El reto de escalar m¨¢s alto
Es gallega, tiene 40 a?os y es la ¨²nica mujer en el mundo que ha subido al Everest sin ox¨ªgeno. Esta alpinista excepcional, para la que escalar es un reto, inaugura una serie de entrevistas por las que, durante cinco semanas, desfilar¨¢n espa?olas cuya profesi¨®n est¨¢ te?ida de aventura.
Esta mujer es un monstruo. En primer lugar, un monstruo de fortaleza f¨ªsica. Vi¨¦ndola ahora aqu¨ª, en su Vigo natal, menuda y rizosa, guapa y coqueta, tan vivaz como el incansable conejito de Duracell y con una luminosa cara de ni?a pese a haber cumplido ya 40 a?os, nadie podr¨ªa imaginar que esta chica con aspecto de estudiante feliz es capaz de realizar proezas sobrehumanas, de soportar estoicamente el sufrimiento, de llegar a donde no ha llegado casi nadie. Chus Lago es una alpinista excepcional. Fue la primera y por ahora ¨²nica espa?ola que coron¨® el Everest sin ox¨ªgeno, y la tercera en el mundo en hacerlo. M¨¢s a¨²n: desde 1999, fecha en que logr¨® la cima, es la ¨²nica mujer que ha subido al Everest a pulm¨®n y sigue viva, porque la primera se mat¨® poco despu¨¦s en otra monta?a y la segunda muri¨® en el descenso.
"He subido al Everest y he cambiado. Esa sensaci¨®n que ten¨ªa de correr hacia un sitio al que nunca llegaba ya no la tengo"
"A veces voy escalando hasta el extremo del esfuerzo f¨ªsico y al mismo tiempo puedo disfrutar del paisaje. Me desdoblo"
Hay que explicar aqu¨ª, para los que no saben nada de alpinismo, que existe una diferencia abismal entre los monta?eros que suben ochomiles en las expediciones llamadas comerciales, con bombonas de ox¨ªgeno y porteadores que a menudo los acarrean literalmente hasta la cima, y el peque?¨ªsimo c¨ªrculo de alpinistas de ¨¦lite, unos locos espl¨¦ndidos que intentan lo imposible, que suben sin ayudas respiratorias y cargados con mochilas de veinte o treinta kilos m¨¢s all¨¢ de la zona de la muerte, es decir, m¨¢s arriba de los 7.500 metros de altitud (el Everest tiene 8.848), all¨ª donde ya no hay ox¨ªgeno y el cuerpo se descompone qu¨ªmicamente, donde la carne se congela, los pulmones se encharcan y la mente es presa de alucinaciones, esa zona letal que mata de manera inexorable, a algunos en horas, a otros en unos pocos d¨ªas, dependiendo del aguante de cada cual. Es un territorio feroz tan ajeno a lo humano como el planeta Marte. Pues bien, esta peque?a pizca pizpireta que se llama Chus Lago ha conseguido permanecer hasta siete d¨ªas seguidos en esas alturas asfixiantes, y ha sobrevivido a una noche de total desfallecimiento, a la intemperie y a menos treinta grados, en el monte Pobeda de Asia Central (le tuvieron que amputar una falange), y ha descendido un sietemil totalmente ciega durante tres d¨ªas, agarrada al bast¨®n de su compa?ero. Es de una resistencia y de una entereza colosales.
Y adem¨¢s es usted mujer, en una actividad en donde a¨²n hay muy pocas mujeres. Supongo que todo le debe de haber costado m¨¢s.
