El juego de Mircea
Una peque?a editorial de Bucarest acaba de reeditar Cascadorii. En 1969, este delgado libro de relatos dio que hablar en los c¨ªrculos literarios: era la primera obra del joven literato, que ten¨ªa 27 a?os. Ahora se reedita como la rareza de un autor que despu¨¦s de escribir esos relatos tir¨® la pluma. Le he preguntado a Mircea Popa por qu¨¦, habiendo entrado con tan buen pie en la senda de la literatura, la abandon¨® tan pronto y sin echar la vista atr¨¢s.
-Para m¨ª, escribir fue una forma de la libertad -responde-. Yo no consideraba la literatura como una profesi¨®n m¨¢s o menos agradable, ni siquiera como una herramienta para difundir un discurso sobre la libertad, sino propiamente como una forma de ser libre. Ahora bien, cuando me vi metido en la "guerrilla", ¨¦sta me pareci¨® una forma superior de la libertad. As¨ª que ?para qu¨¦ seguir escribiendo?
"La 'guerrilla', me pareci¨® una forma superior de la libertad. As¨ª que ?para qu¨¦ seguir escribiendo?"
"Durante la dictadura fue el m¨¢s valiente; y ahora que somos capitalistas, es el m¨¢s pr¨®spero de todos"
"Siempre ha habido dos Europas. La cat¨®lica y la protestante; la capitalista y la comunista"
Ahora, sus a?os de "guerrilla", la disidencia contra el r¨¦gimen totalitario de Nicolae Ceausescu, los registros domiciliarios, los secuestros de sus manuscritos, la huelga de hambre de "los cuatro", las temporadas en prisi¨®n, la libertad bajo vigilancia policial d¨ªa y noche, los contactos furtivos con embajadas, el sue?o, finalmente descartado, de exiliarse, y por fin el gesto que decidi¨® a la Seguridad del Estado a acabar de una vez con ¨¦l: la carta para Gorbachov que entreg¨® en la Embajada rusa... Todo eso ha quedado tan atr¨¢s que podr¨ªan parecer escenas de una pel¨ªcula en blanco y negro, una pel¨ªcula exagerada, con villanos muy malos (entre ellos el polic¨ªa que le llev¨® a la ¨²ltima c¨¢rcel mascullando la frase taquigr¨¢fica: "Esta vez para ti ser¨¢ la bala") y h¨¦roes muy valientes, y ¨¦l puede considerarse afortunado, pues a diferencia de sus poqu¨ªsimos compa?eros de viaje, los que se atrevieron a disentir y lo pagaron con la raz¨®n o la vida, ha sobrevivido. Y no s¨®lo sobrevivido: aunque la libertad le lleg¨® entrado ya en a?os, ha tenido suerte y hecho fortuna.
Calva, barba. P¨®mulos salientes, eslavos. Ojos rasgados, orientales. Pero el rasgo que lo caracteriza no es ninguno de esos, ni la barriga de Falstaf que en estos a?os ha incorporado, sino una facundia hom¨¦rica, un discursear infatigable... Popa s¨®lo se calla para lanzar grandes carcajadas con las que celebra las paradojas de la vida, las sorpresas que le da su propio pensamiento cuando se pone en marcha.
Ahora le vemos en el televisor, durante una emisi¨®n del canal DDTV sobre el tema La crisis como m¨¦todo. "Nuestros problemas son los problemas residuales del totalitarismo", dice. "No podremos hablar de una Rumania nueva hasta que el poder est¨¦ en las manos de gente que no haya tocado el Estado totalitario. Incluso el presidente Traian Balsescu, en el debate con Nastase previo a las elecciones legislativas del pasado oto?o, dijo, con una frase emblem¨¢tica y que le result¨® provechosa de cara a las urnas, que el pa¨ªs ten¨ªa el lamentable problema de tener que elegir entre dos ex comunistas. Desgraciadamente para ¨¦l, ten¨ªa raz¨®n".
El conductor del debate le pregunta ahora sobre la Uni¨®n Europea.
