Farruquito, impune
Entre los accidentes mortales del pasado fin de semana figuran tres casos -en Madrid, Girona y Albacete- de atropellos en los que el conductor causante se dio a la fuga. Ello ha ocurrido cuando acaba de conocerse la sentencia del juicio contra el bailaor Juan Manuel Fern¨¢ndez Montoya, Farruquito, acusado de haber atropellado mortalmente a un peat¨®n cuando conduc¨ªa sin carnet ni seguro y a velocidad doble de la autorizada un veh¨ªculo de su propiedad, y de darse a la fuga sin prestar ayuda a la v¨ªctima. La sentencia es pol¨¦mica, m¨¢s que por su aparente benignidad -el bailaor ni siquiera entrar¨¢ en prisi¨®n por ser la condena inferior a dos a?os y carecer de antecedentes penales- por las circunstancias atenuantes apreciadas por la juez para justificar condena tan liviana.
El fallo considera a Farruquito culpable de sendos delitos de homicidio por imprudencia y de omisi¨®n del deber de socorro, pero reduce los m¨¢s de tres a?os que ped¨ªa el fiscal a 16 meses en total por considerar atenuantes cualificadas, por un lado, que se confesara culpable del delito y que, en v¨ªsperas del juicio, ofreciera 140.000 euros a la familia de la v¨ªctima; y, por otro, que, antes de emprender la huida, comprobara que otras personas atend¨ªan a la v¨ªctima tras el atropello. Es cierto que el C¨®digo Penal de 1995 considera atenuante la confesi¨®n voluntaria, con independencia de que responda o no a "arrepentimiento espont¨¢neo", como exig¨ªa el viejo C¨®digo; pero suena a broma hablar de confesi¨®n voluntaria cuando se produjo tras la detenci¨®n del acusado, una vez descubierto el apa?o intentado para que se confesara culpable su hermano, menor de edad.
Respecto a la omisi¨®n de socorro, hay sentencias del Supremo que establecen claramente que el deber de prestar ayuda en casos como el considerado afecta a todos, y especialmente al causante del mal, sin que pueda alegarse que otros se ocupan para dejar de hacerlo. As¨ª, lo que a simple vista m¨¢s parecen agravantes que atenuantes -huir del lugar tras comprobar la gravedad del suceso, intentar culpar a un menor para burlar a la justicia-, o argucias leguleyas -ofrecer dinero a la familia de la v¨ªctima para beneficiarse de la atenuante de voluntad de reparaci¨®n- han sido convertidos en coartadas de la impunidad. Es l¨®gico que la opini¨®n p¨²blica se alarme ante una sentencia que convierte en papel mojado los consejos de la Direcci¨®n General de Tr¨¢fico sobre comportamientos inc¨ªvicos de los conductores.
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