Londres: otros tiempos dif¨ªciles
Bombas, fuego, explosiones en los transportes p¨²blicos, sangre, dolor y muerte, han clavado sus siniestras garras sobre la poblaci¨®n de Londres, al igual que ocurri¨® con la poblaci¨®n de Madrid y la de Nueva York, y, al igual que ocurri¨® tambi¨¦n con Londres hace hoy m¨¢s de sesenta a?os, durante la Segunda Guerra Mundial. Merry England, la Dulce Inglaterra, ha vuelto a ser objeto del fanatismo y la barbarie desplegados por los enemigos de la civilizaci¨®n. Un fundamentalismo de nuevo cu?o amenaza de nuevo las libertades en Europa sembrando el terror y la desmoralizaci¨®n. Cuando cunde el miedo, cuando el des¨¢nimo y la perplejidad atenazan a poblaciones indefensas, se abre ante nosotros un futuro amenazador, por lo que conviene no desechar el recurso a rememorar el pasado. Cuando la perspectiva de futuro se ve bloqueada conviene avivar la memoria colectiva, es decir, salir al encuentro de la historia.
Durante el a?o 1942, John Maynard Keynes y William Beveridge compartieron en Londres, bajo la permanente amenaza entonces de los bombardeos de la aviaci¨®n nazi sobre la poblaci¨®n civil, sucesivas reuniones de trabajo. ?Cu¨¢l era el motivo de sus discusiones y de sus desvelos? No se trataba de ning¨²n secreto de Estado, aunque entonces la Segunda Guerra Mundial marcaba la agenda de los Gobiernos, y especialmente la del brit¨¢nico, pues Inglaterra, pr¨¢cticamente en solitario, hab¨ªa dado un paso decisivo para hacer frente al totalitarismo del Tercer Reich en defensa de la libertad y de la democracia. Los papeles que se intercambiaban Keynes y Beveridge, envueltos en sirenas de alarma y el ir y venir de las ambulancias y de los coches de bomberos, no eran otra cosa que propuestas y an¨¢lisis relacionados con el famoso Informe Beveridge, que fue presentado al Parlamento a finales de noviembre de 1942.
La guerra contra el totalitarismo nazi obligaba a orquestar los esfuerzos de toda la sociedad, y para simbolizar esta situaci¨®n de emergencia, el propio Winston Churchill no dud¨® en invitar a los socialistas a formar parte de un Gobierno de coalici¨®n. En mayo de 1940, Attlee, Bevin, Greenwood, Dalton y otras figuras emblem¨¢ticas del laborismo ingl¨¦s hab¨ªan asumido sin pesta?ear importantes responsabilidades de gobierno. Bevin pas¨® a desempe?ar el Ministerio de Trabajo, y Arthur Greenwood, que hab¨ªa llevado la cartera de Sanidad durante el segundo Gobierno laborista, es decir, coincidiendo con la Gran Depresi¨®n, era uno de los miembros del Gabinete de Guerra y el encargado de planificar medidas sociales propias de una sociedad civilizada.
El 10 de junio de 1941, Arthur Greenwood anunci¨® en el Parlamento la creaci¨®n de una comisi¨®n para supervisar los seguros sociales, el Comit¨¦ Interdepartamental para la Seguridad Social y Servicios Aliados, que ¨¦l mismo pas¨® a presidir y al que muy pronto se incorpor¨® como coordinador William Beveridge. Beveridge, desde hac¨ªa algunos a?os, hab¨ªa dejado la direcci¨®n de la prestigiosa London School of Economics, en donde acogi¨® a intelectuales exilados que hu¨ªan de la barbarie totalitaria instalada en Alemania, para incorporarse como profesor de la Universidad de Oxford, y asumi¨® las funciones de coordinaci¨®n que le encomend¨® el Gobierno con la seriedad y dedicaci¨®n acostumbradas. Los tres principales pilares del plan eran el pleno empleo, la creaci¨®n del Servicio Nacional de Salud y la universalizaci¨®n de las ayudas familiares.
En marzo de 1942, Beveridge envi¨® a Keynes el primer borrador del plan, pues le preocupaba especialmente el problema de la financiaci¨®n, que requer¨ªa el parecer de un economista experimentado. El 24 de marzo, en el lunch que ambos compartieron en el Athenaeum and Gargoyle Club, J. M. Keynes mostr¨® su entusiasmo por el planteamiento general de la reforma social emprendida, que consideraba acorde con sus propias propuestas econ¨®micas formuladas en la Teor¨ªa general. Ambos economistas optaron por impulsar el proyecto mediante la creaci¨®n de un comit¨¦ que estudiase las implicaciones econ¨®micas de la propuesta de Beveridge. El comit¨¦ estar¨ªa formado por el propio Keynes, el catedr¨¢tico de Econom¨ªa Lionel Robbins y por sir George Epps en representaci¨®n del Gobierno. Al incorporar a Robbins, Keynes no s¨®lo ganaba un aliado para las pol¨ªticas sociales: romp¨ªa a la vez la estrecha alianza de hierro que durante a?os hab¨ªan mantenido Lionel Robbins y Friedrich Hayek, los dos grandes economistas abanderados en Inglaterra del laissez-faire. El comit¨¦ se reuni¨® tres veces con Beveridge en agosto de 1942, y en el mes de octubre la redacci¨®n del Informe estaba pr¨¢cticamente finalizada. "El esquema propuesto", escrib¨ªa Beveridge en el Informe, "es en cierto sentido una revoluci¨®n, pero en otro sentido m¨¢s importante a¨²n constituye un desarrollo que emana del pasado. Es una revoluci¨®n inglesa".
