La gaseosa
Lo he contado muchas veces, pero lo vuelvo a contar de nuevo porque la an¨¦cdota me parece la mejor definici¨®n del verano y de la vida. Que son met¨¢foras, a su vez, uno de otra, por m¨¢s que a veces nos parezcan tan distintos.
Cuando mi padre ten¨ªa nueve o diez a?os, all¨¢ por los a?os treinta, mi abuelo, que era campesino, le prometi¨® comprarle una gaseosa el d¨ªa de la fiesta de su pueblo si les ayudaba a ¨¦l y a su madre a trillar todo el verano. Para quienes ya no sepan lo que es trillar, les contar¨¦ que era una de las labores m¨¢s fatigosas de la labranza, consistente en dar vueltas y m¨¢s vueltas con el trillo (para quienes tampoco sepan lo que es un trillo, les dir¨¦ que se trataba de una especie de trineo de madera pespunteado en su parte baja de piedras de pedernal y arrastrado por caballos o por vacas, seg¨²n zonas) hasta conseguir que se desprendieran de sus espigas los granos del cereal o de sus c¨¢scaras las legumbres. Por si faltara algo, adem¨¢s, la labor hab¨ªa que hacerla a pleno sol, con el fin de que ¨¦ste contribuyera al desprendimiento del grano o de la legumbre de sus respectivas c¨¢rceles. Sobra decir, por ello, que se trataba de una labor en la que nadie quer¨ªa participar, de ah¨ª la oferta de mi abuelo, que, para aquella ¨¦poca y para sus posibilidades econ¨®micas, deb¨ªa de ser fant¨¢stica, puesto que la gaseosa en aquellos tiempos era la novedad.
Antes o despu¨¦s llega el d¨ªa en el que el veraneante ha de coger sus cosas, cargarlas en el coche y despedirse de los vecinos, que, en su mayor¨ªa, tambi¨¦n se van
Pasar¨¢n los d¨ªas y las semanas, y el veraneante del interior, adaptado ya de nuevo a la rutina, comenzar¨¢ a so?ar con las pr¨®ximas vacaciones
El veraneante se resiste a aceptar la realidad. Sobre todo viendo que contin¨²a el buen tiempo y que el verano sigue su curso, ajeno al oficial y al laboral
Mi padre, sobra decirlo tambi¨¦n, acept¨® el ofrecimiento de mi abuelo y, durante todo el verano, ayud¨® a trillar a sus padres y, as¨ª, cuando lleg¨® la fiesta del pueblo, que era a finales de agosto, aqu¨¦l cumpli¨® su palabra y le compr¨® la gaseosa que le hab¨ªa prometido y que era una de aquellas botellas de bola y cristal macizo que parec¨ªan m¨¢s una bomba que un refresco veraniego y familiar. Y en tal se convirti¨®, seg¨²n parece, pues, al decir de mi padre, que me lo cont¨® mil veces, en cuanto el suyo abri¨® la botella, cosa que hizo con gran esfuerzo, la gaseosa empez¨® a salir con tal fuerza que a duras penas pudo beber un poco, y¨¦ndose la mayor¨ªa del contenido de la botella al suelo. Lo cual, unido a la emoci¨®n que mi padre sent¨ªa en aquel momento y a la propia fuerza de la gaseosa, que, por lo que se ve, no esperaba ni imaginaba (seguramente aqu¨¦lla era la primera gaseosa que iba a beber en su vida), mi padre empez¨® a llorar y lo que presum¨ªa ser¨ªa el mejor momento de aquel verano se convirti¨®, por el contrario, en el peor, para su desolaci¨®n y la de mi abuelo, que tanto hab¨ªa esperado y deseado que llegara aquel momento.
Caprichos del calendario
La an¨¦cdota, ya digo, la he contado muchas veces y la recuerdo al final de cada verano porque es la mejor met¨¢fora de la fugacidad de ¨¦ste y aun de la de nuestra propia vida. Fugacidad que aumenta con el paso de los veranos y de los a?os y que se hace m¨¢s perceptible cuando, a finales de agosto, el veraneante (del interior y del exterior, que en esto son parecidos) comienza a vislumbrar el fin de sus vacaciones y el regreso a la ciudad y, con ¨¦l, ?ay!, la vuelta al trabajo y a la rutina. Por la megafon¨ªa de las piscinas o por la televisi¨®n contin¨²an sonando las canciones de moda del verano, pero entre ellas se cuelan ya anuncios que le recuerdan el final de ¨¦ste, como los de la ropa de oto?o-invierno, que ya le espera en las tiendas, o las de los libros de texto de los hijos, que cambian, ya se sabe, cada curso. El veraneante hace como que no los oye, pero en su subconsciente se van almacenando sus sonidos y dejando en su coraz¨®n un poso de melancol¨ªa que aumenta a medida que se va agosto y, sobre todo, cuando septiembre asoma en el calendario y, con ¨¦l, el regreso a la gran ciudad. A veces ¨¦ste se retrasa algunos d¨ªas, por mor de las coincidencias y los caprichos del calendario, pero eso apenas sirve para prolongar la angustia y la melancol¨ªa del veraneante, que se resiste muchas veces a aceptar la realidad. Sobre todo viendo que contin¨²a el buen tiempo y que el verano sigue su curso, ajeno al oficial y al laboral.