-Siempre ha habido dos Europas. La cat¨®lica y la protestante, la capitalista y la comunista -responde Popa-. Tambi¨¦n hoy d¨ªa: una Europa ya ha saltado a la posmodernidad y vive instalada en ella, mientras que la otra a¨²n no ha agotado la modernidad. Y la capital de esta segunda Europa sigue siendo Mosc¨², porque es la m¨¢s retrasada en t¨¦rminos de modernidad... ?D¨®nde veo grandes esperanzas para Rumania? En sus defectos. Porque en el conjunto del posmodernismo, lo que eran defectos se vuelven cualidades. Fij¨¦monos, por ejemplo, en los espa?oles, c¨®mo han progresado en el contexto europeo gracias a sus defectos; son menos trabajadores que los alemanes, por ejemplo, menos disciplinados, menos serios. ?Pero todo eso, desde el punto de vista del posmodernismo, son ventajas! A los alemanes, Espa?a les tiene desconcertados. Creen que Espa?a se ha reconstruido con su dinero, con el dinero de los alemanes. Pero no: se ha reconstruido con sus contravalores. Y nosotros, los rumanos, tenemos derecho a alimentar grandes esperanzas, porque nuestros defectos son a¨²n mayores que los de los espa?oles...".
Carcajada hom¨¦rica. Cada martes comparece en ese debate televisivo explicando sus ideas, las mismas que comparte con el pol¨ªtico emergente al que asesora, Cosmin Gusa, presidente del nuevo partido Iniciativa Nacional, en el que tiene depositadas todas sus esperanzas porque es joven para haber sido contaminado por el antiguo r¨¦gimen.
-Es joven, es ex gerente porque viene de una empresa privada, y encarna para m¨ª el ideal socialdem¨®crata. La dificultad de montar en Rumania un partido socialdem¨®crata est¨¢, en primer lugar, en que a los ex comunistas les cuesta entender algo muy sencillo: que la mano de obra es una mercanc¨ªa y como tal hay que intentar venderla lo m¨¢s cara posible. Como no aceptan esto, tampoco pueden comprender los mecanismos de la sociedad capitalista.
Etc¨¦tera.
El televisor est¨¢ colocado en el alf¨¦izar de una ventana, en la casa que los Popa compraron hace unos a?os en Tesior ("Peque?os tilos"), un pueblo miserable pero virgiliano, treinta kil¨®metros al sur de Bucarest. Es una casita de adobe, t¨ªpica del agro rumano, con dos habitaciones, techo bajo y el suelo cubierto de alfombras de pared a pared. Enfrente, los Popa han construido otra, de aspecto similar pero acondicionada con las comodidades propias de la vida moderna. Entre el huerto y los ¨¢rboles frutales, nogales, cerezos, almendros que se extienden hasta los bosques de robles y acacias impenetrables, que nadie limpia pero nunca se queman, Popa ha instalado cinco largos dep¨®sitos de gas de los que Elena Ceausescu mand¨® colocar en el techo de los autobuses para ahorrar energ¨ªa en el transporte p¨²blico; aqu¨ª esos dep¨®sitos se usan para que el agua del pozo, que sale muy fr¨ªa, se temple antes de usarse para regar.
Al otro lado de la valla, por el camino que se abre entre las dos hileras de casas en un estado de postraci¨®n y pereza secular, pasa una carreta tirada por un penco, alborotando un reba?o de ocas aleteantes. Tesior es un pueblo miserable, tercermundista. Es curioso que el pueblo de al lado prospera sin problemas. Es como si entre los dos quisieran ilustrar una f¨¢bula...
-En los a?os setenta -cuenta Vasile, un ingeniero en una empresa petrolera que tiene tambi¨¦n aqu¨ª su residencia de verano- muchos de los vecinos de Tesior emigraron a la capital, para ejercer all¨ª empleos parasitarios en hoteles y tiendas. Con el cambio de r¨¦gimen, esos empleos eran insostenibles y ellos tuvieron que regresar al pueblo. Mientras tanto, hab¨ªan perdido el ¨ªmpetu del trabajo. De ah¨ª esta miseria...
-La miseria obedece a que el cultivo de alfalfa, trigo y cebada no da para m¨¢s -opone otro invitado.
Se prepara una barbacoa: costillas de cerdo y de cordero y un bloque de tocino, que aqu¨ª se come como embutido, en lonchas finas sobre el pan, junto con tomates, ajos y cebollas. En el grupo todos son "nuevos rumanos", o sea, profesionales con estudios, de media edad, con conocimientos de idiomas extranjeros, con buenos sueldos en la industria transnacional y con residencias secundarias en Tesior. Vasile ve llegar el Dacia de Mircea y suspira: "Es un tipo asombroso. Durante la dictadura fue el m¨¢s valiente; y ahora que somos capitalistas, es el m¨¢s pr¨®spero de todos".