A todos los alpinistas, seamos hombres o mujeres, nos es dif¨ªcil conseguir patrocinadores y conjugar lo que hacemos con nuestra vida personal. Pero s¨ª, recuerdo que de peque?a, hace 30 a?os, hab¨ªa cosas que yo no entend¨ªa por qu¨¦ no las pod¨ªa hacer, y era solamente por ser mujer. A los 11 a?os ya me encantaba escalar y pod¨ªa ir al monte sin ning¨²n problema, pero en cuanto que cumpl¨ª los 15 mi padre ya no me dejaba. C¨®mo iba a ir sola con todos esos chicos? Y luego empec¨¦ a notar c¨®mo la gente de mi entorno, los familiares, los amigos, y sobre todo las mujeres, me dec¨ªan: "Pero c¨®mo se te ocurre hacer esto, c¨®mo se te ocurre viajar, irte con hombres"? Yo he trabajado desde los 19 a?os de monitora de aerobic, y era un medio en el que trataba a muchas mujeres. Y me llevaba muy bien con todas, pero cuando me cruzaba con ellas por la calle notaba una oposici¨®n tremenda: "Pero c¨®mo es posible que t¨² con treinta y pico a?os hagas la vida que haces, cuando yo hago la vida que debo hacer?".
Dice usted con treinta y pico a?os? o sea, hasta ayer.
S¨ª, s¨ª. De todo esto hace nada. Las cosas han cambiado mucho a partir del reconocimiento social que me dio el Everest, pero hasta entonces?
Hasta entonces se sinti¨® un poco como la loca del barrio.
Me he sentido un poco fuera, s¨ª. Ha sido dif¨ªcil conjugarlo todo. Por ejemplo, s¨¦ que le he robado tiempo a Toni, mi marido, y que ¨¦l ha tenido que evolucionar r¨¢pido para poder seguirme en mi historia, pero yo no quer¨ªa renunciar a ¨¦l. No quiero renunciar a tener una casa, a poder pintarme las u?as, a esas otras cosas de ser mujer. Yo quiero ser yo. Y ahora estoy muy c¨®moda, ahora puedo ser ambas cosas, pero al principio me dec¨ªa: pero bueno, ?qui¨¦n soy yo? ?La que est¨¢ de expedici¨®n o la que est¨¢ aqu¨ª, en esta casa? Durante mucho tiempo pens¨¦ que ten¨ªa que escoger.
Esta mujer es un monstruo. Y no s¨®lo por su excepcional capacidad f¨ªsica, sino tambi¨¦n por la quieta energ¨ªa que desprende. Chus Lago es una gota de fuerza pura. Es una de esas personas que nunca pasan inadvertidas y que atraen a los dem¨¢s como la piedra im¨¢n atrae las limaduras de hierro. Da la sensaci¨®n de poder hacer bien todo lo que se proponga y, por ejemplo, escribe estupendamente. Ha publicado dos libros muy notables sobre sus experiencias (Everest, fuera de la Tierra, Laverde Ediciones, y Una mujer en la cumbre, Plaza y Jan¨¦s) y ahora est¨¢ haciendo una novela ambientada en el siglo XIX: "Siempre me ha gustado much¨ªsimo escribir".
Su padre trabajaba en el sector naval y estuvo en paro durante 10 a?os: "?T¨² sabes lo que es eso? Me cog¨ªa un trozo de pan para irme de excursi¨®n y ten¨ªa que advertirlo? Mam¨¢, que me llevo el queso? porque no hab¨ªa nada m¨¢s. Fue dur¨ªsimo. Y t¨² cog¨ªas tu mochila y ten¨ªas 100 pesetas para el tren y se acab¨®. Recuerdo una vez en Oviedo que compr¨¦ una barra de pan y estuve comiendo pan hasta que sali¨® el tren, porque no hab¨ªa para m¨¢s. No ten¨ªamos un duro". As¨ª, sin dinero para el equipamiento y calzando chirucas de pl¨¢stico, subi¨® sus primeras monta?as. Luego comenz¨® a trabajar de monitora en un gimnasio y en 1987 hizo ya una escalada en serio: en la Cordillera Blanca, en Per¨². Para ello tuvo que pedir un cr¨¦dito en el banco: "Desde ese momento comenc¨¦ a contraer una deuda fija discontinua que ir¨ªa heredando de expedici¨®n en expedici¨®n", dice en uno de sus libros. "Bueno, hace dos a?os consegu¨ª acabar con esa deuda", explica ahora, "pero en realidad hasta enero pasado estuve rozando la penuria econ¨®mica. Porque, claro, a lo mejor puedes conseguir patrocinio para una expedici¨®n, pero luego regresas y tienes que seguir viviendo y entrenando todo el a?o". Vive en un gracioso chalet adosado, una casita todav¨ªa sin terminar llena de los hermosos muebles de madera que ha hecho Toni, su marido, que es carpintero de profesi¨®n, adem¨¢s de corredor de marat¨®n y buen deportista. Y sus ventanas, c¨®mo no, miran hacia las monta?as de Vigo, no hacia el mar.
