Los d¨ªas del Apocalipsis
Hace unos d¨ªas, mientras buscaba las fechas remotas en que surgieron los primeros alfabetos y, con ellos, el germen de una futura conciencia de la expresi¨®n literaria, me perd¨ª en un laberinto de cifras que me aboc¨® a una simple pero apenas advertida evidencia: el brev¨ªsimo tiempo (en t¨¦rminos c¨®smicos y geol¨®gicos) que el hombre, como especie, ha tenido los pies sobre la Tierra.
Aunque los cient¨ªficos manejan diversas cifras, todo parece indicar que sucedi¨® entre siete y ocho millones de a?os atr¨¢s -d¨ªas m¨¢s, d¨ªas menos- cuando, en las profundidades del continente africano el milagro de la evoluci¨®n de las especies fragu¨® en una primitiva criatura hom¨ªnida que se puede considerar como nuestro primer antepasado: el llamado Australopithecus. Deber¨ªan pasar, sin embargo, otros cuatro millones de a?os y diversos eventos clim¨¢ticos para que en aquellas mismas sabanas el Australopithecus comenzara a andar en forma b¨ªpeda y otros dos (o sea, hace unos 2,4 millones de a?os) para que naciera el llamado Homo habilis, un hom¨ªnido m¨¢s evolucionado, considerado por los cient¨ªficos como el primer ser humano (incluso con una primitiva conciencia de su cualidad), el mismo homo que en su larga evoluci¨®n llegar¨ªa a convertirse, hace apenas unos 300.000 a 200.000 a?os, en el ya nombrado "Hombre sabio" (Homo sapiens).
Altamente dram¨¢tico resulta el hecho de saber que en sus d¨ªas de gloria, nuestro abuelo el Homo sapiens fuese apenas una m¨¢s de otras especies "humanas" que entonces poblaban un planeta por donde tambi¨¦n deambulaban los llamados "hombres" de Neandertal, de Pek¨ªn y de Java, seres capaces, como el sapiens, de manipular el fuego, de fabricar algunos instrumentos y de tener un pensamiento levemente organizado. Lo significativo es que esas otras especies, muy pronto y por diversas razones, tomar¨ªan el camino de la extinci¨®n, y de su vida entre nosotros ahora s¨®lo quedan las evidencias de unos cuantos huesos y los restos de unos poqu¨ªsimos artefactos creados por ellos.
Entonces saqu¨¦ cuentas y comprob¨¦ que la concreci¨®n del proceso evolutivo que dio origen a aquellas primeras criaturas pensantes tom¨® nada menos que unos 4.980 millones de a?os, contados desde el momento en que se condens¨® la Tierra (si aceptamos que algo as¨ª sucedi¨® hace 5.000 millones de a?os), y unos 3.980 millones de a?os desde que se formaron los primeros organismos que se comportaron como materia viviente, seg¨²n las estad¨ªsticas manejadas por Yves Coppens.
Esas cifras vertiginosas, dif¨ªciles de imaginar para nuestros pobres cerebros acostumbrados a guarismos menos exorbitantes, demuestran que la estancia del hombre en la Tierra es un hecho tan reciente que, en proporciones de una vida humana, ser¨ªa, si acaso, cuesti¨®n de minutos. Y si tomamos en cuenta que "nosotros", los orgullosos Homo sapiens, hijos del sapiens original, s¨®lo existimos desde hace unos 130.000 a?os, la proporci¨®n se reducir¨ªa a fracciones de segundos "humanos".
A lo largo de estos 130 milenios que el hombre sabio ha reinado sobre la Tierra, hechos tan decisivos como la creaci¨®n de la escritura s¨®lo vinieron a producirse hace unos 40.000 a?os (el documento escrito m¨¢s antiguo que se conserva es un calendario lunar grabado sobre un hueso), las muestras conocidas de pintura rupestre datan de 32.000 a?os y que en fechas tan cercanas como 10.000 a?os se fija la fundaci¨®n de Jeric¨®, considerada la primera ciudad, mientras en 5.500 se establece la invenci¨®n de la rueda, en Sumeria, y en s¨®lo 3.500 la creaci¨®n del primer alfabeto completo, en Ugart, Siria.
La gran haza?a es, sin duda, que en tan breve espacio de tiempo los humanos hayamos sido capaces de generar un violento proceso social, cultural, pol¨ªtico y tecnol¨®gico como el que se constata a lo largo -?o a lo corto?- de la Historia. La gran y terrible paradoja es que precisamente gracias a ese mismo desarrollo y a nuestras b¨²squedas constantes, estamos a punto de destruir el milagro biol¨®gico e intelectual que constituye nuestra propia existencia, que es el grado de complejidad y organizaci¨®n de la materia m¨¢s avanzado que se conoce.
No deja de ser aleccionador el hecho de que un hombre como el de Neandertal, tan semejante a nosotros, capaz incluso de hablar a sus dioses, se haya esfumado del planeta por la v¨ªa de la extinci¨®n hace apenas 30.000 a?os. Pero es que la desaparici¨®n de los hombres de Neandertal, Java y Pek¨ªn, m¨¢s que un caso significativo, constituy¨® la materializaci¨®n de una tendencia biol¨®gica, ya que la extinci¨®n de las especies es una regla y no una excepci¨®n, pues, como se ha comprobado, por cada especie viviente en el mundo de hoy existen otras cien fosilizadas en las entra?as de la Tierra.
