Paisaje humano alterado
?ste es un ¨ªndice muy personal de las gentes, los lugares y los incidentes que habitan en mi memoria despu¨¦s de toda una vida dominada por las guerras. Por consiguiente, no debe leerse como una gu¨ªa objetiva sobre conflictos contempor¨¢neos concretos, aunque quiz¨¢ se puedan extraer ciertas verdades esenciales sobre determinadas guerras e incluso, tal vez, sobre la guerra en s¨ª. ?sta es m¨¢s bien una colecci¨®n de historias -algunas, fragmentarias; algunas, completas- que, en mi opini¨®n, ofrecen una reflexi¨®n m¨¢s genuina sobre la experiencia de la guerra, tal como yo la he vivido. En algunos casos, es posible que les parezca a los lectores que los encabezados tienen poco que ver con las definiciones, pero todo sigue una l¨®gica: la guerra es un paisaje humano alterado, y el territorio psicol¨®gico de ese paisaje distorsionado pero curiosamente familiar es lo que trato de ilustrar y transmitir.
?sta es una colecci¨®n de historias, algunas fragmentarias, algunas completas, tal como yo las he vivido "No hemos venido a luchar contra afganos, hemos venido a luchar contra americanos y seguiremos luchando"
La mayor¨ªa de mis relatos est¨¢n relacionados con experiencias o encuentros ocurridos en pa¨ªses que se encontraban en guerra cuando estuve en ellos. Tambi¨¦n hay otros de pa¨ªses que viv¨ªan formalmente en paz, pero en los que los conflictos sin resolver, pasados o futuros, estaban palpablemente enconados. Los he incluido para demostrar que la violencia pol¨ªtica, a menudo, nace de un estado de ¨¢nimo.
Mis t¨¦rminos no est¨¢n ordenados con arreglo a ninguna jerarqu¨ªa social, hist¨®rica o pol¨ªtica, sino por orden alfab¨¦tico, un orden arbitrario que me parece apropiado, porque la suma de las experiencias de una vida, como la memoria humana -como la guerra-, no es una cosa pulcra ni que siga un claro orden cronol¨®gico. Asimismo he incluido algunos conceptos que asocio con la guerra, como fe, patria y amor, adem¨¢s de otros m¨¢s prosaicos como machetes, B-52 y vuelahuevos. Tambi¨¦n aparecen nombres que resultar¨¢n poco o nada conocidos para la mayor¨ªa de los lectores, as¨ª que he incluido breves explicaciones, fechas y lugares en los casos necesarios. Por ejemplo, doy por supuesto que Robert D'Aubuisson, el difunto l¨ªder de los escuadrones de la muerte salvadore?os, es un nombre que resultar¨¢ familiar para muchas personas, igual que la ciudad de Basora, en el sur de Irak, pero no creo que Motosada Mori, un francotirador mercenario japon¨¦s al que conoc¨ª en Birmania, le suene a mucha gente.
Mi vida alfab¨¦tica abarca un periodo de 46 a?os. Comienza en 1959, en plena guerra fr¨ªa, cuando ten¨ªa dos a?os y mi familia se traslad¨® de California a Corea del Sur, hasta el momento actual, cuando llevamos cuatro a?os de la llamada guerra contra el terror.
-AL QAEDA
En diciembre de 2001, pocos d¨ªas despu¨¦s de que Osama Bin Laden escapara de las monta?as de Tora Bora en el este de Afganist¨¢n, me autorizaron a visitar una c¨¢rcel en la ciudad cercana de Jalalabad para entrevistarme con varios presos ¨¢rabes a los que hab¨ªan capturado en combate y que eran sospechosos de pertenecer a Al Qaeda. La prisi¨®n estaba vigilada por los pistoleros de Hazrat Al¨ª, un caudillo que se hab¨ªa aliado con los estadounidenses.
Despu¨¦s de la advertencia del director de que los presos eran peligrosos, un grupo de guardias armados sacaron a dos hombres de las celdas a un jard¨ªn descuidado, y nos rodearon, vigilantes, mientras habl¨¢bamos.
Uno de los presos, Nasir Abdel Latif, que parec¨ªa tener treinta y tantos a?os, dijo que era de Casablanca, Marruecos. Era alto y delgado y ten¨ªa ojos de color marr¨®n claro y una expresi¨®n indefinida. Llevaba chaleco de camuflaje, botas de las fuerzas especiales estadounidenses y una gorra pakul de color gris. Le pregunt¨¦ si hab¨ªa visto a Osama Bin Laden en Tora Bora. Asinti¨®. "Osama Bin Laden nos dijo: 'Creed en nosotros, creed en Al¨¢, creed en m¨ª, en esta yihad; al final venceremos".