No era f¨¢cil poner de acuerdo a conservadores y socialistas con un proyecto de solidaridad de esta envergadura y era necesario hacer equilibrios para contentar a todos. El radical socialista Harold Laski reclamaba para los laboristas the road to power, mientras que la prensa conservadora defini¨® el Informe como the road to moral ruin. El le¨®n conservador Winston Churchill comparaba la propuesta con un cuento de hadas. Sin embargo, la poblaci¨®n inglesa recibi¨® el Informe Beveridge con un encendido entusiasmo que result¨® contagioso y hasta cierto punto imparable. El Gobierno imprimi¨® 650.000 copias, que circularon suscitando animados debates y la conciencia de los ciudadanos de estar luchando por un mundo mejor dio ¨¢nimos a una poblaci¨®n asediada por la muerte, los incendios y la devastaci¨®n provocados por las bombas alemanas. El Estado social y democr¨¢tico de derecho, avalado por la ciudadan¨ªa, asum¨ªa un compromiso inequ¨ªvoco con la justicia social que encendi¨® de nuevo el fuego sagrado de los ideales democr¨¢ticos. En noviembre de 1942 los aliados hab¨ªan desembarcado en ?frica y en enero de 1943 se rend¨ªa en Stalingrado el Sexto Ej¨¦rcito alem¨¢n. La derrota del nacionalsocialismo estaba ahora m¨¢s cerca. Los pilares para el Estado social keynesiano se levantaron en tiempos dif¨ªciles de sufrimiento y dolor, tiempos en los que proliferaban, como en la actualidad, los cr¨ªmenes contra la humanidad.
En 1944 se hizo p¨²blico el Libro Blanco de la pol¨ªtica de empleo, tambi¨¦n apoyado por Key-nes, quien en unas observaciones dirigidas al canciller del Tesoro escrib¨ªa: "Una pol¨ªtica progresista de empleo es no s¨®lo perfectamente compatible con el equilibrio presupuestario; a¨²n m¨¢s, es de hecho el mejor modo de asegurar el equilibrio presupuestario". En ese mismo a?o Beveridge escribi¨® Pleno empleo en una sociedad libre, que se public¨® en diciembre de 1944. Cuando, contra todo pron¨®stico, la victoria laborista de las elecciones que tuvieron lugar en 1945 se aproximaba, un economista austriaco nacionalizado en Inglaterra, Friedrich Hayek, publicaba el programa electoral del Partido Conservador: Camino de servidumbre. El libro se convirti¨® entonces, hasta la actualidad, en la vulgata del individualismo ego¨ªsta, en el manifiesto por excelencia del neoliberalismo. En una carta de Keynes a Hayek (28 de junio de 1944) le escrib¨ªa: "Una planificaci¨®n moderada se mantendr¨¢ si aquellos encargados de desarrollarla mantienen su mente y sus corazones correctamente orientados en funci¨®n de su propia posici¨®n moral. De lo que yo te acuso es de que muy posiblemente confundes un poco la moral con los negocios". Hayek nunca asumi¨® la observaci¨®n de Keynes. Sin embargo, tanto entonces como en nuestro tiempo, para todos los partidarios de la reforma social, la cuesti¨®n palpitante fue, y sigue siendo, la de c¨®mo lograr supeditar en nuestras sociedades europeas, pero tambi¨¦n a escala mundial, el libre juego de los negocios privados a los dictados de la moral y de la justicia.
Libertad, trabajo, igualdad, planificaci¨®n concertada, cooperaci¨®n y solidaridad internacional, institucionalizaci¨®n a escala mundial de un derecho universal de humanidad, tales son algunos de los ant¨ªdotos contra la barbarie desplegada por las variadas sectas de fan¨¢ticos sembradores de la muerte que instrumentalizan las libertades para atentar a la vez contra la vida y contra las propias libertades. Hace ahora sesenta a?os, en un escenario geoestrat¨¦gico muy distinto al nuestro, y en sociedades menos complejas, Londres nos se?al¨®, sin embargo, el camino a seguir, un camino que no debemos abandonar: luchar con determinaci¨®n por la defensa y el desarrollo de sociedades m¨¢s justas.
Fernando ?lvarez-Ur¨ªa es profesor de Sociolog¨ªa en la Universidad Complutense y coautor, con Julia Varela, de Sociolog¨ªa, capitalismo y democracia.
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