Adi¨®s a Gaza
Cierra los ojos por un momento e imag¨ªnate la situaci¨®n siguiente: de pronto, alguien golpea la puerta de casa. Son los soldados. Te entregan una orden de evacuaci¨®n y empiezan inmediatamente a cumplir su misi¨®n. ?Por d¨®nde empezar¨¢n?". Eso se pregunta en voz alta Racheli, de 25 a?os, casada, madre de dos hijas, vecina del asentamiento jud¨ªo de Neve Dekalim e inquilina de un peque?o chal¨¦ que comparte con 12 familiares.
Sobre las cuatro generaciones de los Shalva gravita un mandato de expulsi¨®n, que amenaza convertir sus vidas en una pesadilla. Por decisi¨®n del Gobierno de Ariel Sharon, 8.000 colonos tendr¨¢n que abandonar a partir de ma?ana sus colonias en Gaza. Si no lo hacen, el plan prev¨¦ desalojarlos por la fuerza.
Racheli Shalva: "Estoy segura de que empezar¨¢n por mi abuela. Es fr¨¢gil y no podr¨¢ resistir a la fuerza de los militares"
El plan de Sharon supone demoler 21 asentamientos y trasladar a unos 8.000 colonos a otras zonas en el interior de Israel, con fuertes compensaciones
La resistencia al 'plan de desconexi¨®n' de Gaza ha fomentado una revuelta popular que ha te?ido Israel de naranja, el color de la protesta
Avi Farhan es un caso excepcional entre los colonos jud¨ªos: quiere quedarse en su casa de Elei Sina¨ª y convertirse en ciudadano palestino
Es de noche y, como es habitual, se han reunido en el comedor para cenar. Los comensales tienen las miradas fijas en los platos y en la abuela Penina, de 92 a?os, que en un extremo de la gran mesa y con un pulso tembloroso trata de llevarse la cuchara de sopa hasta la boca. Es una superviviente del holocausto nazi. Desde el campo de exterminio de Auschwitz logr¨® llegar a Israel ilegalmente en un barco con otros inmigrantes, hace m¨¢s de cinco d¨¦cadas.
Antes de desembarcar en la tierra prometida se vio obligada a pasar otro largo calvario en la isla de Chipre, donde fue retenida durante meses por las autoridades y la polic¨ªa colonial brit¨¢nicas. Su vida ha sido un continuo desasosiego hasta que ahora, en la recta final de su existencia, ha encontrado por fin refugio en esta casa. Su intenci¨®n era seguir envejeciendo aqu¨ª, hasta el ¨²ltimo de sus d¨ªas.
"Los soldados empezar¨¢n por mi abuela, estoy segura. Es una mujer fr¨¢gil y no pesa mucho. Adem¨¢s, no podr¨¢ resistir a la fuerza de los militares. Con los ojos llenos de l¨¢grimas tratar¨¢ de explicarles, en vano, que ¨¦sta no es la primera vez en su vida que la sacan por la fuerza de su casa. De nada servir¨¢n las quejas, porque en un santiam¨¦n estar¨¢ en el autob¨²s del ej¨¦rcito, presta a sufrir una nueva expulsi¨®n", explica Racheli.
Por un momento, la muchacha vuelve a estremecerse imagin¨¢ndose lo dif¨ªcil que ser¨¢ para todos los miembros de su familia reconstruir sus vidas tras haber vivido 23 a?os en el asentamiento. ?Qu¨¦ pasara, por ejemplo, con esa peque?a librer¨ªa-papeler¨ªa que regenta con su padre?
La orden de expulsi¨®n de los Shalva ha sido firmada por Ariel Sharon de acuerdo con un plan minuciosamente estudiado y esbozado por el Estado Mayor del Ej¨¦rcito que tiene como objetivo final la descolonizaci¨®n de la franja de Gaza, la salida de una zona ocupada desde hace cerca de 30 a?os y la devoluci¨®n del territorio a las autoridades palestinas.
El plan incluye no s¨®lo la retirada del ej¨¦rcito y el desmantelamiento de las posiciones militares, sino adem¨¢s, sobre todo, la demolici¨®n de los 21 asentamientos y el traslado de sus 1.700 familias, con 8.000 habitantes en total, a otras zonas en el interior de Israel. El Gobierno israel¨ª ha previsto tambi¨¦n desmantelar 42 centros sociales, 36 guarder¨ªas, 7 escuelas elementales, 3 escuelas superiores, 38 sinagogas, 166 plantaciones hort¨ªcolas y un cementerio con 48 tumbas, entre las que se encuentran los restos de seis vecinos asesinados por las milicias palestinas durante los ¨²ltimos cinco a?os de Intifada.