Mircea Popa (un nombre tan com¨²n aqu¨ª como Juan P¨¦rez en Espa?a) se ha convertido en uno de los "nuevos rumanos" por antonomasia. Hace diez a?os, enfrentado a la evidencia de que la ¨¦poca de la "guerrilla" hab¨ªa concluido, se resign¨® a la idea de ganar un poco de dinero para mantenerse y mantener a su mujer Luc¨ªa y su hijo Alexandru. ?Ten¨ªa que ofrecerse como asalariado a alguna de las multinacionales que empezaban a desembarcar en Bucarest o arriesgarse a montar su propia empresa? La idea de ser empleado no le seduc¨ªa. Lo hab¨ªa sido por primera vez despu¨¦s de cumplir treinta y tantos a?os, en la gesti¨®n del cine Europa, donde proyectaba pel¨ªculas sovi¨¦ticas y organizaba sesiones de cine f¨®rum que, so pretexto de an¨¢lisis del lenguaje cinematogr¨¢fico, le serv¨ªan para conspirar. Y aquella experiencia acab¨® con la primera temporada entre rejas.
Todo estaba por hacer. En el a?o 1995 se decidi¨® a fundar algo que era totalmente nuevo en Rumania, una empresa capaz de imprimir y preparar superficies para imprimir sin necesidad de pasar por los viejos talleres tipogr¨¢ficos. Dos amigos, el uno un m¨¦dico exiliado y el otro un abogado, le adelantaron el dinero que necesitaba para comprar las primeras m¨¢quinas en Alemania sin recurrir a los bancos, que en Rumania prestan el dinero con intereses muy caros. En su primera incursi¨®n en la econom¨ªa de mercado afront¨® los sinsabores de las cuentas que no cuadran y los insomnios propios del empresario que empieza... y tambi¨¦n la curiosa, excitante experiencia de ver c¨®mo una idea se transforma como por arte de magia en dinero l¨ªquido:
-E um joc... um joc... -"es un juego", dec¨ªa, en un tono risue?o, en el que yo percib¨ªa una decepci¨®n de fondo. La decepci¨®n del que se adentra en escenarios vitales desconocidos sabiendo que esos escenarios van a ser los del resto de su vida, y va comprobando que no tienen un sentido de relato, ni una moral, ni siquiera una moraleja. Y tal vez tambi¨¦n la decepci¨®n de que el riesgo que se corre no es de vida o muerte.
Le resultaba asombrosa la facilidad con que el dinero se multiplicaba en sus manos y la rapidez con que pod¨ªa desvanecerse. Una alquimia modesta en donde la piedra filosofal puede ser una ocurrencia repentina, una conversaci¨®n telef¨®nica. A sus amigos tambi¨¦n se lo parec¨ªa, porque Mircea hizo fortuna de la nada. Es obvio que en estos quince a?os se ha formado en Rumania una nueva burgues¨ªa y que la sociedad civil est¨¢ dando sus primeros pasos, pero el capital que esa burgues¨ªa maneja no procede a¨²n de las plusval¨ªas que supuestamente genera el trabajo, sino de la venta de las empresas nacionales. Entre las excepciones est¨¢n las dos empresas de Popa, el taller de artes gr¨¢ficas Argument y la agencia de noticias Rusia al D¨ªa, una agencia "ni apolog¨¦tica ni deprecatoria", explica.
-No soy un hombre rico, aunque tampoco pobre -dice-. Cumplo con los requisitos de la clase media: poseo un autom¨®vil, vivo en una casa confortable, poseo una segunda residencia de descanso, etc¨¦tera...
Ahora, con dos empresas en marcha y proyectos para fundar otras dos, centradas en el negocio del "humo", como ¨¦l llama a la informaci¨®n, le recuerdo aquella expresi¨®n -"es un juego... un juego..."- que repet¨ªa como un mantra cuando daba sus primeros pasos por el mercado capitalista, y ¨¦l matiza:
-Desde luego, los negocios son un juego. Requieren capacidad de razonar, de dar soluciones a los problemas que van surgiendo, y finalmente se trata de fascinar al que tienes enfrente. Por ejemplo, uno de los mayores negocios de estos ¨²ltimos a?os ha sido la telefon¨ªa m¨®vil. ?Recuerdas que se viv¨ªa perfectamente sin m¨®viles, que nadie los necesitaba? Bueno, pues se invent¨® la necesidad y ahora son del todo imprescindibles. Claro que en ese juego hay un factor de injusticia: el capitalismo es injusto porque es obvio que al final siempre hay uno que enga?a al otro. Y los fracasados, los perdedores, son los que no pueden enga?ar...
Le escucho hablar de este tema y de otros, y Luc¨ªa, su mujer, va traduciendo puntualmente. Si Mircea Popa es un ser de incansable locuacidad, nunca he visto a su esposa decir estoy cansada de traducir.
