El equipaje

Ahora que es temporada de hacer la maleta, conviene recordar, aun cuando sea de forma aleatoria y arbitraria, algunos equipajes ilustres, para tenerlos de referencia a la hora de hacer el propio, y para no pasar por alto que la personalidad se refleja en la cantidad y en la naturaleza de las cosas que carga uno cuando viaja. Desterremos, para empezar, el t¨®pico de que lo mejor es "viajar ligero", o su contrario: que aquel que viaja cargando demasiadas cosas es un prisionero de sus apegos materiales.

El poeta chileno Vicente Huidobro, autor de Altazor, una de las cimas de la poes¨ªa en castellano, viaj¨® a Espa?a en barco con su mujer, sus dos hijos, la nana, una decena de ba¨²les y una vaca, viva y gorda, para que sus ni?os tuvieran leche fresca durante el trayecto. Nada se sabe del destino de esa vaca, aunque hay quien especula que bajaron a tierra con ella en el puerto de Santa Mar¨ªa y que la subieron a un cami¨®n rumbo a Madrid y que despu¨¦s vivi¨® durante meses con ellos en una habitaci¨®n del piso que ten¨ªan alquilado en el paseo de la Castellana. El padre del poeta Czeslaw Milosz ten¨ªa una idea del equipaje parecida a la del poeta chileno: cuando llevaba a sus hijos de vacaciones en verano coronaba el mont¨®n de maletas que cargaba en el techo del coche con una cabra, viva, aterrada y flaca, que diera leche.

Vicente Huidobro viajaba con una vaca, Dr¨¢cula con sus ata¨²des, y Mannan¨¢n mac Lir con una maleta capaz de contenerlo todo

En cambio, el conde Dr¨¢cula, movido por intereses que iban m¨¢s all¨¢ de la simple alimentaci¨®n, hizo un viaje en barco rodeado por su equipaje, que estaba compuesto de varias decenas de ata¨²des llenos de tierra, para no extra?ar demasiado su natal Transilvania y tambi¨¦n para confundir a los aduaneros porque ¨¦l iba dentro de uno de los ata¨²des. Este detalle ha hecho del famoso conde un revolucionario del equipaje, que opaca ligeramente a la vaca de Huidobro y a la cabra de Milosz, porque no s¨®lo llevaba consigo varios metros c¨²bicos de tierra de Transilvania, que eran en rigor un pedazo de su patria, sino que tambi¨¦n era ¨¦l mismo parte del equipaje; como aquel personaje polaco de la pel¨ªcula Blanco, del director Kieslowsky, que se met¨ªa en una maleta para viajar en el compartimento de carga de un avi¨®n, o como aquella cubana, no de pel¨ªcula sino de la vida real, que para escapar de Cuba, luego de intentarlo en una balsa y en un Buick del a?o cincuenta y seis reconvertido en lancha, se meti¨® en una caja de Federal Express y pidi¨® a un amigo que la enviara por mensajer¨ªa a Miami.

En esta lista aleatoria de equipajes ilustres, puede verse c¨®mo de Dr¨¢cula a la cubana de la mensajer¨ªa va desapareciendo el viajero y lo que queda es el puro equipaje; justamente lo contrario de lo que suced¨ªa a Josep Pla, que era el puro viajero con el equipaje m¨ªnimo de un cuaderno y un bol¨ªgrafo para apuntar ideas, reflexiones y experiencias.

Entre los equipajes voluminosos y los ligeros, hay dos que son las dos cosas, son aparentemente ligeros pero en realidad son m¨¢s voluminosos que los ata¨²des de Dr¨¢cula y que la vaca chilena que acab¨® sus d¨ªas asfixiada al tragarse una radio de transistores en el paseo de la Castellana. El primero es el equipaje de Gulliver, que, cuando regres¨® a su casa despu¨¦s del periplo que le invent¨® Jonathan Swift, baj¨® del barco muy ligero, con una mano atr¨¢s y otra en la frente; nadie sospechaba que el equipaje de aquel viajero era un barrio completo de la isla de Liliput, que cargaba en los bolsillos: 4 soldaditos que no paraban de hablar, y 6 vacas y 12 caballitos que cab¨ªan en la palma de la mano. Gulliver regres¨® a Inglaterra, pero Swift concibi¨® su historia acodado en el malec¨®n del puerto de D¨²n Laghoire, en Dubl¨ªn, frente al mar de Irlanda.

De aquel mar viene el mejor equipaje de todos, el m¨¢s ilustre y convincente, que era el que cargaba en su maleta Manann¨¢n mac Lir, un mago irland¨¦s, parecido a Neptuno, que cabalgaba sobre las olas montado en un caballo blanco y que resolv¨ªa cualquier conflicto produciendo un banco de niebla dentro del cual todo desaparec¨ªa; mac Lir no resolv¨ªa los problemas, los disolv¨ªa. En alg¨²n momento de su larga vida aquel mago vio morir a A¨ªfe, una guerrera celta que ten¨ªa el grado de chieftainess y que pas¨® sus ¨²ltimos a?os en el mar, en el reino de mac Lir.

He comprimido al m¨¢ximo este cap¨ªtulo de la mitolog¨ªa celta para no agobiarles, apreciados lectores. Lo ilustre de este equipaje empieza por la maleta que lo conten¨ªa, que estaba fabricada con la piel de A¨ªfe, un noble y misterioso material que era capaz de contenerlo todo, as¨ª que mac Lir cargaba ah¨ª su equipaje, que eran sus grandes tesoros: su cuchillo y su camisa de gala, las tijeras del rey de Escocia, el casco del rey de Lochlainn, los huesos del cerdo de Assal y los de la Gran Ballena. A aquella maleta misteriosa le cab¨ªa todo y, de haber querido, Manann¨¢n mac Lir hubiera podido incluir en su equipaje, en esa maleta fabricada con la noble piel de la tambi¨¦n noble Aif¨¦, los ba¨²les y la vaca de los Huidobro m¨¢s la cabra de los Milosz, Dr¨¢cula y sus ata¨²des, los viajes de Gulliver y la cubana que se envi¨® a Miami por mensajer¨ªa.