Abdel Latif me mir¨® directamente con sus ojos claros: "No hemos venido a luchar contra afganos, hemos venido a luchar contra americanos, y seguiremos luchando hasta que los destruyamos por completo".
-AMERICANOS Cuando Bagdad cay¨® en manos de las fuerzas militares estadounidenses en abril de 2003, Adhamiya, un barrio de Bagdad dominado por los musulmanes sun¨ªes, fue el ¨²ltimo lugar en el que apareci¨® en p¨²blico Sadam Husein, antes de esconderse. En esa ¨¦poca, Adhamiya estaba considerado como el territorio m¨¢s hostil de Bagdad para el Ej¨¦rcito de Estados Unidos, y ese verano se convirti¨® en hogar provisional del segundo batall¨®n del tercer regimiento de artiller¨ªa del ej¨¦rcito.Los estadounidenses ocupaban un complejo amurallado dominado por un enorme palacio recargado al que rodeaban otros lugares m¨¢s peque?os, entre ellos uno que hab¨ªa pertenecido al hijo mayor de Sadam, Uday, y que llamaban su "nido de amor". Era un edificio de caliza en forma de casco, con techos delicadamente pintados y flores con incrustaciones de ¨®nix, en el que se hab¨ªan establecido los aposentos privados del comandante del batall¨®n estadounidense. Aproximadamente la mitad del palacio principal segu¨ªa intacta y la otra mitad, alcanzada por misiles de crucero durante la guerra, era un caos de tabiques derrumbados y escombros.Yo pas¨¦ dos noches con el segundo batall¨®n. La primera noche llegu¨¦ al palacio de Uday a las diez. Varios soldados, en un puesto de mando provisional, examinaban mapas militares y trabajaban en ordenadores port¨¢tiles en una habitaci¨®n sin airear, con los huecos de las viejas ventanas cubiertos por pl¨¢stico. El comandante Scott Sossaman, un simp¨¢tico larguirucho de Arizona que ejerc¨ªa como jefe de operaciones del batall¨®n, me dijo que Adhamiya parec¨ªa ser el centro neur¨¢lgico del contrabando de armas entre ciudades como Ramadi y Faluya, dentro del tri¨¢ngulo sun¨ª, en el que los soldados estadounidenses estaban cayendo por disparos realizados desde coches, coches-bomba y ataques con cohetes. El batall¨®n hab¨ªa descubierto en dos ocasiones alijos de armas en el cementerio local. Cuando le pregunt¨¦ a Sossaman si el ej¨¦rcito sab¨ªa qui¨¦n estaba detr¨¢s de la resistencia iraqu¨ª, se encogi¨® de hombros: "Fedayin de Sadam, miembros del Baaz desplazados, algunos extremistas isl¨¢micos, el llamado Ej¨¦rcito de Mahoma, wahhab¨ªes, quiz¨¢ alg¨²n terrorista de Al Qaeda, chi¨ªes que cuentan con el respaldo de Ir¨¢n... ?Qui¨¦n sabe? Diga el nombre que diga, todos est¨¢n metidos".Las habitaciones del palacio eran inmensas, y lo ¨²nico que mov¨ªa un poco el aire enrarecido eran un par de ventiladores de pl¨¢stico. Al bajar por unas escaleras aparec¨ªan m¨¢s soldados, dormidos en catres bajo un hermoso techo abovedado con incrustaciones. Las paredes de caliza tallada estaban decoradas con frisos del Cor¨¢n. Los soldados se hab¨ªan colocado formando un arco alrededor de la habitaci¨®n, algunos en unas especies de peque?as caba?as hechas de mosquiteras y tela de camuflaje. Las mochilas verdes, los chalecos antibalas, las armas, las cajas y las botas resultaban vulgares en medio de toda la opulencia mesopot¨¢mica.El ¨²nico lugar en el que resguardarse del calor estaba en el jard¨ªn posterior, la gran piscina de Uday. Los soldados se met¨ªan en el agua de color turquesa y se quedaban de pie o flotaban sentados en neum¨¢ticos negros. Se pod¨ªa o¨ªr ruido de disparos, seguramente de ametralladoras, al otro lado del r¨ªo, y vi el arco de color rojo dejado por alguna bala trazadora en el cielo. Los soldados de la piscina, que estaban jugando a salpicarse, levantaron la vista, y uno de ellos exclam¨® con admiraci¨®n al ver el arco rojo, pero no pareci¨® que a ninguno de ellos le preocupasen -ni siquiera le despertasen curiosidad- los disparos. Salieron de la piscina un poco antes de las tres de la ma?ana porque ten¨ªan que prepararse para una incursi¨®n en un almac¨¦n cercano, en el que hab¨ªan hallado un enorme alijo de documentos y material de los servicios militares de inteligencia de Sadam. Uno de los "elementos nativos de informaci¨®n" del batall¨®n hab¨ªa dicho que segu¨ªan detect¨¢ndose actividades sospechosas en el almac¨¦n, pero la incursi¨®n no permiti¨® descubrir gran cosa, aunque se vieron pruebas de que efectivamente alguien segu¨ªa utilizando el local.Volv¨ª a aquel lugar dos semanas despu¨¦s. Hab¨ªan instalado marcos de ventanas nuevos y aire acondicionado en la sala de operaciones. En esta ocasi¨®n, estudi¨¦ una gran pintura mural que hab¨ªa en una de las paredes. En ella se ve¨ªa a dos bellezas en biquini de aspecto muy norteamericano, con gafas Ray-Ban y botas de cuero negro, de plataforma y hasta la rodilla, tendidas en actitud seductora al borde de una gran piscina muy parecida a la del jard¨ªn. Detr¨¢s de cada joven hab¨ªan pintado una palmera, y en la esquina derecha del mural sal¨ªa el sol. En el borde de la piscina, entre las dos chicas, estaba un carro de combate Abrams con la torreta dirigida hacia delante. En un escudo colocado al lado de una de las palmeras se le¨ªa la palabra "artilleros", y a un lado, bajo el encabezado "Principales operaciones", figuraban los nombres de las incursiones realizadas por el regimiento, como "Violaci¨®n colectiva del bulldog", "La gran corrida" y "El enema de Abu".El comandante Sossaman dijo que el batall¨®n iba a realizar una incursi¨®n para detener a un joven, Ahmed Naji, sospechoso de asesinar a soldados estadounidenses. Me mostr¨® un mapa a¨¦reo del barrio en el que viv¨ªa y se?al¨® varias X que indicaban las casas de los hombres buscados. La noche anterior, revel¨®, el batall¨®n hab¨ªa capturado a tres hombres, dos de ellos sospechosos de ser miembros de Al Qaeda. No era m¨¢s que una sospecha, se apresur¨® a a?adir, basada en lo que dec¨ªan los informantes iraqu¨ªes. Los hombres capturados la v¨ªspera estaban en lo que el comandante Sossaman llamaba "el corral", una celda de detenci¨®n situada en alg¨²n lugar del palacio. Les estaban interrogando los "tipos de la CI", de los servicios de contraespionaje. Todav¨ªa no hab¨ªan hablado, pero seguramente no tardar¨ªan: "En el corral hace mucho calor en esta ¨¦poca del a?o".El comandante Sossaman me dej¨® examinar varios informes sobre los datos obtenidos, y copi¨¦ los relativos al objetivo de aquella noche: "Ahmed Naji (alias Sanawi): fan¨¢tico y activo soldado wahhab¨ª / fedai; se sabe que posee dos RPK" -metralletas de fabricaci¨®n rusa- "y dos RPG", granadas lanzadas por cohetes. "Presume abiertamente de haber matado a muchos americanos y haber disparado en el cuello a un soldado estadounidense hace seis semanas. Conduce una motocicleta Jawa de color blanco. Se dice que lleva 'zapatos buenos' para huir de las fuerzas estadounidenses. Tiene 22 a?os, es delgado y de piel oscura. Es posible que consuma drogas ilegales".Alrededor de la una de la ma?ana, apareci¨® el jefe del batall¨®n, el teniente coronel William Rabena, fumando un cigarro. Salimos y me mont¨¦ en la parte posterior de su Humvee. Dejamos el recinto del palacio en una larga caravana de Humvees y nos adentramos en las calles de Adhamiya. Bagdad segu¨ªa sin electricidad salvo unas cuantas horas al d¨ªa, y de noche era un lugar oscuro y misterioso.No tardamos mucho en alcanzar nuestra meta, un barrio de casuchas ra¨ªdas de cemento cubiertas de barro. Salimos de los Humvees, y Rabena me indic¨® que les siguiera a ¨¦l y a varios soldados que llevaban fusiles de asalto con luces. Llegamos a una intersecci¨®n de