La pr¨®xima primavera, y a modo de calentamiento, va a cruzarse Groenlandia con Merab, un compa?ero alpinista de Georgia, y luego est¨¢ preparando otra de sus gestas imposibles: en oto?o de 2006 quiere atravesar la Ant¨¢rtida en solitario, sin perros y sin apoyos, es decir, sin reavituallamiento. Todo un reto.
Yo recuerdo una cosa que me pasaba a los 15 a?os, a los 17, a los 20, una cosa que me pasaba siempre, y es que ten¨ªa la sensaci¨®n de que estaba corriendo hacia un sitio al que nunca llegaba. No es que no tuviera los objetivos claros, yo ten¨ªa claro que quer¨ªa ir a esta monta?a y no a la otra, que quer¨ªa subir de determinada manera y no de otra, pero como persona buscaba un sitio que no sab¨ªa muy bien cu¨¢l era. Y te aseguro que nunca he querido buscar la originalidad, no es eso. Ahora me dicen, eres la primera espa?ola que va a ir a la Ant¨¢rtida? Bueno, s¨ª, vale, pero no es por eso por lo que quiero ir, es que verdaderamente lo quiero hacer.
?Por qu¨¦?
Cuando en 1999 llegu¨¦ por fin a la cima del Everest tras haberlo intentado en dos expediciones anteriores sin conseguirlo, sent¨ª algo tan fuerte que me ha llevado muchos a?os comprenderlo. Y el caso es que estaba a diez metros de la cima, y de pronto intu¨ª que iba a perder algo si llegaba, y esa sensaci¨®n no me la esperaba. Y cuando coron¨¦ tendr¨ªa que haber experimentado una alegr¨ªa enorme, pero no fue as¨ª, lo que me dije fue: qu¨¦ l¨¢stima. Porque lo bonito hab¨ªa sido el di¨¢logo con esa monta?a, que era como un espejo que me dec¨ªa: esto que cre¨ªas que hac¨ªas mal, lo haces bien. Y esto que cre¨ªas que hac¨ªas bien, lo haces fatal. Estuve aprendiendo durante a?os del di¨¢logo con esta monta?a, aprend¨ª las proporciones y la medida de las cosas, y cuando llegu¨¦ arriba me di cuenta de que lo bonito de verdad hab¨ªa sido el camino. Pens¨¦: lo que he ganado al hacer cima no puede ser tan s¨®lo la portada de un peri¨®dico, porque qu¨¦ triste ser¨ªa eso, con todo lo que he dado. Y fue cuando empec¨¦ a entender que aquello ya no era alpinismo, que ese aprendizaje se sal¨ªa del ¨¢mbito de lo deportivo.
Que era una experiencia existencial, espiritual.
