨®n de Espa?a. O sea que los nacionalismos se tocan: a CiU le gustar¨ªa ver que el Estatuto fuera rechazado por el Parlamento espa?ol porque esto demostrar¨ªa que todos los partidos espa?oles son iguales y cargar¨ªa la responsabilidad del fracaso en las espaldas de los socialistas, y al PP le gustar¨ªa que Maragall se marchara con la cabeza gacha como Ibarretxe para salvar la amenazad¨ªsima unidad de la patria.
?Cu¨¢l es entonces la alternativa que ofrece el nacionalismo catal¨¢n? Es cierto que a los nacionalistas conservadores les han ocurrido dos tragedias que no estaban previstas: una, que perdieron el Gobierno que cre¨ªan que, por razones tel¨²ricas que s¨®lo el nacionalismo entiende, les pertenec¨ªa a ellos en exclusiva; otra, que sus sucesores han intentado lo que ellos no hicieron en 23 a?os: plantear un nuevo estatuto. Ambas cosas les deber¨ªan servir para entender que el pa¨ªs es m¨¢s complejo de lo que ellos se imaginan y que nadie tiene el monopolio de ninguna naci¨®n. Sin embargo, despu¨¦s de sufrir estos dos accidentes: ?qu¨¦ ofrecen frente al Estatuto? Seguir alimentando la idea de la incompatibilidad entre Catalu?a y Espa?a. Seguir explicando que si las cosas no van como deber¨ªan ir es porque desde Espa?a no se nos deja, manteniendo de este modo la ilusi¨®n virtual de un autogobierno de primera clase, con la ventaja de no tener que someterla nunca al test de la realidad. Y seguir creando un pa¨ªs de ficci¨®n. No para conseguir que este pa¨ªs pase de la potencia de naci¨®n al acto de estado, sino para poder seguir gobernando ellos. Antes, a esta estrategia se le llamaba gradualismo. Una larga espera, sin final preciso, durante la cual ir consiguiendo peque?as mejoras, negociaci¨®n a negociaci¨®n. ?sta era la imagen del pujolismo. Pero, cuando Pujol se ha ido, s¨®lo ha quedado el inmovilismo del que quiere ser m¨¢s radical que nadie. Y el radicalismo, a menudo, es una forma de impotencia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Partidos nacionalistas
- VII Legislatura Catalu?a
- Opini¨®n
- Reformas estatutarias
- Gobierno auton¨®mico
- Comunidades aut¨®nomas
- Parlamentos auton¨®micos
- Estatutos Autonom¨ªa
- Generalitat Catalu?a
- Administraci¨®n auton¨®mica
- Catalu?a
- Actividad legislativa
- Pol¨ªtica auton¨®mica
- Parlamento
- Partidos pol¨ªticos
- Espa?a
- Administraci¨®n p¨²blica
- Pol¨ªtica
- Estatutos
- Normativa jur¨ªdica
- Legislaci¨®n
- Justicia