Elogio y pecados de la religi¨®n
Ya cont¨® Erasmo c¨®mo afectaba a las jerarqu¨ªas de su tiempo el mal de altura. Las cosas siempre se ven diferentes desde el tejado. Ocurre en las religiones -en la Iglesia cat¨®lica, muy en concreto-, pero tambi¨¦n entre los partidos pol¨ªticos u otras organizaciones poco amigas del debate de ideas. El imponente ilustrado de Rotterdam, a riesgo de ser preso de la Inquisici¨®n, dedic¨® a este asunto una parte de su diatriba contra los teologuchos (as¨ª los llamaba) que, ya entonces, discut¨ªan sin cesar sobre si era pecado menos grave matar a un millar de hombres que coser en domingo el zapato de un pobre. Tambi¨¦n en Roma siguen empe?ados hoy en sutilezas parecidas: sobre la inmutabilidad de la palabra matrimonio, sobre las diferencias entre la gracia gratuita y la gracia gratificante, sobre los errores de los nuevos y viejos ismos (tipo el positivismo), y cosas as¨ª. Ocupados de d¨ªa y de noche en estas encantadoras bagatelas, no tienen tiempo de abrir una sola vez el Evangelio o las Ep¨ªstolas de Pablo, les reprochaba severamente Erasmo, m¨¢s o menos. Si Jes¨²s, el fundador radical, levantara la cabeza
IGLESIA Y SOCIEDAD EN ESPA?A
Jos¨¦ Mar¨ªa Castillo y Juan Jos¨¦ Tamayo
Trotta. Madrid, 2005
140 p¨¢ginas. 11 euros
Tambi¨¦n Jos¨¦ Mar¨ªa Castillo se ve obligado a, como ¨¦l mismo reconoce, "sacar las cosas de quicio" cuando entra en el fondo de las complicadas relaciones, hoy, entre la religi¨®n y la sociedad espa?olas. El te¨®logo granadino, autor de la primera parte de este brillante libro, lleva en ese momento medio centenar de p¨¢ginas desbrozando el problema, dato sobre dato -la debilidad moral, pastoral o econ¨®mica de la Iglesia cat¨®lica, la mediocridad de sus dirigentes, el creciente desapego de los ciudadanos hacia la religi¨®n, los errores del concordato vigente...
-, cuando entra en un problema de fondo que, con frecuencia, es causa de violencias o sobresaltos indeseados.
Se refiere al hecho de que, por excitaci¨®n de la jerarqu¨ªa, las creencias religiosas son vividas muchas veces por los creyentes como si fueran verdades absolutas e incuestionables para todos los seres humanos. De ah¨ª a querer convertir las presuntas verdades religiosas en leyes civiles obligatorias no hay m¨¢s que un paso. "Lo que equivale a que las prohibiciones divinas, cuyas violaciones se definen como pecado, se pretendan imponer como leyes humanas, que cuando no se cumplen se consideran delitos", apunta el te¨®logo, antes de imaginar en Espa?a esta esperp¨¦ntica situaci¨®n (ya est¨¢ aqu¨ª): "Si los cat¨®licos decimos que la homosexualidad es, no s¨®lo un pecado, sino tambi¨¦n un delito, entonces, con el mismo derecho, los protestantes podr¨ªan decir que sacar im¨¢genes a la calle es tambi¨¦n un delito (o sea, nada de procesiones y cofrad¨ªas); los jud¨ªos deber¨ªan decir que trabajar los s¨¢bados es tambi¨¦n delito; los musulmanes dir¨ªan que nada de comer carne de cerdo o beber vino y cerveza; los testigos de Jehov¨¢ defender¨ªan que hacer transfusiones de sangre deber¨ªa ser penado por las leyes, y as¨ª sucesivamente".
No es evidente que todos los
jerarcas asuman la l¨®gica conclusi¨®n de que, con esos criterios, la convivencia en Espa?a ser¨ªa un infierno, y Castillo hace bien en sacar las cosas de quicio -en llevar los argumentos hasta el extremo del absurdo- si con ello caen en la cuenta los prelados de los desprop¨®sitos que defienden quienes se consideran con derechos que se niegan a otros.
Antes de seguir con el libro conviene recordar que los autores han sufrido en carne propia -Castillo, desde d¨¦cadas atr¨¢s; Tamayo, en los tres ¨²ltimos a?os- las censuras y severas execraciones de sus impacientes superiores, con serias consecuencias para ambos (incluso la de ser considerados "no te¨®logos cristianos"). Ello no les impide analizar con pasi¨®n cristiana el problema del catolicismo espa?ol, lo que hace especialmente eficaz (y, sobre todo, atractivo) todo lo que escriben. Las religiones han sido origen y causa de lo mejor y de lo peor que ha producido la historia de los pueblos, pero nunca sobra un Elogio de la religi¨®n (textual) como el que aqu¨ª proclaman y argumentan estos dos te¨®logos.
El libro tiene dos partes no siempre equiparables -parece l¨®gico: sus autores son muy distintos en estilo y car¨¢cter-, pero hay un hilo conductor en sus intenciones que hace olvidar al lector tales disonancias: los dos afrontan con igual energ¨ªa las cuestiones que afectan a la relaci¨®n entre un Estado laico y las religiones de sus ciudadanos. Y los dos buscan respuesta a un problema de harta actualidad: qu¨¦ hacer de una y otra parte para que las grandes tradiciones religiosas de la humanidad, que nacieron, se estructuraron y se organizaron, no para convivir con las dem¨¢s religiones, sino para combatirse -para ser cada una de ellas la religi¨®n verdadera-, se conviertan ahora, para Espa?a, para todo el mundo, en promotoras de esperanza, misericordia y paz.
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