Exacto, era algo que iba mucho m¨¢s all¨¢. Recuerdo que al regresar al campamento base me sent¨¦ y vi un poco de hierba entre mis pies, eso nos pasa mucho a los alpinistas, que vuelves en el helic¨®ptero y ves hierba y te dices, al fin verde, regreso al planeta Tierra. Y yo ve¨ªa la hierba y me miraba las manos y necesitaba sentir una mutaci¨®n, algo claro que demostrara que era una persona distinta, como si me hubiera salido un sexto dedo. He subido al Everest y esto es lo que he conseguido, un sexto dedo. Porque yo hab¨ªa cambiado. Y esa sensaci¨®n que ten¨ªa de correr hacia un sitio al que nunca llegaba, que no era un punto f¨ªsico, sino mental, ya no la tengo. He llegado. Y por eso ten¨ªa la necesidad de hacer algo distinto, es decir, echaba de menos el reto, y eso es lo que me ha llevado a plantearme lo de la Ant¨¢rtida. Y no es ya un reto f¨ªsico, aunque, claro est¨¢, tambi¨¦n tiene esa parte. Pero lo que me tienta es el reto puramente mental, ver c¨®mo puedo llenar la soledad de 1.200 kil¨®metros.
Subir al Everest sin ox¨ªgeno es un esfuerzo tan extremo que supongo que la cabeza debe de desgajarse del cuerpo? Esa experiencia espiritual a la que usted se refer¨ªa debe de ser como los viajes astrales de los tibetanos.
Yo llegu¨¦ a salirme del cuerpo, pero no ah¨ª; luego una psic¨®loga me dijo que era un desdoblamiento y que a eso se llega por necesidad tras mucho esfuerzo. Te cuento: antes de subir al Everest yo pas¨¦ por un t¨²nel, un t¨²nel en el que nadie cre¨ªa en m¨ª. Durante a?os fue una completa locura. Trabajaba de monitora de aerobic y ten¨ªa que sacar tiempo de donde no lo hab¨ªa para entrenar y para hacer las gestiones para montar una expedici¨®n y conseguir patrocinadores. Fue tremendo. Aqu¨ª no hab¨ªa tradici¨®n de alpinistas, y nadie entend¨ªa lo que yo planteaba. Adem¨¢s era una expedici¨®n en solitario y yo ten¨ªa que ocuparme de todo, desde coser las cosas que se me romp¨ªan a reunir el botiqu¨ªn. Y el entrenamiento ten¨ªa que ser exquisito, aunque para cuando yo empezaba a entrenar ya llegaba agotada tras mis horas de aerobic. Para llevar adelante todo esto tuve que emplear durante muchos a?os un estado de concentraci¨®n mental tan fuerte que no creo que pudiera volver a repetirlo. Fue tanto trabajo y durante tanto tiempo?
Y adem¨¢s se lesion¨®.
S¨ª, en 1998 me lesion¨¦ en el gimnasio, yo no tengo cart¨ªlago en las rodillas, y los m¨¦dicos me dec¨ªan: no puedes hacer ni este deporte ni ninguno, se acab¨®. Y yo sent¨ªa impotencia funcional, porque no era capaz ni de bajar unas escaleras. Tambi¨¦n tengo otra lesi¨®n cr¨®nica que son los pies cavos, es decir, tengo una curva demasiado pronunciada. Los tengo muy cavos, nivel tres, y convivo con esta lesi¨®n desde los 17 a?os.
Tengo entendido que son muy dolorosos. ?No le molestan al escalar?
