Guerras privadas
Guerras privadas se titulaba el libro de relatos con el que obtuvo Pedro Ugarte (Bilbao, 1963) un Premio NH y me lo apropio para encabezar este comentario a una nueva entrega, una docena de cuentos, pues ciertamente les cuadra el t¨ªtulo a estas historias cotidianas, que tienen, algunas, la frescura de la mejor tradici¨®n de la literatura corta norteamericana contempor¨¢nea, y est¨¢n maceradas todas ellas con una sutil iron¨ªa. Historias cotidianas de matrimonios que se deshacen, o se le va de las manos como el mercurio a uno de ellos, por un exceso de suerte o por una cadena de errores, cometidos todos ellos, faltar¨ªa m¨¢s, por el hombre que es la voz del narrador, se llame Jorge o no, aunque casi siempre as¨ª es: matrimonios o relaciones de parejas afeados por la mancha de ¨®xido de la rutina. Cuentos otros atravesados por la amistad, una amistad -muy presente en esta colecci¨®n, ir¨®nicamente desenfocada hasta la inverosimilitud en El invitado- que mantiene a flote la historia, o que la hunde, si hay, como en el relato que da t¨ªtulo a la colecci¨®n, una mujer, la del amigo, poco predispuesta. Son especialmente notables -tienen un calado mayor- los relatos que se refieren a las relaciones laborales, la tercera pata de este taburete que nos ofrece Ugarte: matrimonio, amistad, trabajo. Un hombre de letras es una acertada descripci¨®n del mundo laboral con unas gotas de vinagre kafkiano y, a la vez, una ir¨®nica vuelta de tuerca al tema de la vocaci¨®n literaria provincial. Si no el mejor -el tono medio de este libro de Pedro Ugarte, que es un gran cultivador del g¨¦nero y se le nota c¨®modo en la tarea, es muy alto-, s¨ª el relato m¨¢s elaborado y conseguido, con m¨¢s cargas de profundidad sobre la existencia cotidiana, acaso sea, Soldados del Ej¨¦rcito Rojo, en el que aguardan la hora de explotar esas cargas de profundidad a las que me refer¨ªa en un medio tan conflictivo como es el laboral, tierra bald¨ªa de buenos sentimientos y ring donde hacer ejercicio diario y violento continuamente. Y quisiera no olvidarme, adem¨¢s, para completar la agradable sensaci¨®n que deja este libro, dos cuentos aparentemente sencillos, pero con muchos recovecos, como son: Los comedores de fruta, con esa sutil insinuaci¨®n, mediante una pose fotogr¨¢fica, de una cierta mirada incestuosa, o El caf¨¦ del Mercado, donde una pareja con una mesa por medio se re¨²ne, pac¨ªficamente, para pactar una ruptura y dejar a salvo de las mareas y los guijarros de la orilla a los hijos. En fin, creo que me han gustado, y mucho, todos.
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