Orden de expulsi¨®n
El mando militar israel¨ª empezar¨¢ a ejecutar las ¨®rdenes de expulsi¨®n por la fuerza el pr¨®ximo mi¨¦rcoles. Para llevar a t¨¦rmino la operaci¨®n ha puesto en pie una fuerza compuesta por 7.000 polic¨ªas, 25.000 soldados y centenares de veh¨ªculos blindados y carros de combate. Los estrategas han previsto aislar la zona, configurando una serie de c¨ªrculos conc¨¦ntricos que impedir¨¢n a los agitadores y curiosos acercarse hasta el lugar en que se encuentren las viviendas.
En un intento de ahorrar enfrentamientos, las autoridades han recomendado a los colonos salir voluntariamente de sus casas e instalarse en algunos de los seis poblados provisionales levantados en territorio israel¨ª, ofreciendo para ello su ayuda y cooperaci¨®n.
La invitaci¨®n a salir est¨¢ acompa?ada de unas generosas compensaciones econ¨®micas, que ascienden a m¨¢s de 300.000 d¨®lares (unos 230.000 euros) por familia, que se pueden ver incrementadas con otros complementos. Se ofrecen asimismo subvenciones para los propietarios de las empresas, negocios o invernaderos afectados. En total, el costo del plan es de unos 4.000 millones de d¨®lares.
"Yo tampoco me mover¨¦ de aqu¨ª. ?sta es mi casa", afirma Anita Tucker, de 59 a?os, vecina del asentamiento de Netzer Hazani, en el centro de la franja de Gaza, adonde lleg¨® hace m¨¢s de 20 a?os, despu¨¦s de haberse pasado media vida dando tumbos por el mundo. Su familia sali¨® de Alemania para huir a Polonia, Austria y Hungr¨ªa, siempre perseguida por los soldados y la polic¨ªa nazis.
Aunque temporalmente encontraron refugio en Londres, acabaron en Estados Unidos, de donde emigraron a Israel en 1969. Primero se afincaron en la ciudad de Bersheva, en el desierto del Neguev, donde Anita se cas¨®, estudi¨® biolog¨ªa y nacieron sus tres primeros hijos. Su pen¨²ltimo destino la ha llevado a este asentamiento de Gaza, en el que ha levantado una empresa hort¨ªcola que dirige con la ayuda de un pu?ado de trabajadores tailandeses.
El sue?o sionista de Anita Tucker, cultivar la tierra prometida con sus propias manos, amenaza con venirse abajo. Pero su actitud es firme. Est¨¢ decidida a resistir las presiones del Gobierno. Ha optado por atrincherarse en su casa, junto con sus hijos y sus nietos. En estos momentos de zozobra, su familia, como en muchos de los enclaves de Gush Katif (principal concentraci¨®n de colonias jud¨ªas), ha recibido el apoyo inesperado de otros miembros de la comunidad de colonos de Cisjordania.
Han llegado a su casa dispuestos a convertirse en escudos humanos. Ella les llama cari?osamente sus hu¨¦spedes. El mando militar calcula que entre 2.000 y 4.000 militantes de la extrema derecha, nacionalistas radicales, han conseguido entrar subrepticiamente en los asentamientos a pesar de la estrecha vigilancia de la polic¨ªa sobre los asentamientos de Gush Katif. Se teme que muchos est¨¦n armados.
"Hoy mismo he acabado de plantar en mis invernaderos millares de esquejes de apio. Espero recolectarlos dentro de unas semanas, en cuanto hayan crecido lo suficiente", asegura Anita Tucker, en un tono desafiante, como si tratara de obviar que, en apenas unos d¨ªas, los soldados israel¨ªes llamar¨¢n a la puerta para sacarla por la fuerza de su casa. La mujer asegura que no ha recibido ninguna oferta econ¨®mica del Gobierno israel¨ª para comprarle sus invernaderos, y mucho menos del de Estados Unidos, que seg¨²n algunos estar¨ªa dispuesto a desembolsar cuatro millones de d¨®lares en total para pagar a m¨¢s de un centenar de agricultores todas sus instalaciones, para traspasarlas despu¨¦s a los palestinos.
Resistir es la palabra que m¨¢s se repite estos d¨ªas en los asentamientos de Gaza. Las motivaciones personales y econ¨®micas se mezclan con las argumentaciones religiosas, configurando un parapeto detr¨¢s del cual se atrinchera la comunidad colona radical. Los rabinos extremistas han venido tambi¨¦n en su apoyo, alimentando con su doctrina y directrices la orden de no abandonar las casas. Afirman que estos enclaves de Gaza forman tambi¨¦n parte de la tierra prometida que Jehov¨¢ entreg¨® en su d¨ªa a su pueblo escogido, con la orden de preservarla y guardarla para siempre.