Oh, s¨ª, me duelen much¨ªsimo. A veces estoy subiendo una monta?a y me echo a llorar de lo que me duelen. El m¨¦dico que me atendi¨® de las congelaciones en el Pobeda lo primero que me dijo al ver los pies fue: eres una hero¨ªna. Y lo dijo no por haber aguantado las congelaciones, ni por haber conseguido sobrevivir cuarenta horas a la intemperie, sino por hacer alpinismo con estos pies. Pero me he acostumbrado toda la vida a este dolor, es como si lo hubiera normalizado. Hay momentos en los que te tienes que sacar la bota y frotarte los dedos, que se engarfian, y hacer n¨²meros a veinte grados bajo cero, pero bueno, lo voy llevando. Fue mucho peor lo de las rodillas, porque no pod¨ªa bajar ni un escal¨®n. Pero no quise creer que estaba acabada, de modo que mi entrenador me meti¨® en una piscina y estuve nadando much¨ªsimas horas y consegu¨ª que la musculatura sustituyera al cart¨ªlago. Sigue molest¨¢ndome en ocasiones y a veces tengo que bajar de espaldas. Pero llegu¨¦ al Everest y la monta?a me dijo: aqu¨ª te vas a sentir genial. Y me sent¨ª genial. Ahora bien, hasta llegar all¨ª, ya te digo, yo estaba en un t¨²nel. Porque ten¨ªa que visitar a los patrocinadores hasta diecis¨¦is veces, ?te lo puedes creer?? Y a uno de ellos, para que me diera s¨®lo 100.000 pelas. El t¨ªo me dijo que me las iba a dar, pero luego estaba siempre ocupado, y yo echaba cuentas una y otra vez y ve¨ªa que las necesitaba? Y all¨ª iba otra vez a ped¨ªrselas, escap¨¢ndome del gimnasio.
Y lo del desdoblamiento?
S¨ª, a eso voy. Es que al final estaba entrenando por encima de mis fuerzas, y mientras tanto pensaba que a lo mejor no conseguir¨ªa reunir el dinero para la expedici¨®n, y que tendr¨ªa que ir pensando en buscarme otro trabajo; y que estaba tirando demasiado de la cuerda en casa y que las cosas podr¨ªan romperse; y que mi madre pensaba que me podr¨ªa morir; y que todo el mundo dec¨ªa que estaba loca, que ad¨®nde iba, que me iban a violar? Tienes que luchar contra tant¨ªsimas cosas, contra el miedo y la incredulidad de todo el mundo y contra tus propias dudas como alpinista. Estaba entrenando y yo sent¨ªa como un enorme tirante que tiraba de m¨ª hacia atr¨¢s. Estaba entrenando y me dec¨ªa, Dios m¨ªo, tengo que hacer la comida, y preparar la coreograf¨ªa de la clase, y no voy a llegar a tiempo, y? Para poder soportarlo y hacerlo todo tuve que imponerme una autodisciplina f¨¦rrea, y entonces lleg¨® lo del desdoblamiento. Suced¨ªa que yo estaba entrenando, estaba agotada, y entonces consegu¨ªa evadirme. Y me ve¨ªa a m¨ª misma desde arriba y me dec¨ªa: a tu cuerpo no le pasa nada, no importa lo que te duela, lo puedes hacer. Al salirme, intentaba que mi alma no sufriera.
?Y ha vuelto a tener despu¨¦s esa sensaci¨®n?
No de manera tan clara, pero s¨ª. En las monta?as a veces voy subiendo al extremo del esfuerzo f¨ªsico y al mismo tiempo puedo ver el paisaje, puedo disfrutar del d¨ªa sin desgastarme ps¨ªquicamente. Es decir, puedo hacer que mi cuerpo trabaje muy duramente pero yo no estoy pegada a mi cuerpo. Luego, claro, hay momentos de peligro en los que te juegas la vida, y ah¨ª alma y cuerpo vuelven a pegarse, ah¨ª no hay disociaci¨®n posible. Tu cuerpo te dice: se te est¨¢ congelando el dedo. S¨ª, ya lo veo, ya lo veo. O: como sigas dos horas m¨¢s, se te va a acabar el gluc¨®geno, ?lo est¨¢s notando? S¨ª, tranquilo, estoy al tanto? Pero en otras ocasiones, cuando el riesgo no es alto, pues le dices al cuerpo: ?has comido bien, has dormido bien? Pues fast¨ªdiate ah¨ª abajo.
Me asombra su fuerza de voluntad. La falta de dinero, los pies cavos, los cart¨ªlagos pulverizados? No la detuvo nada.
