La serpiente enroscada
Joseph Fouch¨¦. Su biograf¨ªa marc¨® dos d¨¦cadas de la historia de Francia. Maestro de la doblez, sirvi¨® con ah¨ªnco a la monarqu¨ªa y a la rep¨²blica; a Napole¨®n y a Luis XVIII. Eterno ministro de Polic¨ªa, cargo al que dio forma y contenido, hombre feo y funcionarial, fusil¨® a enemigos y opositores sin inmutarse. Muri¨® humillado en el destierro.
El 15 de enero de 1793 es la v¨ªspera de la votaci¨®n de la Convenci¨®n en la que se decidir¨¢ si el depuesto rey franc¨¦s Luis XVI morir¨¢ o salvar¨¢ la vida. Joseph Fouch¨¦ (1759-1820), diputado por Nantes, asegura a sus correligionarios, los moderados girondinos, representantes del clero y la burgues¨ªa, que votar¨¢ no a la ejecuci¨®n. Desde que pis¨® la Asamblea, Fouch¨¦ ha sido muy discreto y se ha dejado notar lo menos posible. Pero esta vez la votaci¨®n no es secreta, y Europa entera espera el resultado, ansiosa por ver hasta d¨®nde son capaces de llegar los republicanos franceses en el establecimiento de un nuevo orden. En las calles, los agitadores instigados por los radicales del partido de la "monta?a", liderado por Robespierre, movilizan a los parisienses a pedir la cabeza del ahora ciudadano Luis Capeto, prisionero en el Temple. El 16 de enero de 1793, cuando Fouch¨¦ sube al estrado para otorgar su voto, todav¨ªa no est¨¢ claro el triunfo del no. Pero ante la sorpresa de sus amigos, los girondinos, Fouch¨¦ les traiciona y vota a favor de la ejecuci¨®n del rey. Fouch¨¦, que sabe ver como nadie el derrotero que van a tomar los acontecimientos, ha llegado a la conclusi¨®n de que los radicales se impondr¨¢n, y a partir de ese d¨ªa y durante un tiempo ser¨¢ uno de los m¨¢s exaltados de entre ellos. El resultado final de la votaci¨®n es bien conocido: Luis XVI y Mar¨ªa Antonieta ser¨¢n decapitados en la guillotina, entre los v¨ªtores del pueblo.
El 1 de agosto de 1815, Joseph Fouch¨¦ entra en la iglesia para casarse con la joven condesa de Castellane, exponente de la m¨¢s rancia aristocracia. Fouch¨¦ no es ahora un furibundo diputado republicano, azote de ricos y curas. Es el duque de Otranto, ministro de Polic¨ªa del rey. Y como primer testigo del contrato de desposorios del regicida y la condesa firma? el propio rey Luis XVIII, hermano del guillotinado Luis XVI. ?C¨®mo es posible?, se dir¨¢n. ?Qui¨¦n fue ese hombre, capaz de cambiar de bando de un modo tan hip¨®crita, y de mantenerse en la escena pol¨ªtica? ?Por qu¨¦ el rey Luis XVIII se avino a ser testigo de la boda de uno de los asesinos de su hermano? Y lo incre¨ªble es que las dos escenas descritas, al principio y al final de su carrera pol¨ªtica, no son m¨¢s que dos ejemplos de una trayectoria vital, la de Joseph Fouch¨¦, tan despreciable como fascinante.
Durante m¨¢s de veinte a?os, en una de las ¨¦pocas m¨¢s convulsas y determinantes de la Historia, Fouch¨¦, manejando los hilos tras el escenario, cambiando de partido y haci¨¦ndose imprescindible para sus superiores, fue uno de los hombres m¨¢s poderosos de Francia. Sobrevivi¨® a la Convenci¨®n, al Directorio, al Consulado, al Imperio, a la corta Restauraci¨®n, a la vuelta de Napole¨®n en los c¨¦lebres Cien D¨ªas y al segundo Directorio, y mordi¨® el polvo definitivamente cuando Luis XVIII, testigo de su boda, le humill¨®, desterr¨¢ndole.