Pero, inevitablemente, llega el momento de la despedida. Inevitablemente, antes o despu¨¦s llega el d¨ªa en el que el veraneante ha de coger sus cosas, cargarlas en el coche y despedirse de los vecinos con los que ha compartido las vacaciones y que, en su mayor¨ªa, se van tambi¨¦n, como ¨¦l. Otros, los menos, se quedan, bien porque viven en el pueblo o porque, con mayor fortuna (jubilados o con profesiones raras), pueden prolongar aqu¨¦llas, pero, aunque le dan envidia, en el fondo le producen tambi¨¦n pena, unos por el invierno y el abandono que les espera y otros porque prolongan tanto sus vacaciones que, al final, no las valoran lo suficiente. O eso cree el que se marcha, por lo menos. As¨ª le hace pensarlo la resignaci¨®n con la que le despiden y su propia melancol¨ªa, que imagina ha de ser mayor en ellos, por cuanto, al fin y al cabo, son los que se quedan solos. El veraneante del interior, aunque le disgusta que se terminen sus vacaciones, regresa a una ciudad llena de vida, mientras que el lugar de aqu¨¦llas vuelve al olvido en que ha estado siempre. Un olvido que s¨®lo los que viven en ¨¦l todo el invierno y los que, por la raz¨®n que sea, prolongan sus vacaciones m¨¢s de lo natural saben lo que significa.
Pero, aparte de la pena que le da dejar el sitio, el veraneante del interior siente una melancol¨ªa a¨²n m¨¢s especial. Mientras carga en el coche su equipaje, mientras se despide de sus vecinos y de la casa de sus antepasados, mientras por el retrovisor del coche ve c¨®mo quedan atr¨¢s el pueblo y sus sue?os de felicidad, el veraneante del interior siente que, una vez m¨¢s, el verano se le ha ido de entre las manos sin haberlo aprovechado lo suficiente. O por lo menos no como le habr¨ªa gustado. Durante todo el a?o lo esper¨® con impaciencia, durante meses y meses so?¨® con ¨¦l y con lo que significa, durante d¨ªas y d¨ªas imagin¨® todo lo que har¨ªa en esos d¨ªas interminables, y, cuando por fin lleg¨®, se convirti¨®, como siempre, en una gaseosa que explot¨® s¨²bitamente con una fuerza tan desusada que apenas le dio tiempo de aprovecharlo m¨ªnimamente. Como a mi padre con la que le compr¨® el suyo, al veraneante las vacaciones se le han ido un a?o m¨¢s de entre las manos y, por eso, siente ahora, en el momento de la despedida, una doble y brutal melancol¨ªa: la que le produce el final de aqu¨¦llas y la que le causa el comprobar una vez m¨¢s que el verano y la vida son un mont¨®n de espuma que apenas alcanzamos a saborear a veces, de tan fugaz como es todo a nuestro alrededor. Y, por eso, cuando llega a la ciudad despu¨¦s del viaje, se agarra a ¨¦sta como a un salvavidas, convencido de que es su sitio y donde en el fondo tiene todo un sentido mayor, y no el lugar de las vacaciones, que al fin y al cabo es un espejismo, al menos ya para ¨¦l.
Volver a so?ar
Pero pasar¨¢n los d¨ªas y volver¨¢ a so?ar otra vez con las vacaciones. Pasar¨¢n los d¨ªas y las semanas, y el veraneante del interior, adaptado ya de nuevo a la rutina, comenzar¨¢ a so?ar con las pr¨®ximas vacaciones y con el momento en el que, al rev¨¦s que ahora, cargue las cosas en el maletero, cierre la casa de la ciudad y emprenda de nuevo un viaje que es, a la vez, inici¨¢tico y de retorno. Inici¨¢tico porque cada a?o se renueva, al menos en la ilusi¨®n, y de retorno porque es el mismo de siempre, s¨®lo que con otra fecha en el calendario. De ah¨ª que, cuando se va, tanto en una direcci¨®n como en la otra, a pesar de la ilusi¨®n o de la melancol¨ªa que embarga sus sentimientos en ese instante, el veraneante siente que est¨¢ cumpliendo con un rito y quiz¨¢ tambi¨¦n con una promesa. La que le hizo a sus padres, como el m¨ªo a mis abuelos, de trillar todo el verano a cambio de una gaseosa, que es lo que es el verano y quiz¨¢ tambi¨¦n nuestra vida.
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