La playa es como el aire, de todos
El 1 de agosto siempre llega a la playa un padre, de esos que miran las cosas como si se las fueran a comprar. Aparece de pronto, blanco azulado, adornado con perlas de sudor y coloretes rosa cochinillo de su primer paseo de exploraci¨®n desde el alojamiento al bar. Viste de esas marcas que tratan de convencernos de que hay que disfrazarse de safari en cuantito vamos a un lugar en el que antes nunca estuvimos. Y especifico "en el que nunca" porque si este padre se va a pasar las vacaciones al pueblo vestido de esta guisa, a la media hora de llegar ya le han preguntado tres que d¨®nde has dejado el elefante, Gerardo.
El padre suele preguntar al camarero, creyendo que es Eolo, cosas como este viento cu¨¢ndo se va. Y el camarero, que tambi¨¦n es un padre, se r¨ªe para dentro. El padre de playa se r¨ªe para dentro por no contestar una border¨ªa como que el viento se ir¨¢ cuando le d¨¦ la gana, porque no es Eolo, porque est¨¢ ya m¨¢s que moreno y, seguramente, m¨¢s que quemao. A cambio, pregunta qu¨¦ ponemos y el padre blanco dice, pues una cervecita. Y se la toma, y se pone en jarras, y chasquea la lengua despu¨¦s de cada trago, y se rasca su calva roja como disgustado. A nuestro padre le molestan la brisa y la exposici¨®n al sol, la dureza de la superficie y el precio de las hamacas, las salpicaduras de agua y el roce de la arena, la poqu¨ªsima presi¨®n de la cerveza y la risa para dentro del camarero. En definitiva, le molesta la playa en general. Y se va. Pero vuelve, cargado como un mulo, decidido a urbanizar. Coloca mesas, tumbonas, sillas de tijera, de las otras de culo bajo, sombrillas, esterillas, toallas, neveras, vasos, platos, objetos inflables y de pl¨¢stico, tel¨¦fonos, m¨²sicas, comidas, bebidas, madre, abuelas, ni?os y cu?ados, y los fortifica alrededor, con toldos contra vientos laterales por si acaso el malvado Eolo, conchabado con el padre de playa, se los fuera a arrebatar en dos soplos haci¨¦ndolos subir tan alto como las bolsas de pl¨¢stico que vuelan (y que matan a las tortugas que las comen creyendo que son medusas). Marca el territorio que ¨¦l cree justo para su camada, y la camada, desde que llega hasta que se va, aparta fren¨¦ticamente la arena de la toalla, de la ropa, de su cuerpo y de sus pies como si se quitara hormigas devoradoras de humanos turistas. Si por ¨¦l fuera y para garantizar la comodidad de los suyos, ser¨ªa capaz de solar sus dominios con sintasol imitando parquet y pintar¨ªa pasos de cebra para llegar a la orilla.
A nuestro padre le molestan la brisa y la exposici¨®n al sol, la dureza de la superficie y el precio de las hamacas
Y se pone a esperar a que pase el d¨ªa. Tras acalorados paseos (que m¨¢s que paseos, son rondas de vigilancia) entre la familia, el coche, el s¨²per, el apartamento, el chiringuito o el puesto de los socorristas en un no parar, al padre le dan las dos. Y se coloca ¨¦l mismo en su feudo, con una copita de fino, la barriga fuera y aires de marqu¨¦s, y por fin disfruta de sus vistas como si se las hubiera comprado.
Refresco del d¨ªa: beber ag¨¹ita fresca mirando al horizonte. Si est¨¢ usted rodeado de este tipo de gente que va a la playa porque es como la vi?a del se?or, que tiene que haber de todo, puede adentrarse en el agua con una botellita. Y deje que la mente se le ensanche, porque a los borregos que ha dejado atr¨¢s lo ¨²nico que se les van a ensanchar son sus orondos barrigones.
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