Porque la monta?a estaba muy metida dentro de m¨ª, era esa sensaci¨®n de decir: yo he nacido para algo. Cuando ten¨ªa 18 a?os y me miraba las piernas pues? a ti ahora no te parecer¨¢n grandes, pero cuando tienes 18 y ves a tus compa?eras de clase y todas son delgaditas y finitas, y te miras las piernas y las ves tan robustas, te dices, por Dios, tanta carne tiene que servir para algo. Todos los sobresalientes en gimnasia, y esto de salir a correr y no parar nunca, tiene que servir para algo.
Por a?adidura, usted tuvo que enfrentarse al machismo entre los mismos alpinistas. En uno de sus libros cuenta su primera expedici¨®n al Everest, en 1992. Era usted la ¨²nica mujer entre 15 hombres y se lo hicieron pasar fatal, hasta el extremo de que se march¨® a dormir sola al campamento superior, a 7.000 metros de altura, por no poder soportar la situaci¨®n.
Dentro del alpinismo hay el mismo machismo que en el resto de la sociedad. Y en aquella expedici¨®n, pues s¨ª, yo me qued¨¦ como un poco sola y sin encajar. Y llegu¨¦ a sentir ensa?amiento.
En aquella ocasi¨®n un alpinista le dijo: "Vaya, llevamos una guinda en la expedici¨®n". Tras coronar el Everest, dice usted en el libro: "Me pregunto qu¨¦ pensar¨¢ ahora que la guinda est¨¢ donde deben estar las guindas, en lo alto de las tartas".
Bueno, ¨¦se ya fue el que m¨¢s y ni siquiera estaba dentro de nuestro equipo, pero? Un d¨ªa entr¨® en la tienda un alpinista extranjero al que no conoc¨ªa m¨¢s que de vista, y que por pura cortes¨ªa, porque adem¨¢s era asi¨¢tico, que son muy caballerosos, dijo: qu¨¦ chica tan guapa. Yo me lo tom¨¦ como si dijera buenos d¨ªas, era una mera amabilidad social. Pero el jefe de nuestra expedici¨®n le contest¨®: puedes llev¨¢rtela, si quieres. ?C¨®mo te sentir¨ªas t¨²? Mira, aquello ya no era ni alpinismo ni pu?etas, me pareci¨® una bajeza impresionante. Y as¨ª era todo. C¨®mo vas a convivir con gente as¨ª. Estuve siete a?os sinti¨¦ndome mal por aquella expedici¨®n, y no por no haber podido llegar a la cumbre, sino porque me hab¨ªa sentido maltratada. Fue un verdadero ensa?amiento de g¨¦nero. Por eso despu¨¦s de aquella experiencia comprend¨ª que yo no pod¨ªa luchar contra 15 hombres, o contra cinco, y decid¨ª escalar sola. Hay rutas que no puedes hacer en solitario. Entonces voy con un compa?ero. Pero si puedo, voy sola.
As¨ª, en solitario, fue como hizo la cumbre del Everest. Por cierto que en aquella escalada pas¨® usted junto a seis cad¨¢veres de monta?eros. Y en el Pobeda vio c¨®mo se despe?aba delante de sus ojos un alpinista brit¨¢nico al que conoc¨ªa. La muerte siempre est¨¢ presente en lo que usted hace.
S¨ª, lo del Pobeda fue una cosa horrorosa, nunca hab¨ªa visto un accidente mortal hasta entonces. Est¨¢s acostumbrada a escalar sin pensar en la muerte, t¨² te encargas de poner el clavo y sabes que tienes que ponerlo perfecto, pero no piensas: si este clavo se cae me voy a matar. Y eso es lo que me sucedi¨® en el Pobeda despu¨¦s de ver ese accidente, que me hice consciente de la muerte y segu¨ª subiendo mal, muy mal, derrochando energ¨ªa, y por eso pas¨® lo que pas¨®.