La extinci¨®n posible de la especie humana, en alg¨²n momento del futuro, no resultar¨ªa, pues, una cat¨¢strofe de especiales connotaciones biol¨®gicas, pero s¨ª de devastadores efectos en los terrenos en los que el hombre ha impuesto su imperio: el social, el cultural, el tecnol¨®gico.
Pero una ley de la f¨ªsica -precisa e inapelable- advierte de que cada acci¨®n genera una reacci¨®n, y el mismo devenir intelectual del hombre est¨¢ haciendo cada vez m¨¢s evidente, como simple reacci¨®n, el riesgo de colocarnos en la lista de las especies amenazadas por el peligro de extinci¨®n.
Aunque no soy cient¨ªfico ni domino las interioridades de los fen¨®menos (y sus razones) que a escala planetaria est¨¢n alterando las condiciones de vida en la Tierra, como lector y observador no deja de impactarme la cantidad de noticias que nos advierten de la inminencia de lo que en t¨¦rminos b¨ªblicos podr¨ªa llamarse el advenimiento del Apocalipsis.
Mientras, centenares de especies animales y vegetales que han compartido con los hombres nuestro instante en la Tierra corren velozmente hacia la extinci¨®n, otras comienzan a manifestar comportamientos biol¨®gicos, gen¨¦ticos y sexuales extra?os. Paralelamente, a nivel atmosf¨¦rico y tel¨²rico crecen en proporci¨®n geom¨¦trica la presencia de fen¨®menos devastadores: sequ¨ªas en unos sitios e inundaciones en otros, huracanes cada vez m¨¢s potentes y tsunamis de intensidad nunca vista, calentamiento del mar y descongelaci¨®n de glaciares son, quiz¨¢, junto al amenazador agujero de la capa de ozono, algunos de los fen¨®menos m¨¢s comentados en la prensa por su efecto inmediato sobre la vida humana.
Mientras, datos sobre el aumento de enfermedades como el c¨¢ncer -una mutaci¨®n celular antinatural-, el crecimiento de deficiencias inmunitarias -el sida-, la disminuci¨®n y hasta la p¨¦rdida de capacidad reproductiva de personas en diversas partes del mundo, se?alan a las claras que ya dentro de nuestros propios organismos est¨¢n ocurriendo procesos que colocan el rev¨®lver en la sien de la especie.
Con la desconfianza en los pol¨ªticos que he ido desarrollando a lo largo de mi vida, estoy casi seguro de que muy pocos de ellos, con la informaci¨®n m¨¢s precisa, son capaces de proclamar los riesgos ingentes e inmediatos que hoy afronta la supervivencia de la especie humana si la agresi¨®n a que hemos sometido al mundo natural contin¨²a produci¨¦ndose. Aviesamente, muchos de ellos evitan dar el grito de alarma, cuando en realidad estamos a punto, todos, de emitir el ¨²ltimo alarido.
Aunque la poblaci¨®n mundial se duplica cada 35 a?os y somos, por tanto, cada vez m¨¢s los hombres que habitamos el planeta, al mismo tiempo los ecosistemas naturales y los creados por la inteligencia del hombre se han ido reduciendo en virtud del deterioro causado por las pr¨¢cticas inadecuadas a los que han sido sometidos. La atm¨®sfera, ya se sabe, se ha ido envenenando a un ritmo desenfrenado y s¨®lo nosotros somos responsables de tal desastre, con todas las consecuencias presentes y futuras que conlleva. De este modo, el crecimiento num¨¦rico de la especie, que aparentemente podr¨ªa garantizar su subsistencia, es a la vez una trampa mortal, pues implica el desgaste m¨¢s acelerado del ambiente, por las necesidades que genera esa superpoblaci¨®n, necesidades que se tratan de satisfacer con agresivos procesos industriales y acciones qu¨ªmicas o h¨¢bitos de vida y consumo que acercan la catastr¨®fica encrucijada de que el hombre haga invivible -al menos para ¨¦l- la superficie del planeta.
S¨®lo una conciencia universal de lo que est¨¢ en juego podr¨ªa salvar al g¨¦nero humano. Sin embargo, soy profundamente pesimista al respecto: la falta de voluntad de los gobiernos, de los magnates del mundo y de muchas personas individuales apunta hacia la continuidad de una autofagia que puede hacernos perder, como especie, el disfrute de esos 3.000 millones de a?os durante los cuales todav¨ªa nos acompa?ar¨¢ nuestro creador y fuente de energ¨ªa, el Sol, que en esa fecha remota se apagar¨¢ hasta convertirse en una estrella enana y roja. Como el pobre Neandertal, en muy poco tiempo nosotros tambi¨¦n podremos ser s¨®lo los restos f¨®siles de una especie "sabia" (?sabia?) que por un breve tiempo habit¨® y pretendi¨® dominar la Tierra y sufri¨® las consecuencias de su vanidad y aparente sabidur¨ªa.
Leonardo Padura Fuentes es escritor cubano, autor de La novela de mi vida y Vientos de cuaresma (Tusquets).
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