El aviador que ardi¨®
Un ¨¢ngel llev¨® a Steinhoff al infierno. Experimentado piloto de caza alem¨¢n con un rotundo saldo de 176 victorias en el aire, el aviador se encaram¨® aquel 18 de abril de 1945 a su flamante Messerschmitt 262, un aparato maravilloso, el primer reactor de combate operacional del mundo, para lanzarse a su misi¨®n n¨²mero 900. El hombre que sub¨ªa al rutilante aeroplano -una m¨¢quina sensacional que parec¨ªa un tibur¨®n y volaba "como un ¨¢ngel", seg¨²n la descripci¨®n del as de caza Adolf Galland-, encarnaba como un hermoso halc¨®n todo lo de arrojado, fiero y salvaje que representa la aviaci¨®n de caza. Considerado oficiosamente "el hombre m¨¢s guapo de la Luftwaffe" y un tipo bastante decente que abogaba por hacer la guerra en los cielos de la manera m¨¢s caballerosa y justa posible y hasta tuvo los arrestos de enfrentarse a su corrupto jefe, el mariscal Goering, Steinhoff acab¨® la jornada convertido f¨ªsicamente en un monstruo.
En sus sue?os aparec¨ªa el Etna, sobre cuya caldera hab¨ªa combatido en Sicilia y que le devolv¨ªa a aquel instante espantoso de fuego que le desfigur¨®
Fue uno de los ases protagonistas del c¨¦lebre mot¨ªn de los pilotos de caza contra Goering a causa de la demencial manera de ¨¦ste de conducir la guerra a¨¦rea
Al despegar junto a otros miembros de su escuadrilla de jets, la selecta Jagdverband 44, la mejor agrupaci¨®n de pilotos que ha conocido la historia, incluyendo al circo del Bar¨®n Rojo, el tren de aterrizaje del avi¨®n de Steinhoff se hundi¨® en el cr¨¢ter de una bomba mal tapado. El reactor, encabritado, se elev¨® de un salto un metro en el aire y se estrell¨®. Empez¨® a incendiarse y mientras el aviador trataba de abrir la cabina una enorme explosi¨®n sacudi¨® el aparato al estallar los 24 cohetes R4M de armamento que portaba bajo las alas. En medio del combustible ardiente, Steinhoff se abrasaba vivo. Consigui¨® salir entre las llamas, rodar y alejarse a rastras del aparato, que se disolvi¨® en una ensordecedora deflagraci¨®n final. Aullaba de dolor. Su rostro se hab¨ªa fundido como cera en un horno. Le llevaron a un hospital donde los m¨¦dicos decretaron que no sobrevivir¨ªa, y all¨ª qued¨® dos a?os, como el protagonista de El paciente ingl¨¦s, convertido en una gran llaga sufriente que so?aba cielos azules y grandes desiertos amarillos -los que hab¨ªa sobrevolado en ?frica-. En sus sue?os aparec¨ªan tambi¨¦n el Etna, sobre cuya caldera hab¨ªa combatido en Sicilia y que le devolv¨ªa a aquel instante espantoso de fuego que le desfigur¨®, y los paisajes nevados de Rusia, cuyo helado recuerdo mitigaba su ardiente dolor.
Al rev¨¦s que el aviador cinematogr¨¢fico que interpretaba Ralph Fiennes, Steinhoff se salv¨®. Pero durante a?os hubo de someterse a penosas operaciones, como otros pilotos de la II Guerra Mundial arrojados del cielo (v¨¦ase el conmovedor libro The reconstruction of warriors, de E. R. Mayhew, Greenhill, 2004). En 1969, un cirujano pl¨¢stico le rehizo los p¨¢rpados con piel del brazo y pudo quitarse por fin las gafas oscuras que proteg¨ªan sus ojos condenados hasta entonces a permanecer siempre abiertos.
Sus primeros combates
Johannes Steinhoff, M?cki, nacido en Bottendorf, Turingia, en 1913, era hijo de un agricultor y estudi¨® para ser maestro antes de que la recesi¨®n en Alemania tras la I Guerra Mundial y el paro le llevaran a alistarse en la marina. De all¨ª pas¨® a la aviaci¨®n naval y luego a la Luftwaffe. Steinhoff empez¨® a volar en 1935 junto a muchos de los que ser¨ªan tambi¨¦n grandes ases. Su primer combate fue contra bombarderos brit¨¢nicos sobre Holanda en 1939: derrib¨® uno. Particip¨® en la Batalla de Inglaterra y en sus letales dogfights, donde aprendi¨® a valorar la pericia, el coraje y la "deportividad" de los pilotos de la RAF. Luego luch¨® en Rusia y desde el aire vio morir un ej¨¦rcito en Stalingrado para despu¨¦s pasar al Norte de ?frica, a Italia, a Ruman¨ªa y a defender los cielos de Berl¨ªn.