Se agot¨® y no pudo seguir. Se qued¨® tirada en lo alto de la monta?a, sin agua, sin comida, a la intemperie, con los pies y las manos congelados, mientras su compa?ero Merab intentaba bajar a buscar comida y un saco. Pas¨® la noche all¨ª y deber¨ªa haber muerto. Pero sobrevivi¨®. Lo que m¨¢s me impresiona es que usted telefone¨® a su marido desde all¨ª.
S¨ª. Me quedaba un poquito de bater¨ªa y le llam¨¦. Porque yo intu¨ªa que pod¨ªa no sobrevivir aquella noche. Y quer¨ªa que, si pasaba algo, ¨¦l supiera que en el ¨²ltimo que hab¨ªa pensado era ¨¦l. Lo que pasa es que intent¨¦ disimular, pero ¨¦l enseguida se dio cuenta de que las cosas estaban mal.
Qu¨¦ duro para su marido. Colgar y saber que la dejaba all¨ª.
Cuando llegu¨¦ a Espa?a estaba tan delgado? Parec¨ªa que el que hab¨ªa subido al Pobeda era ¨¦l.
?Han hablado de aquello despu¨¦s?
No. No mucho.
Creo que tiene usted dos hombres maravillosos en su vida. Uno es Toni, capaz de soportar todo esto?
S¨ª, ¨¦l tambi¨¦n ha tenido que subir una monta?a invisible para poder estar a mi lado. Porque ¨¦l tambi¨¦n ha debido de tener que soportar esa presi¨®n: pero c¨®mo, tu mujer se va? ?l tambi¨¦n ha tenido que crecer como hombre y yo se lo reconozco.
Y el otro es Merab, compa?ero de diversas expediciones y que en el Pobeda se comport¨® de una manera heroica y sobrehumana, arriesgando su propia vida y subiendo y bajando la monta?a sin parar durante cuarenta horas para intentar ayudarla.
S¨ª, s¨ª, fue impresionante. Merab es muy generoso. Encontrar a una persona capaz de hacer eso en condiciones extremas, y de hacerlo como si nada, es admirable.
?Y qu¨¦ pensaba mientras estaba all¨ª sola, en la oscuridad y congel¨¢ndose? ?No sinti¨® miedo?
Lo que pensaba era: no puedes dejar de luchar, mientras luches puedes vivir. Cuando tuve miedo es cuando amaneci¨® y pas¨® el d¨ªa y despu¨¦s empez¨® a anochecer de nuevo, porque yo deb¨ªa de tener ya un principio de edema pulmonar, respiraba muy r¨¢pido, ten¨ªa demasiado fr¨ªo, se levantaba ventisca y? C¨®mo voy a aguantar otra noche m¨¢s, me dec¨ªa; y si aguanto, c¨®mo voy a poder bajar despu¨¦s. Ah¨ª s¨ª que lo vi fatal.
Lago tambi¨¦n resulta prodigiosa por la originalidad de su pensamiento, por su singular veracidad, por ese aliento po¨¦tico que parece envolverla. Brilla esta mujer como una resistencia al rojo vivo. Advierto que se me amontonan los adjetivos y que me est¨¢ saliendo una entrevista demasiado laudatoria, que he ca¨ªdo presa de una fascinaci¨®n en la que no suelo deslizarme normalmente. Pero ya he dicho que Chus Lago no es normal, sino un monstruo poderoso, alegre, inexplicable.
En su ¨²ltimo libro habla del tiempo interminable, d¨ªas y d¨ªas, incluso semanas, que un alpinista debe permanecer solo y quieto en la tienda, a alturas tremendas y sin poder hacer nada. Calmar los nervios y llenar ese tiempo debe de ser muy dif¨ªcil y usted dice que hay momentos angustiosos.
