Meditaci¨®n de La Moncloa
De entre todo el alud de publicaciones, conferencias, seminarios y exposiciones con que se est¨¢ conmemorando el cuarto centenario del Quijote, destacan por m¨¦rito propio los trabajos dedicados a releer la interpretaci¨®n que hace casi un siglo avanz¨® Ortega y Gasset de nuestro mayor mito nacional. Es verdad que la orteguiana es una reconstrucci¨®n sesgada de la gran novela cervantina que, seg¨²n propone Anthony Close (en una l¨ªnea algo distinta a la de Mija¨ªl Bajtin), habr¨ªa que leer en clave de humor costumbrista y no de trascendencia rom¨¢ntica, como se ha empe?ado en hacer la filolog¨ªa espa?ola secundando al idealismo alem¨¢n. Pero si bien Ortega tampoco escap¨® al melodramatismo de la tragedia nacional, tal como hab¨ªan hecho sus predecesores del 98 (Ganivet, Azor¨ªn, Unamuno, etc¨¦tera), lo cierto es que su interpretaci¨®n es lo suficientemente sofisticada como para merecer la entusiasta revisi¨®n que ahora le dedican especialistas como Pedro Cerezo, Jos¨¦ Lasaga, Jos¨¦ Luis Villaca?as y Jos¨¦ Luis Molinuevo, quienes releen las Meditaciones del Quijote a la luz de otros textos relacionados, como la reconstruida Meditaci¨®n de El Escorial.
Simplificando mucho, el Quijote es para Ortega el mito mayor de la cultura espa?ola, al que se debe comparar con los dem¨¢s mitos an¨¢logos, como el de Don Juan o El Escorial, para construir con ellos un esbozo de lo que cabe llamar ideolog¨ªa espa?ola. Por este concepto cabe entender la versi¨®n espa?ola del idealismo alem¨¢n, que conduce a perder el contacto con la realidad objetiva de las cosas. Recu¨¦rdese el axioma de Ortega: "Yo soy yo y mis circunstancias, y si no las salvo a ¨¦stas, no me salvo yo". Pues bien, el idealismo consiste en interpretar la realidad circunstancial s¨®lo a partir de la subjetividad y el voluntarismo de cada yo particular. Pero esta ruptura con la realidad es celebrada por el idealismo espa?ol de dos formas aparentemente contrapuestas, pero en el fondo id¨¦nticas. O bien se falsifica la realidad para sustituirla por un ut¨®pico ideal imaginario, como hace el protagonista del Quijote, o bien se reniega de ella para destruirla con egoc¨¦ntrica agresividad, como hacen Don Juan y los dem¨¢s h¨¦roes nihilistas del fatalismo tr¨¢gico de la Espa?a negra. Pero en ambos casos se impone un voluntarismo unilateral sin objeto ni raz¨®n, que s¨®lo conduce a la ruptura con el objeto (falsificaci¨®n alucinatoria de Don Quijote) o a la ruptura del objeto (nihilismo iconoclasta de Don Juan). Y frente a este vicio tan espa?ol del voluntarismo unilateral, que se manifiesta tanto a escala personal (individualismo) como colectiva (el particularismo de la Espa?a invertebrada), Ortega propone como ant¨ªdoto y ejemplo de virtud espa?ola el objetivismo de Vel¨¢zquez y el perspectivismo de Cervantes, cuyo pluralismo multilateral (alcionismo) le permite dar cuenta y raz¨®n a la vez de todas las visiones posibles de las cosas.
Creo que esta s¨ªntesis orteguiana de la ideolog¨ªa espa?ola es tan certera como l¨²cida. Y m¨¢s all¨¢ de su origen en el an¨¢lisis de las obras culturales, tambi¨¦n puede aplicarse a la realidad pol¨ªtica, tanto hist¨®rica como contempor¨¢nea. No hay espacio aqu¨ª para desarrollar la evoluci¨®n del quijotismo y el donjuanismo pol¨ªticos desde 1600 (p¨¦rdida de la hegemon¨ªa europea e inicio del ensimismamiento y la tibetanizaci¨®n), tal como pretend¨ªa Ortega cuando denunciaba las peores consecuencias del particularismo de la Espa?a invertebrada. Pero en su lugar s¨ª se puede hacer el ejercicio intelectual de rastrear ambos vicios pol¨ªticos, donjuanismo y quijotismo, en la actualidad espa?ola. En el escenario de nuestra flamante democracia, ?qui¨¦n hace de Don Juan, qui¨¦n de Don Quijote y qui¨¦n de Cervantes?