Patriota pero no nazi -Hitler le hizo callar en un par de c¨¦lebres ocasiones en que expres¨® arriesgadamente ante el f¨¹hrer su opini¨®n sobre la equivocaci¨®n de la guerra en el Este y el absurdo uso del Me-262 como bombardero-, Steinhoff fue uno de los protagonistas del c¨¦lebre mot¨ªn de los pilotos de caza contra Goering a causa de la demencial manera de ¨¦ste de conducir la guerra a¨¦rea y de su mal¨¦vola obsesi¨®n por culpabilizar de las derrotas a los pilotos. Estuvo a punto de terminar ante una corte marcial pero finalmente se le reclut¨® para la JV 44, la desesperada escuadrilla final de ases en reactores, donde sufri¨® el accidente, y ardi¨®.
La historia de Steinhoff, que supo sobreponerse a sus quemaduras y su deformidad y regres¨® al mundo de la aviaci¨®n para convertirse en uno de los generales responsables de la nueva fuerza a¨¦rea alemana en la OTAN -muri¨®, retirado, en 1994; su hija ?rsula se cas¨® con un senador de EE UU-, no atrae s¨®lo por sus ecos mitol¨®gicos de ?caro guerrero ca¨ªdo y abrasado -y posterior F¨¦nix de la Luftwaffe-. Escribi¨® un bello libro de memorias, Messerschmitts over Sicilly (Pen & Sword, 2004), que, convertido ya en un cl¨¢sico de la aviaci¨®n, relata las peripecias de Steinhoff y su grupo de caza en el verano de 1943, desde su llegada a Sicilia tras el desastre del Afrika Korps hasta su retirada de la isla por la invasi¨®n aliada.
El aviador narra experiencias de vuelo y fren¨¦ticos combates a¨¦reos -entre el staccato de las ametralladoras y los mortales dedos luminosos de las trazadoras- con una emoci¨®n y un lirismo dignos de James Salter. Inferiores en n¨²mero, volando en los ya obsoletos Me-109 desde sus bases junto al durrelliano monte Erice, Steinhoff ("Odiseo Uno") y sus hombres se enfrentan d¨ªa tras d¨ªa, sin ninguna esperanza, a las oleadas de bombarderos y enjambres de cazas enemigos. Goering les acusa de cobard¨ªa, pero Steinhoff y sus aviadores siguen luchando y cayendo, sobre el mar y los campos de olivos, envueltos en el embriagante v¨¦rtigo de la velocidad y en el olor a sudor, fuel y cordita. En un pasaje, Steinhoff sobrevuela el templo de Segesta y mientras la aurora ti?e las columnas d¨®ricas, la cabina se inunda de un brillo cegador, envolviendo al piloto en un resplandeciente y terrible augurio.
Un encuentro con el reactor de Hitler
FUE COMPLICADO llegar hasta ¨¦l, pero vali¨® la pena. Durante a?os hab¨ªa so?ado con ver un Messerschmitt 262, uno de los aparatos legendarios de la historia de la aviaci¨®n (v¨¦ase Hitler's jet plane, de Mani Ziegler, Greenhill, 2004), y ahora estaba por fin ante el temido reactor, capaz de volar a casi 900 kil¨®metros por hora para espanto de los aviones de h¨¦lice y pist¨®n. Con su aspecto de escualo, reposaba en el museo del antiguo campo de aviaci¨®n de Kbely, en las afueras de Praga. Puse la mano sobre su morro prominente y cerr¨¦ los ojos para conjurar los sue?os de la bestia dormida. Vi arder a Steinhoff y caer al gran Nowotny gritando: "?Mierda, mi turbina!". El mejor piloto del jet fue, sin embargo, Kurt Welter, que volaba en ¨¦l de d¨ªa y de noche, despegando desde las autobahn, y, lo que son las cosas, fue a morir en 1949 cuando el coche se le cal¨® en un paso a nivel sin barrera. La historia de los Me-262, aunque lucharon en el bando de los malos, es muy emocionante. Tremendamente vulnerables en tierra, como los albatros (el reactor recibi¨® precisamente dos nombres de ave: Schwalbe, golondrina, y Sturmvogel, petrel), los pilotos enemigos los cazaban al despegar y aterrizar, convirti¨¦ndolos en fugaces p¨¢jaros de fuego.
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