S¨ª, hay alpinistas que son tranquilos, pero yo no lo soy. Y me dan picos de ansiedad. A veces es horrible y se pasa verdadera angustia. Es que las tiendas de una plaza son muy angostas y, cuando hay nieve, el techo y los lados se cierran encima de ti. Y luego no puedes evitar pensar en la cima, si lo conseguir¨¢s o no. Te llegas a crear tal grado de ansiedad que terminas sintiendo un ataque de angustia, vamos, de ponerte a cuatro patas y decirte: Chus, c¨¢lmate, esto te est¨¢ sucediendo porque se te ha disparado la cabeza. Es un c¨ªrculo vicioso en el que cae mucha gente y que hace que muchos abandonen. Porque entonces no duermes, no comes, te debilitas? Hay que romper el ciclo. Cuando llega el momento de angustia, tienes que tranquilizarte y aprender a convivir con ¨¦l. Yo lo he hecho.
Ha aprendido a convivir con el peque?o infierno que todos llevamos dentro.
S¨ª. Tienes que reconocer que es un ataque de p¨¢nico, y pasarlo, y obligarte a comer, y obligarte a dormir, y ya est¨¢. Y a la ma?ana siguiente te levantas y hace un d¨ªa fant¨¢stico, y te dices, yo no estoy cansada, he comido bien, me he recuperado, he meado nueve veces, lo que quiere decir que estoy megaaclimatada. Ning¨²n problema. A tirar hacia arriba? En fin, ahora vamos a ver qu¨¦ pasa con mi mente en la Ant¨¢rtida y c¨®mo llevo esos 1.200 kil¨®metros de desierto. Ya digo, el reto es ¨¦se.
Tocar la cima. Por CHUS LAGO
Abrigada bajo numerosas capas de ropa segu¨ª adelante como el Fram, el barco del explorador noruego Fridtjod Nansen durante su aventura ¨¢rtica en 1893. "Adelante", "un poco m¨¢s", me dec¨ªa, "hasta el resalte", "hasta aquel collado", "hasta la roca roja", "hasta la pr¨®xima arista", asegur¨¢ndome siempre de que por cada veinte pasos hacia arriba podr¨ªa responder con otros veinte hacia abajo. Tocar la cima significa tocar el ¨²ltimo punto de una monta?a, convirtiendo ese momento en un gesto de honor o qui¨¦n sabe si de vanidad.
Llegu¨¦ al borde del colapso muscular, adem¨¢s ten¨ªa los p¨¢rpados cubiertos de hielo, resecos y espantados por una temperatura que amenazaba con la muerte, temblaba consumiendo los ¨²ltimos impulsos de miosina, pero aun as¨ª tuve tiempo de envidiar a Amundsen, a Shackleton, y al propio Nansen, que dej¨® que su barco Fram fuera atrapado por los hielos ¨¢rticos, con la certeza de que alg¨²n d¨ªa la deriva lo liberar¨ªa m¨¢s all¨¢ de la Utop¨ªa? lo que no ocurri¨® hasta dos a?os despu¨¦s. Mi aventura comparada con las de los pioneros polares no era m¨¢s que un instante de los miles que ellos vivieron. A ambos lados de la monta?a se alzaban aislados los ¨²ltimos picos de la cordillera de Ellsworth. A treinta grados bajo cero podr¨ªa morirme en menos de un minuto, pero no ten¨ªa que recordar un dato as¨ª, el cuerpo se defiende solo, te apremia a una retirada inmediata. Mientras tanto otra parte de m¨ª jugaba un tiempo prestado y corr¨ªa a por su c¨¢mara y fotografiaba: nada, nadie, silencio, luz? mucha luz.
Y si alg¨²n d¨ªa alguien me pregunta qu¨¦ sent¨ª le dir¨ªa que fue como si un oc¨¦ano entero se vaciara dentro de una botella. La botella, yo. l fragmento del diario de Chus Lago en su ascensi¨®n al Vinson, el monte m¨¢s alto de la Ant¨¢rtida, el 25 de diciembre de 2004.
Fragmento del diario de Chus Lago en su ascensi¨®n al Vinson, el monte m¨¢s alto de la Ant¨¢rtida, el 25 de diciembre de 2004.
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