Dios como problema
No tengo ninguna duda de que este art¨ªculo, empezando por el t¨ªtulo, obrar¨¢ el prodigio de poner de acuerdo, al menos por una vez, a los dos irreductibles hermanos enemigos que se llaman Islamismo y Cristianismo, sobre todo en la vertiente universal (es decir, cat¨®lica) a la que el primero aspira y en la que el segundo, ilusoriamente, todav¨ªa sigue imagin¨¢ndose. En la m¨¢s ben¨¦vola de las reacciones posibles, clamar¨¢n los biempensantes que se trata de una provocaci¨®n inadmisible, de una indisculpable ofensa al sentimiento religioso de los creyentes de ambos partidos, y, en la reacci¨®n peor (suponiendo que no haya peor), me acusar¨¢n de impiedad, de sacrilegio, de blasfemia, de profanaci¨®n, de desacato, de tantos cuantos delitos m¨¢s, de calibre id¨¦ntico, sean capaces de descubrir, y, por tanto, qui¨¦n sabe, merecedor de una punici¨®n que me sirviera de escarmiento para el resto de mi vida. Si yo mismo perteneciera al gremio cristiano, el catolicismo vaticano tendr¨ªa que interrumpir durante un momento los espect¨¢culos estilo Cecil B. de Mille en que ahora se complace, para darse el enojoso trabajo de excomulgarme, aunque, cumplida esa obligaci¨®n burocr¨¢tica, se quedar¨ªa de brazos ca¨ªdos. Ya le escasean las fuerzas para proezas m¨¢s atrevidas, puesto que los r¨ªos de l¨¢grimas llorados por sus v¨ªctimas empaparon, esperemos que para siempre, la le?a de los arsenales tecnol¨®gicos de la primera inquisici¨®n. En cuanto al islamismo, en su moderna versi¨®n fundamentalista y violenta (tan violenta y fundamentalista como fue el cristianismo en los tiempos de su apogeo imperial), la consigna por excelencia, todos los d¨ªas insanamente proclamada, es "muerte a los infieles", o en traducci¨®n libre, si no crees en Al¨¢ no eres m¨¢s que una inmunda cucaracha que, pese a ser tambi¨¦n una criatura nacida del Fiat divino, cualquier musulm¨¢n cultivador de los m¨¦todos expeditivos tendr¨¢ el sagrado derecho y el sacrosanto deber de aplastarla bajo la babucha con la que entrar¨¢ en el para¨ªso de Mahoma para ser recibido en el voluptuoso seno de las hur¨ªes. Perm¨ªtaseme, por tanto, que vuelva a decir que Dios, habiendo sido siempre un problema, es ahora el problema.
Como cualquier otra persona para quien la situaci¨®n del mundo en que vive no le es del todo indiferente, vengo leyendo algo de lo que por ah¨ª se escribe sobre los motivos de naturaleza pol¨ªtica, econ¨®mica, social, psicol¨®gica, estrat¨¦gica, y hasta moral, en que se presume que han echado ra¨ªces los movimientos islamistas agresivos que est¨¢n lanzando sobre el denominado mundo occidental (aunque no s¨®lo en ¨¦se) la desorientaci¨®n, el miedo, el m¨¢s extremo terror. Fueron suficientes, aqu¨ª y all¨ª, unas cuantas bombas de relativa baja potencia (recordemos que casi siempre fueron transportadas en mochilas hasta el lugar de los atentados) para que los cimientos de nuestra tan luminosa civilizaci¨®n se estremecieran y se abrieran brechas, a la vez que se tambaleaban aparatosamente las precarias estructuras de seguridad colectiva con tanto trabajo y gasto levantadas y mantenidas. Nuestros pies, que cre¨ªmos fundidos en el m¨¢s resistente de los aceros, eran, a la postre, de barro.
Es el choque de civilizaciones, se dice. Ser¨¢, pero a m¨ª no me lo parece. Los m¨¢s de siete mil millones de habitantes de este planeta, todos ellos, viven en lo que ser¨ªa m¨¢s exacto llamar civilizaci¨®n del petr¨®leo, y hasta tal punto, que ni siquiera est¨¢n fuera de ella (viviendo, claro est¨¢, su falta) quienes se encuentran privados del precioso oro negro. Esta civilizaci¨®n del petr¨®leo crea y satisface (de manera desigual, ya lo sabemos) m¨²ltiples necesidades que no s¨®lo re¨²nen alrededor del mismo pozo a los griegos y troyanos de la cita cl¨¢sica, sino tambi¨¦n a los ¨¢rabes y no ¨¢rabes, a los cristianos y a los musulmanes, sin hablar de los que, no siendo ni una cosa ni otra, tienen, donde quiera que se encuentren, un autom¨®vil que conducir, una excavadora que poner en marcha, un mechero que encender. Evidentemente, esto no significa que bajo esta civilizaci¨®n del petr¨®leo que es com¨²n a todos no sean discernibles los rasgos (m¨¢s que simples rasgos en ciertos casos) de civilizaciones y culturas antiguas que ahora se encuentran inmersas en un proceso tecnol¨®gico de occidentalizaci¨®n a marchas forzadas, y que, s¨®lo con mucha dificultad, ha logrado penetrar en el meollo sustancial de las mentalidades personales y colectivas correspondientes. Por alguna raz¨®n se dice que el h¨¢bito no hace al monje...