De hecho la conoc¨ª a ella antes que a ¨¦l, en los d¨ªas de la "revoluci¨®n" que acab¨® a tiros con el r¨¦gimen comunista. El 22 de diciembre de 1989 me encontraba a las afueras de Bucarest, en la zona de los lagos, en el edificio Scinteia, donde ten¨ªan la sede todos los diarios y las estaciones de radio del pa¨ªs. El personal del edificio estaba sumido en un frenes¨ª de desatada alegr¨ªa. Me col¨¦ en un despacho donde los periodistas celebraban la revoluci¨®n bebiendo, tomando unos modestos canap¨¦s, hablando fren¨¦ticamente, abraz¨¢ndose y riendo. Por casualidad me fij¨¦ en la mesa de la jefa del despacho: bajo la l¨¢mina de vidrio ten¨ªa dos fotograf¨ªas tama?o carnet del dictador, esa foto en que se le ve¨ªa repeinado y maquillado como un artista de Hollywood. El r¨¦gimen hab¨ªa ca¨ªdo tan de repente que a la pobre mujer no le hab¨ªa dado tiempo a tirar aquellas im¨¢genes de devoci¨®n, ahora comprometedoras. Pero ?por qu¨¦ dos fotos, es que no bastaba con una? Esta pregunta me preocupa todav¨ªa, quince a?os despu¨¦s. Buscando el aseo abr¨ª la puerta de un armario y me cayeron encima centenares de tomos encuadernados en piel blanca, con las obras completas del tirano. A mi espalda segu¨ªan el alborozo, los brindis por la libertad. Y en el pasillo percib¨ª la silueta oscura de una mujer.
Era una mujer peque?a, encogida, delgada; estaba sumida en la mayor de las angustias. Tom¨¢ndola por una partidaria del ca¨ªdo dictador (de ah¨ª pod¨ªa sacar un buen reportaje), di dos pasos atr¨¢s y la abord¨¦:
-?Qu¨¦ le pasa a usted, se?ora? Todos aqu¨ª de fiesta y en cambio usted parece tan, pero tan triste? ?C¨®mo es posible?
-Mi marido est¨¢ preso -respondi¨®-. El otro d¨ªa se lo llevaron y temo que... la situaci¨®n es tan...
Trat¨¦ de remontarle el ¨¢nimo, me dio su tel¨¦fono y a la noche siguiente me present¨¦ en su casa para celebrar la liberaci¨®n de su marido.
Mircea Popa, con un vaso en la mano, se acariciaba la cabeza monda, que le hab¨ªan rapado al entrar en prisi¨®n, y contaba a un reducido c¨ªrculo de amigos sus ¨²ltimas horas en la celda de la que hab¨ªa pensado que s¨®lo saldr¨ªa para ser conducido ante el pelot¨®n de fusilamiento. Desde el ventanuco de su celda hab¨ªa visto el helic¨®ptero de Ceausescu cruzando el cielo, pero no pod¨ªa imaginar que estuviese huyendo. Luego el guardia abri¨® la puerta de la celda y le dijo que estaba libre, que se fuera. ?l se negaba, convencido de que iban a dispararle por la espalda y decir luego que hab¨ªa tratado de escapar. Finalmente, abandon¨® la celda, cruz¨® el patio de la c¨¢rcel y se encontr¨® corriendo por las avenidas, en el resplandor de los incendios, en el estruendo de las descargas de ametralladoras. Le hab¨ªan quitado los cordones de las botas y perdi¨® una en la carrera. Por fin se meti¨® en un parque, se tendi¨® boca arriba en el c¨¦sped y respir¨® como nunca lo hab¨ªa hecho antes. ?Era posible que la pesadilla hubiese terminado? Sobre su cuerpo tendido con los brazos y piernas en cruz gravitaba una noche sin estrellas.
En ese comedor siguen los cuadros de amigos pintores, que le retrataban cuando ten¨ªa el rostro huesudo y descarnado y largos mechones de pelo y parec¨ªa Dostoievski redivivo. Siguen all¨ª las obras completas de Marx y los venerables vol¨²menes de las Fundaciones reales, donde se re¨²ne lo mejor de la tradici¨®n literaria y human¨ªstica de Rumania y en cuya lectura form¨® Mircea su primera vocaci¨®n de narrador. Nosotros tambi¨¦n seguimos all¨ª, ¨¦l hablando, su esposa traduciendo y yo escuchando, y los tres razonablemente contentos, aunque yo recuerde el poema de Borges sobre Ulises que ya ha regresado a ?taca, a Pen¨¦lope: "...pero ?d¨®nde est¨¢ aquel hombre / que en los d¨ªas y en las noches del destierro / vagaba por el mundo como un perro / y dec¨ªa que Nadie era su nombre?".
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