El 'pinganillo'
El proceso idiotizador del f¨²tbol ha alcanzado una nueva cota: el pinganillo. Despu¨¦s de observar sus temibles efectos en el ciclismo, ahora le toca a un juego cada vez m¨¢s alejado del sentido com¨²n. Aunque el f¨²tbol digiere todo y se adapta a los tiempos con una facilidad camale¨®nica, resulta inquietante un panorama de presidentes que vuelan detr¨¢s de cualquier negocio, de avispados estrategas que recuerdan a los vendedores de crecepelo, de agentes que encuentran la colaboraci¨®n necesaria de los clubes en su impune enriquecimiento, de futbolistas que detestan la profesi¨®n que les ha hecho multimillonarios, de millones de aficionados que s¨®lo mantienen la categor¨ªa de consumidores, de entrenadores que no conocen los l¨ªmites de la sensatez y act¨²an como si el f¨²tbol les perteneciera. Vanderlei Luxemburgo es uno de ¨¦stos.
Ra¨²l y Roberto Carlos jugaron el mi¨¦rcoles con un pinganillo en el o¨ªdo. Abdicaron de su condici¨®n de futbolistas para convertirse en la terminal de las ¨®rdenes que recib¨ªan de su entrenador. En todo caso, fueron jugadores por control remoto, como lo son los ciclistas de ahora, aburridos y robotizados, sin car¨¢cter para tomar decisiones por s¨ª mismos, pendientes de las instrucciones de un tipo que se siente Dios sentado en un coche que asciende por el Galibier o de otro que est¨¢ a punto de estallar de vanidad en el banquillo del Bernab¨¦u. Todo esto, bajo una presunta aproximaci¨®n cient¨ªfica al deporte, que pasar¨ªa por el aprovechamiento de las nuevas tecnolog¨ªas, por c¨®mico y hortera que resulte un se?or hablando con un walkie-talkie desde la banda y otro afinando el o¨ªdo a un aparato pegado con esparadrapo a la oreja. Todos hemos visto el efecto en el ciclismo, en el que el imperio del pinganillo tiene el aspecto de un desastre nuclear. Las carreras son tan insoportables como la colecci¨®n de aut¨®matas sobre pedales que las protagonizan.
El f¨²tbol ha llegado a un punto en el que los jugadores no quieren tomar decisiones y los entrenadores quieren tomar m¨¢s decisiones de las que les corresponden. Hay invasi¨®n de unos y dejaci¨®n de otros. Luxemburgo es tan vanidoso que necesita una exhibici¨®n p¨²blica de su poder para proclamar su desprecio por los jugadores. Considera que el f¨²tbol le pertenece, que puede invadir el ¨¢mbito natural de los jugadores, que puede despojarles de su dignidad de futbolistas y proclamar su omnipotencia ante la gente. Es decepcionante que dos jugadores veteranos y de gran prestigio colaboren en la charlotada de su entrenador, cuyas ¨ªnfulas est¨¢n directamente relacionadas con el tama?o de su ego. En su cabeza, quiere que el ¨¦xito le corresponda ¨ªntegramente, de forma visible, sin la molesta interferencia de los jugadores, que ahora s¨®lo son ejecutores de sus ¨®rdenes. En el fracaso no piensa. Es demasiado presumido.
Los jugadores actuales aceptan su desdichado papel porque hace tiempo que se manejan mejor en otro escenario: el de v¨ªctimas, el de intrigantes y el de codiciosos. La grandeza no va con ellos. Los futbolistas prefieren evitar las responsabilidades a aceptarlas. Prefieren colocarse un pinganillo en la oreja que mantener su orgulloso espacio de inteligencia y de libertad. Lo hacen porque semejante dejaci¨®n traslada las responsabilidades a otro, a un vanidoso contaminante, s¨ª, pero tambi¨¦n a un vanidoso con m¨¢s car¨¢cter que ellos.
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