Una alianza de las civilizaciones, en feliz hora propuesta por el presidente del Gobierno espa?ol y cuya idea ha sido recientemente retomada por el secretario general de la Organizaci¨®n de Naciones Unidas, podr¨¢ representar, en el caso de que llegue a concretarse, un paso importante en el camino de una disminuci¨®n de las tensiones mundiales de que cada vez parece que estamos m¨¢s lejos, aunque ser¨ªa insuficiente desde todos los puntos de vista si no incluyera, como ¨ªtem fundamental, un di¨¢logo de religiones, ya que en este caso queda excluida cualquier remota posibilidad de una alianza... Como no hay motivos para temer que chinos, japoneses e indios, por ejemplo, est¨¦n preparando planes de conquista del mundo, difundiendo sus diversas creencias (confucionismo, budismo, tao¨ªsmo, sinto¨ªsmo, hinduismo) por v¨ªa pac¨ªfica o violenta, es m¨¢s que obvio que cuando se habla de alianza de las civilizaciones se est¨¢ pensando, especialmente, en cristianos y musulmanes, esos hermanos enemigos que vienen alternando, a lo largo de la historia, ora uno, ora otro, sus tr¨¢gicos y por lo visto interminables papeles de verdugo y de v¨ªctima.
Por tanto, se quiera o no se quiera, Dios como problema, Dios como piedra en medio del camino, Dios como pretexto para el odio, Dios como agente de desuni¨®n. Pero de esta evidencia palmaria no se osa hablar en ninguno de los m¨²ltiples an¨¢lisis de la cuesti¨®n, tanto si son de tipo pol¨ªtico, econ¨®mico, sociol¨®gico, psicol¨®gico o utilitariamente estrat¨¦gico. Es como si una especie de temor reverencial o de resignaci¨®n a lo "pol¨ªticamente correcto y establecido" le impidiera al analista entender algo que est¨¢ presente en las mallas de la red y las convierte en un entramado laber¨ªntico del que no hemos tenido manera de salir, es decir, Dios. Si le dijera a un cristiano o a un musulm¨¢n que en el universo hay m¨¢s de 400.000 millones de galaxias y que cada una de ellas contiene m¨¢s de 400.000 millones de estrellas, y que Dios, sea Al¨¢ u otro, no podr¨ªa haber hecho esto, mejor a¨²n, no tendr¨ªa ning¨²n motivo para hacerlo, me responder¨ªan indignados que para Dios, sea Al¨¢, sea otro, nada es imposible. Excepto, por lo visto, a?adir¨ªa yo, establecer la paz entre el islam y el cristianismo, y de camino, conciliar a la m¨¢s desgraciada de las especies animales que se dice que ha nacido de su voluntad (y a su semejanza), la especie humana, precisamente.
No hay amor ni justicia en el universo f¨ªsico. Tampoco hay crueldad. Ning¨²n poder preside los 400.000 millones de galaxias y los 400.000 millones de estrellas que existen en cada una. Nadie hace nacer el Sol cada d¨ªa y la Luna cada noche, incluso cuando no es visible en el cielo. Puestos aqu¨ª sin saber por qu¨¦ ni para qu¨¦, hemos tenido que inventarlo todo. Tambi¨¦n inventamos a Dios, pero Dios no sali¨® de nuestras cabezas, permaneci¨® dentro, como factor de vida algunas veces, como instrumento de muerte casi siempre. Podemos decir "aqu¨ª est¨¢ el arado que inventamos", no podemos decir "aqu¨ª est¨¢ el Dios que invent¨® el hombre que invent¨® el arado". A ese Dios no podemos arrancarlo de dentro de nuestras cabezas, ni siquiera los ateos pueden hacerlo. Pero por lo menos, discut¨¢moslo. No adelanta nada decir que matar en nombre de Dios es hacer de Dios un asesino. Para los que matan en nombre de Dios, Dios no es s¨®lo el juez que los absuelve, es el Padre poderoso que dentro de sus cabezas antes junt¨® la le?a para el auto de fe y ahora prepara y coloca la bomba. Discutamos esa invenci¨®n, resolvamos ese problema, reconozcamos al menos que existe. Antes de que nos volvamos todos locos. Aunque ?qui¨¦n sabe? Tal vez ¨¦sa sea la manera de que no sigamos mat¨¢ndonos los unos a los otros.
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