Rechazo religioso de la violencia
A causa de la naturaleza agresiva del ser humano y de la estructura injusta de la sociedad, el mundo est¨¢ plagado de conflictos y violencias. A saber, la agresividad es tan innata en el ser humano como el hambre, el sexo y el miedo. Pero as¨ª como el conflicto tiene una cara positiva, como es la supervivencia, la violencia muestra, salvo excepciones, un rostro irascible y destructivo, totalmente negativo; cuesta admitir que contribuya al desarrollo personal y social.
La m¨¢s temible de las violencias es la directa, ejercida sobre poblaciones indefensas mediante actos terroristas, causantes de que mueran o queden heridos centenares o miles de inocentes. Hay otra violencia indirecta, menos visible que la f¨ªsica: es la econ¨®mica, sufrida por los pueblos del Tercer Mundo, privados de alimentos, sitiados por el hambre y condenados prematuramente a la muerte. De ordinario condenamos la primera y pasamos por alto la segunda.
Frustraciones, revanchas y odios son el caldo de cultivo de los terroristas que matan y destruyen personas y bienes con una visi¨®n ideol¨®gica totalitaria. Suelen perpetrarlos j¨®venes de familias medias, con el cerebro lavado, influidos por consignas fundamentalistas atractivas, aparentemente revolucionarias. Mezclados entre los pasajeros de los aviones, trenes, autobuses o coches bomba, pasan inadvertidos en una gran ciudad.
El terrorismo no es delincuencia vulgar. Act¨²an los terroristas de forma organizada. Sus acciones criminales son inmorales, desatan odios, frenan libertades y generan miedos. A diferencia de los actos terroristas cometidos por ETA, ajenos a las convicciones religiosas, los de Al Qaeda son perpetrados "en nombre del islam". En su ra¨ªz est¨¢n las ideolog¨ªas que ama?an la historia, idolatran la patria o la religi¨®n y condenan como traidores a los que piensan de otro modo. No habr¨¢ paz en el mundo si el mismo mundo violento no erradica el culto a la muerte que lleva consigo. Los atentados son incluso una r¨¦mora en la lucha contra el hambre.
En el caso del terrorismo islamista conviene recordar -no para justificar- los sufrimientos e injusticias que han padecido y padecen muchos ¨¢rabes o musulmanes en sus pa¨ªses o en las grandes urbes como emigrantes. Se sienten vigilados por la polic¨ªa como sospechosos, humillados por su tez, temidos por su tenaz religiosidad e infravalorados por el escaso reconocimiento p¨²blico de su legado cultural. No se integran f¨¢cilmente en nuestras sociedades a causa del idioma, la religi¨®n y la comida. Es preciso un conocimiento mutuo por parte de todos.
Naturalmente, no debemos caer en el chantaje de los terroristas, como si sus procedimientos fuesen justos y noble su causa. Tampoco es leg¨ªtimo creer que todos los "valores" dignos de ese calificativo provienen de los pa¨ªses o Gobiernos occidentales. Hay en nosotros mucha xenofobia y no poco racismo. Todos tenemos que desarmarnos cultural y religiosamente.
El tema de la violencia recorre la Biblia con gran diversidad de miras, desde el Dios de los ej¨¦rcitos y de la guerra santa hasta las visiones pacifistas de Isa¨ªas. Se advierte un salto del Antiguo Testamento al Nuevo, ya que Jes¨²s se entronca en el pacifismo radical de los profetas, se inscribe en el camino de la sabidur¨ªa y trata a Dios con la cari?osa apelaci¨®n de Abba, padre con entra?as de madre. Mediante hechos y palabras, pide que amemos a los otros, incluidos los enemigos, y rechaza la venganza desde una actitud pac¨ªfica radical. Significativos son en el Nuevo Testamento tres relatos de violencia, sin los cuales no se comprende el cristianismo: la degollaci¨®n de Juan Bautista, la crucifixi¨®n de Jes¨²s y la lapidaci¨®n de Esteban. Los tres murieron por encararse al sistema injusto y violento de su tiempo y predicar la llegada del reino de justicia y misericordia.
La muerte violenta de Jes¨²s es para los cristianos la muerte de la violencia. El hecho de ser sangrienta no debe hacernos olvidar que su vida fue una vida por el reino, la justicia, la paz y la vida plena. A Jes¨²s lo mataron sus enemigos por su tenor de vida, por comer con los excluidos. Aunque hay sacrificio sangriento en la muerte de Cristo, hay que entender que el concepto genuino de sacrificio incluye la entrega por los dem¨¢s. La tradici¨®n cristiana, siguiendo a san Pablo, ha entendido la muerte de Jes¨²s como sacrificio expiatorio de nuestros pecados.
El cristianismo primitivo tom¨® en serio el precepto evang¨¦lico de "no responder a la agresi¨®n". No obstante, hubo en la Iglesia de los tres primeros siglos posturas diversas ante la violencia, las armas y el ej¨¦rcito imperial. Pero en su conjunto, la Iglesia naciente adopt¨® una actitud no violenta, antimilitarista. Desgraciadamente, al convertirse el cristianismo en religi¨®n oficial, pas¨® de prohibir a los cristianos alistarse en el ej¨¦rcito imperial a que se inscribieran en la milicia como obligaci¨®n ineludible. Durante quince siglos, la reflexi¨®n moral cat¨®lica p¨²blica relativa a la violencia no se centr¨® en la paz, sino en la "doctrina de la guerra justa".
Debido a una lectura literal de los textos sagrados, un exacerbado nacionalismo, una identificaci¨®n peligrosa entre lo religioso y lo patri¨®tico, y una divisi¨®n atroz entre creyentes e infieles, acu?¨® Ren¨¦ Girard a finales del siglo XX la expresi¨®n "sacralizaci¨®n de la violencia" o "violencia de lo sagrado", que tiene detr¨¢s de s¨ª una larga y tenebrosa historia.
La violencia justificada con razones religiosas es la m¨¢s brutal de todas porque absolutiza la causa de la agresi¨®n. Dicho de otro modo, la fuente m¨¢s peligrosa de la violencia es el fanatismo religioso. Para erradicar la violencia hay que analizar las causas de su aparici¨®n, comprobar sus efectos y poner los remedios pertinentes. Es a todas luces un imperativo c¨ªvico y religioso rechazar la violencia.
Casiano Florist¨¢n es profesor em¨¦rito de Teolog¨ªa Pr¨¢ctica.
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