Tierra de jud¨ªos
"?sta es tierra de los jud¨ªos desde hace mas de 3.300 a?os. No es una zona conquistada militarmente, es nuestra casa de la misma manera que lo es Tel Aviv o Jerusal¨¦n", afirma Yehuda Heimnrath, de 51 a?os, sentado en el jard¨ªn de su casa del asentamiento de Beni Atzaman, donde vive desde hace 20 a?os. Ingeniero electr¨®nico, padre de seis hijos, abuelo de dos nietos, se considera un estricto observante religioso, pero sobre todo un firme defensor del Gran Israel, poseedor de "la fuerza de la verdad", que conseguir¨¢, en su opini¨®n, desbancar a la "fuerza del Gobierno".
Yehuda Heimnrath asegura que Ariel Sharon se ha servido de "m¨¦todos democr¨¢ticos" para cometer una aberraci¨®n pol¨ªtica y religiosa, una traici¨®n al pueblo jud¨ªo. Asume con absoluta tranquilidad de esp¨ªritu su radical oposici¨®n y, llegado el caso, estar¨ªa incluso dispuesto a franquear la barrera de la legalidad. Recuerda para tranquilizarse que Martin Luther King y Nelson Mandela, grandes l¨ªderes del movimiento pacifista moderno, fueron acusados tambi¨¦n en su d¨ªa de ser unos delincuentes. Con esta reflexi¨®n acaba de convertir en papel mojado la orden del ej¨¦rcito que establece que, a partir de media noche del d¨ªa 14, ser¨¢ ilegal la posici¨®n de los colonos que se nieguen a abandonar sus casas, lo que llevar¨¢ impl¨ªcito una serie de penalizaciones entre las que se incluye perder un tercio de sus indemnizaciones.
Las reflexiones de Yehuda Heimnrath no son banales. Es el fruto de un largo proceso de debate e introspecci¨®n, que inici¨® mucho tiempo atr¨¢s cuando, en 1982, vivi¨® una situaci¨®n similar, al ser expulsado del asentamiento de Yamit, que los israel¨ªes hab¨ªan levantado en el coraz¨®n de la pen¨ªnsula del Sina¨ª, tras la Guerra de los Seis D¨ªas de junio de 1967.
En aquella ocasi¨®n, los colonos afectados por el proceso de expulsi¨®n fueron alrededor de 6.000. Recibieron a cambio compensaciones astron¨®micas que alcanzaron el medio mill¨®n de d¨®lares de la ¨¦poca, un mill¨®n de d¨®lares de la actualidad, el doble de lo que percibir¨¢n los colonos de ahora. Estas indemnizaciones consiguieron anestesiar los ¨¢nimos y favorecieron una descolonizaci¨®n tranquila, con la ¨²nica excepci¨®n del enclave de Yamit. Los colonos convirtieron el asentamiento en una plaza fuerte y el ej¨¦rcito tuvo que ponerle asedio.
"Hay que resistir, pac¨ªficamente, pero resistir", insiste este viejo luchador sionista, convertido en uno de los principales propagandistas del movimiento de oposici¨®n a la retirada israel¨ª de la franja de Gaza. Su voz, junto con la de otros que piensan como ¨¦l, est¨¢ llegando con fuerza a todos los puntos de Israel. Es una llamada de alerta al resto de la comunidad colona, constituida por m¨¢s de 400.000 personas, distribuidas en 145 asentamientos situados en Cisjordania y Jerusal¨¦n Este. El movimiento colono teme que Gaza pueda servir de ensayo general para una descolonizaci¨®n parcial de otros asentamientos en las ¨¢reas por ellos bautizadas con los nombres b¨ªblicos de Judea y Samaria.
Revuelta naranja
El movimiento de resistencia colono ha fomentado una revuelta popular que ha te?ido Israel de naranja. Un ej¨¦rcito de muchachos entusiastas, en muchas ocasiones ni?os, distribuyen a los automovilistas en todos los cruces del pa¨ªs cintas de ese color. La agitaci¨®n ha conseguido saltar las fronteras, romper el aislamiento e infiltrarse en la comunidad jud¨ªa internacional. Las organizaciones sionistas europeas y norteamericanas han enviado en las ¨²ltimas semanas a las zonas delegaciones de observadores, escasamente imparciales, cuyo objetivo final es el de tratar de entorpecer la operaci¨®n de retirada. La orden de movilizaci¨®n es tan absoluta que apenas deja ver las cintas azules de pacifistas y partidarios del repliegue. La marea naranja amenaza con convertirse en un maremoto, radicalizando a¨²n m¨¢s la vida pol¨ªtica de Israel.
