Oro de ley
El cineasta Guti¨¦rrez Arag¨®n va a venir este verano a Denia para hablar de un proyecto cinematogr¨¢fico. Me dice que, de paso, podr¨¢ enterarse si es verdad que hay dioses en el Mediterr¨¢neo y si son ciertos esos manjares con los que me relamo en los art¨ªculos. Como todo sea mentira, me asegura que dar¨¢ media vuelta y se volver¨¢ a Madrid. ?Dioses? En cuanto deje de ser azotado con el l¨¢tigo del sol castellano, apenas divise las primeras palmeras, ver¨¢ perfilados contra el azul del mar los innumerables test¨ªculos de J¨²piter en oro macizo colgados de una mara?a de gr¨²as; una vez se meta en la carretera del litoral podr¨¢ leer nombres mitol¨®gicos en ne¨®n rojo que son los prost¨ªbulos donde las ninfas atienden a los argonautas a tanto la hora; encontrar¨¢ tiendas junto a los arcenes con todo el Olimpo de escayola desparramado al sol y en ellas podr¨¢ comprar Venus de Milo al por mayor, Disc¨®bolos, S¨¢tiros, Bacos, Apolos de todos los tama?os, Neptunos con tridentes para piscinas, leones alados que guardan las cancelas de las mansiones de los rusos y Janos de dos caras, una que atiende al dinero blanco y otra con los ojos cerrados para no ver el dinero negro. El responsable de este desastre fue el poeta loco H?lderlin, quien encerrado durante 20 a?os en un desv¨¢n de Tubinga, rodeado de niebla, so?¨® con m¨¢rmoles de dioses desnudos en medio de vi?edos de moscatel. Obedeciendo a estos sue?os de armon¨ªa y de dicha orgi¨¢stica, desde el siglo XVIII comenzaron a bajar al sur los poetas e idealistas anglosajones, pero en Grecia no encontraron templos d¨®ricos amasados con el azul limpio del cielo sino ermitas bizantinas con l¨¢mparas de sebo apestoso, mujeres de negro sentadas en las puertas de casa en sillas de enea y las tabernas llenas de tipos con rostro de navaja y bigotes como alas abiertas de vencejo. A principio del siglo XX por Denia cruz¨® el joven John Dos Passos con el torso desnudo a lomos de una mula bajo una luz de chicharra. As¨ª deber¨ªa ser siempre, porque este es un mar que uno deba traer siempre de casa, cada uno con un dios en la mente. Dicho esto, cuando mi amigo llegue a Denia tendr¨¢ que conformarse para ser feliz con unos tomates secados al sol, que parecen denarios acu?ados por el emperador Adriano, con una escorpa braseada sobre su propia coraza y el ¨²nico ejercicio intelectual consistir¨¢ en balancearse en una mecedora y en ver quien descubre antes al poeta H?lderlin ahorcado en una de las mil gr¨²as de la construcci¨®n, junto a los test¨ªculos de J¨²piter en oro de 24 quilates.
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