En cuanto al donjuanismo pol¨ªtico, la pregunta que habr¨ªa que hacerse es qui¨¦n no hace de Don Juan en nuestra comedia nacional, donde la voluntad de desacreditar al adversario para destruir su reputaci¨®n es el com¨²n denominador que iguala a toda nuestra clase pol¨ªtica: aunque s¨®lo sea a este respecto, s¨ª que parecen los mismos perros con distintos collares, ladrando todo su rencor por las cuatro esquinas. Pero si bien la pugna por deshonrar al adversario es general, hoy destacan por su agresivo nihilismo los que podemos llamar los talibanes de la pol¨ªtica, cuyo ¨²nico programa es la destrucci¨®n del rival. Y con este ep¨ªteto no me refiero s¨®lo a la fracci¨®n de CiU que se conoce por ese nombre (conjurada para impedir que el tripartito de Maragall reforme por consenso un nuevo Estatut constitucionalmente viable), sino en general a todos los portavoces de los partidos, y en particular a los especialistas del PP, que est¨¢n dedicados a tiempo completo a sembrar el odio y la desconfianza. Y aqu¨ª se lleva la palma, como es notorio, el iconoclasta se?or Aznar, un talib¨¢n profesional que ha consagrado su vida a renegar de todos aquellos que no se plieguen a su voluntad.
Respecto al quijotismo pol¨ªtico, su m¨¢xima representaci¨®n se suele atribuir al famoso talante de ZP, con su buenismo profesional, su idealismo ut¨®pico defensor de los derechos de los m¨¢s d¨¦biles (mujeres, homosexuales, inmigrantes, etc¨¦tera) y su autoproclamado optimismo antropol¨®gico. Pero esta m¨¢scara quijotesca podr¨ªa no ser otra cosa que una imagen medi¨¢tica, destinada a componer la figura mientras el aut¨¦ntico Rodr¨ªguez Zapatero (como Alonso Quijano disfrazado de Don Quijote) hace lo que puede para encubrir su debilidad pol¨ªtica. Enseguida volver¨¦ sobre esto. Pero mientras tanto hay que advertir que los verdaderos quijotes de nuestra comedia pol¨ªtica son todos aquellos nacionalistas que, confundiendo sus prosaicos territorios con gigantes hist¨®ricos, pretenden inventarse cada cual su particular Estado-ficci¨®n, aut¨¦ntica ?nsula Barataria que les permita evadirse de la realidad espa?ola. Para eso construyen Estatutos disfrazados de Constituciones como si fuesen castillos en el aire o en la arena, mientras los honrados sanchopanzas, as¨ª como los dem¨¢s mesoneros y molineros, se quedan perplejos al advertir las alucinatorias fantas¨ªas de sus se?ores. Pues hoy Don Quijote se llama Maragall, Ibarretxe o Carod Rovira.
Y queda Cervantes, el autor escondido tras sus personajes que no parece tener perspectiva propia porque hace suyas a la vez todas las de sus criaturas de ficci¨®n, por contradictorias e incompatibles que sean ¨¦stas entre s¨ª. ?Qu¨¦ actor pol¨ªtico asume hoy en Espa?a esta perspectiva pluralista y multilateral que Ortega denomin¨® alcionismo? Nadie m¨¢s que Rodr¨ªguez Zapatero, a quien la oposici¨®n acusa de falta de liderazgo porque carece de posici¨®n pol¨ªtica propia, siendo su ¨²nico programa el dialogar con unos y con otros dejando que todos se relacionen entre s¨ª a su particular albedr¨ªo. Es la met¨¢fora de la Espa?a plural, con la que Cervantes y Zapatero parecen confundirse a la espera de salvarse a s¨ª mismos (como Ortega quer¨ªa) si salvan a todas sus circunstancias, por plurales y adversas que ¨¦stas sean. Pero hay una diferencia entre ambos, y es que Cervantes no era nada m¨¢s que un novelista (aunque llegara a ser el primero de todos) obligado a servir a sus lectores, mientras que Zapatero es nada menos que un gobernante obligado a ejercer el poder que le confiaron sus electores.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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