No todos los colonos de la franja de Gaza comparten sin embargo la consigna de resistir hasta el final. Un n¨²mero cada vez m¨¢s importante de asentamientos ha empezado en estos d¨ªas a negociar sus indemnizaciones con el Gobierno y a salir por su cuenta, tratando de eludir la violencia de los ¨²ltimos momentos. El proceso de evacuaci¨®n voluntaria que se llev¨® al principio de manera sigilosa, como tratando de pasar inadvertida, se ha ido acelerando a medida que se acerca la fecha l¨ªmite. Ha empezado en los asentamientos m¨¢s aislados del norte y del sur de Gaza, donde las consignas y la vigilancia de los radicales apenas consiguen tener adeptos.
"No quiero que mis hijos tengan que vivir una situaci¨®n de violencia con los soldados de su propio pa¨ªs", afirma Ofira Barak, de 42 a?os, vecina del asentamiento de Elei Sina¨ª, de 349 habitantes. Ella lleg¨® a este enclave hace poco menos de cinco a?os, acompa?ada de su esposo y de sus tres hijos. El mayor acaba de cumplir 18 a?os. Trabaja como vendedora de loter¨ªa en el kibutz cercano de Mordejai. Su marido se gana la vida como pe¨®n en una granja de pollos.
Iniciaron la mudanza hace unos d¨ªas, tras haber tomado posesi¨®n de una de esas casas prefabricadas del poblado provisional de Nitzan, a unos veinte kil¨®metros m¨¢s al norte. La casa es peque?a, pero suficiente para albergar a toda su familia durante dos a?os, hasta que los alba?iles acaben de construir un nuevo chal¨¦ que se levantar¨¢ al lado de la playa de Ahskelon. Las obras las pagar¨¢n con una parte de la indemnizaci¨®n que recibir¨¢n del Gobierno. La despedida est¨¢ siendo triste. El cami¨®n espera fuera, en la calle, mientras ella y sus hijos colocan los objetos m¨¢s preciados en cajas de cart¨®n. Cada una de las cajas la sellan con un lamento.
"Nos llevamos tambi¨¦n las plantas, nuestros ¨¢rboles, crecer¨¢n con nosotros en la nueva casa", afirma Ofira Barak, al tiempo que trata de evitar un largo pero irrefrenable suspiro.
M¨¢s all¨¢, en el mismo asentamiento, otras familias se disponen tambi¨¦n a partir. Un colono, con barba y kip¨¢, filma con una c¨¢mara de v¨ªdeo casera la salida de los suyos.
Las 21 familias del asentamiento de Paet Sadeh han decidido tambi¨¦n salir en bloque. Antes de abandonar sus casas hicieron una fiesta de despedida. Ha sido el momento m¨¢s amargo de sus vidas. Ellos tambi¨¦n se niegan a enfrentarse a sus propios soldados.
"Podemos vivir juntos"
Avi Farhan constituye una excepci¨®n; ha decidido quedarse en su casa del asentamiento de Elei Sina¨ª y anunciado al presidente Mahmud Abbas que tiene la intenci¨®n de hacerse ciudadano palestino. El sue?o de este antiguo funcionario de la polic¨ªa, convertido en empresario tur¨ªstico, due?o de un restaurante en la costa de la franja ocupada de Gaza, es sumarse al proceso de reconstrucci¨®n de la zona que impulsar¨¢ en su momento la Autoridad Nacional Palestina. "Quiero demostrar al mundo que israel¨ªes y palestinos podemos vivir juntos, as¨ª se lo he explicado a las autoridades", insiste Avi Farhan, de 52 a?os, padre de tres hijos, en el gran sal¨®n de su casa, sentado en un enorme sof¨¢, a espaldas de un mar aparentemente tranquilo.
Sue?a con construir un gran complejo urban¨ªstico, una especie de "Riviera palestina-israel¨ª", que vaya desde Gaza hasta el puerto de Ashdod. El dolor de la expulsi¨®n est¨¢ arrastrando a este colono al borde de la demencia. ?l tambi¨¦n est¨¢ condenado a perder su para¨ªso.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Asentamiento colonos
- Franja Gaza
- Retirada militar
- Cisjordania
- Israel
- Territorios palestinos
- Geopol¨ªtica
- Conflicto ¨¢rabe-israel¨ª
- Conflictos fronterizos
- Oriente pr¨®ximo
- Polic¨ªa
- Acci¨®n militar
- Asia
- Gobierno
- Fuerzas seguridad
- Conflictos
- Administraci¨®n Estado
- Administraci¨®n p¨²blica
- Pol¨ªtica
- Justicia
- Fronteras
- Pol¨ªtica exterior
- Relaciones exteriores