Inocente pero oscuro
Leo frases de odio contra el enemigo; ser¨¢n las mismas que el enemigo dir¨¢ contra nosotros. Esto es una guerra. Por fin tenemos enemigos y podemos expresarnos con sa?a. Nuestra sociedad hab¨ªa perdido el estimulante del odio desde que acab¨® el comunismo -si se ha acabado- y el Tercer Mundo aparec¨ªa como un inocente al que deber¨ªamos ayudar. Desde Bush es distinto. Bush, Aznar, Blair, y sus lexic¨®logos, han dotado la eterna lucha de clases de un vocabulario duro: y de armas magistrales, doctorales. ?sos quieren quitarnos lo que hemos acumulado. En el XIX, en el XX, dec¨ªamos que la acumulaci¨®n se deb¨ªa a nuestra mayor capacidad intelectual, a nuestra posesi¨®n de la verdad, al verdadero Dios, a que ¨¦ramos la punta de lanza de la evoluci¨®n. Un d¨ªa no lo pudimos sostener: renegamos del racismo para acabar con Hitler, aceptamos la ideolog¨ªa de la igualdad pero no la pr¨¢ctica. A¨²n hoy no es lo mismo ser negro que blanco, mujer que hombre, ni?o que adulto, pobre que rico. Oscuro era el brasile?o que corr¨ªa para no perder el metro en Londres, tan oscuro como un paquistan¨ª, y un par de hombres de Scotland Yard le tumbaron y aferraron; otros tres le dispararon cinco balazos en la cabeza. Era inocente. Pero ?se puede decir de alguien que es inocente y oscuro? Los detectives no hicieron m¨¢s que seguir sabias instrucciones del ministro del Interior: disparar a matar, pero s¨®lo a la cabeza; si se le da en el cuerpo, puede llevar un chaleco de dinamita que mate a los agentes. Y a otros inocentes -si es que hay inocentes- pr¨®ximos.
Alguien recuerda que la polic¨ªa inglesa no lleva armas: antes, el policeman iba desarmado pero protegido por una horca invisible que matar¨ªa al que atentara contra ellos. Por eso, a veces, ten¨ªa que trabajar el Ej¨¦rcito. En la calle de Sidney, Londres, 1911, se hicieron fuertes unos letones, de los much¨ªsimos que hab¨ªa exiliados. La polic¨ªa los cerc¨®, avis¨® al ministro del Interior y ¨¦ste apel¨® al Ej¨¦rcito. Llegaron los soldados y el ministro. De frac, sombrero de copa, fular de seda blanco: dirigi¨® los ca?ones, orden¨® el fuego y mat¨® al grupo anarquista anticomunista de Pedro el Pintor, o Pedro el Let¨®n. El ministro era Winston Churchill. Dimiti¨® porque los diarios populares denunciaron su brutalidad. Le hicieron ministro de Marina. Y un par de errores graves m¨¢s le llevaron a primer ministro. Ya es un h¨¦roe mundial, eliminados sus socios: Roosevelt, sospechoso de socialista; Stalin, cargado de cr¨ªmenes.
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