caminos en la que las aguas residuales llegaban a la pantorrilla. De ah¨ª pasamos a un callej¨®n que estaba seco, pero tambi¨¦n apestaba. Hab¨ªa soldados por todas partes y o¨ª ruido de golpes violentos. Vi que los soldados hab¨ªan entrado en una casa a la derecha del callej¨®n. Hablaban en voz baja, y o¨ª a alguien que jadeaba y se quejaba. En el suelo yac¨ªa un anciano, junto a una cama. Uno de los soldados explic¨® a Rabena que no era la casa que correspond¨ªa y que el anciano parec¨ªa enfermo. Un traductor iraqu¨ª, adornado con una gorra de b¨¦isbol y con el rostro tapado por un pa?uelo rojo, entr¨® en la casa para aclarar las cosas. Un poco m¨¢s all¨¢, varios soldados se hab¨ªan reunido ante la puerta met¨¢lica de una casita en el lado izquierdo. Los soldados se aplastaban contra las paredes a los dos lados del callej¨®n, sin dejar de mirar a un lado y a otro, hacia los tejados, con las armas dispuestas.Despu¨¦s de unos cuantos susurros m¨¢s, Rabena dio la orden de avanzar, y uno de los soldados que estaban delante dio varias patadas fuertes a la puerta met¨¢lica hasta que cedi¨® e irrumpieron. Sacaron a rastras a dos hombres, uno de ellos vestido s¨®lo con pantal¨®n de ch¨¢ndal, sin camisa, y les obligaron a sentarse con las piernas estiradas en el callej¨®n. El traductor enmascarado se acerc¨® a interrogarles. Parec¨ªan asustados pero tranquilos. Yo pod¨ªa o¨ªr las voces angustiadas de las mujeres y los ni?os que hablaban en voz baja en la azotea, donde suelen dormir las familias para mantenerse frescas. Los dos hombres dijeron al traductor que el individuo al que buscaban viv¨ªa en la casa de al lado, as¨ª que pronto hubo una tercera puerta derribada y varios soldados sacaron a un hombre delgado, de cabello gris, vestido con una t¨²nica blanca de tipo dish dasha, y le colocaron bajo vigilancia. No dijo ni una palabra.Al cabo de unos minutos sacaron de la casa a un joven delgado vestido con un pantal¨®n suelto. Le ataron las manos a la espalda y le hicieron sentarse en la tierra junto al hombre de cabello gris, que era su padre. Un soldado interrog¨® al joven en ingl¨¦s: "Eh, t¨², ?consumes drogas?". El joven le mir¨® con gesto hosco. "No ingl¨¦s", respondi¨®. Rabena pidi¨® al traductor que le preguntara su nombre, y contest¨® que era Ahmed Naji. "?se es el nombre que busc¨¢bamos", dijo Rabena con entusiasmo. Lleg¨® el mensaje de que hab¨ªan encontrado unas zapatillas deportivas. "Parece que es el nuestro", dijo Rabena, aunque indici¨® a sus hombres que continuaran la b¨²squeda.Los soldados encontraron pocas pruebas m¨¢s en el callej¨®n, salvo un viejo fusil de asalto RFK y un par de culatas de fusil que no quer¨ªan decir gran cosa, porque pr¨¢cticamente todos los hogares iraqu¨ªes poseen un arma. No hab¨ªa ning¨²n RPG. Apareci¨® un soldado con una bolsa de pl¨¢stico que conten¨ªa un mont¨®n de fusibles e interruptores el¨¦ctricos. Rabena le dijo que los confiscara. Dijo que los guerrilleros estaban utilizando interruptores de ese tipo para detonar minas y explosivos.A esas alturas, las mujeres del tejado estaban llorando y gimiendo. Un soldado al otro lado del callej¨®n empez¨® a gritar: "?Callaos, co?o! ?Callaos, co?o!", pero Rabena le dijo que se tranquilizase. Hac¨ªa mucho calor y, con nuestros chalecos y nuestros cascos, est¨¢bamos empapados de sudor. Rabena mir¨® su reloj y le dijo a un soldado que dejara levantarse a los dos vecinos del sospechoso. Se acercaron a examinar la puerta destrozada, y Rabena envi¨® al int¨¦rprete a que les pidiera disculpas y a decirles que, por la ma?ana, enviar¨ªa a unos hombres a arreglarla y les compensar¨ªa por los da?os. Se llevaron al sospechoso, y Rabena me dijo que le iban a llevar al corral.
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