Imperturbable, educado en el seno de la Iglesia, dej¨® a sus espaldas miles de cad¨¢veres reales y cientos de cad¨¢veres pol¨ªticos, algunos de la talla de Danton, Robespierre, Barras, Carnot, o el mism¨ªsimo Napole¨®n. Para ello se vali¨® primero de su habilidad pol¨ªtica en la sombra, y m¨¢s tarde, del manejo de la ingente informaci¨®n de la que dispuso como ministro de Polic¨ªa para sucesivos Gobiernos en un periodo de 16 a?os. Lleg¨® a tener a Josefina en n¨®mina, y se dice que no hab¨ªa conversaci¨®n de tres o m¨¢s personas sobre cualquier asunto relevante que no llegara a sus o¨ªdos.
Sobre Fouch¨¦ se han vertido muchas opiniones, o m¨¢s bien meros insultos, ya sea por parte de sus contempor¨¢neos, o de quienes posteriormente se han interesado en su figura. Amoral, demoniaco, taimado, maquiav¨¦lico, reptil, artero, fr¨ªo, c¨ªnico, cruel, siniestro, intrigante, feo, traidor, asesino. Chateaubriand defini¨® la escena de su escandalosa boda, en la que el cojo Luis XVIII se ayudaba de su ministro para caminar, como "el vicio apoyado en la traici¨®n". Para Robespierre, amigo de juventud y, despu¨¦s, encarnizado enemigo, Fouch¨¦ era "un bajo y despreciable impostor? un hombre cuyas manos est¨¢n llenas de bot¨ªn y cr¨ªmenes". Seg¨²n Heinrich Heine, poeta rom¨¢ntico alem¨¢n del siglo XIX, fue "un hombre que ha llevado su falsedad hasta el punto de publicar, despu¨¦s de muerto, unas memorias falsas". Talleyrand, arist¨®crata y gran diplom¨¢tico, enemigo de Fouch¨¦, dijo de ¨¦l que "desprecia tanto a la humanidad porque se conoce demasiado bien a s¨ª mismo". Pero a veces la cr¨ªtica esconde una admiraci¨®n poco disimulada. Napole¨®n, de quien fue ministro de Polic¨ªa, escribi¨®: "S¨®lo he conocido a un traidor verdadero, perfecto: Fouch¨¦". Balzac, que le dedic¨® m¨¢s de una p¨¢gina en su novela Un asunto tenebroso, le define como "un genio singular, la cabeza m¨¢s brillante que he conocido". Y Stefan Zweig, autor de la magn¨ªfica biograf¨ªa Fouch¨¦: un genio tenebroso, acaba la obra con las palabras: "? fue el m¨¢s excepcional de los hombres pol¨ªticos".
Porque este hombre, adem¨¢s de malo, fue astuto, osado, inteligente, meticuloso, prudente, y un fenomenal analista pol¨ªtico. Nos guste o no, como ministro de Polic¨ªa estableci¨® una organizaci¨®n tan perfecta en el mantenimiento del orden, mediante esp¨ªas y gendarmes, que fue tomada como modelo de los ministerios del Interior d¨¦cadas m¨¢s tarde. Firmaba sentencias de muerte si lo consideraba necesario para continuar en su puesto, pero en privado abogaba por el terror sin sangre. Humillaba y persegu¨ªa a los curas en p¨²blico, pero les avisaba con tiempo para que huyeran. Sab¨ªa que se estaba representando en un teatro parisiense de barrio La veleta de Saint-Cloud, una comedia en la que se mofaban de su facilidad para cambiar de chaqueta y arrimarse al poder, pero no la prohib¨ªa. Se convirti¨® en el primer terrateniente del pa¨ªs, pero compensaba a quienes hab¨ªa robado. Conspiraba contra todos los Gobiernos para los que trabajaba, pero s¨®lo cuando se daba cuenta de que ten¨ªan los d¨ªas contados.
Como animal pol¨ªtico era un depredador, con el ¨²nico objetivo de su propia supervivencia, pero infinitamente m¨¢s h¨¢bil que muchos de los pol¨ªticos que vemos hoy en las portadas de los peri¨®dicos: adem¨¢s de cambiar cromos y disfrutar del poder, era capaz de reducir los da?os de las decisiones tomadas por el Gobierno en situaciones que s¨®lo ¨¦l le¨ªa de un solo vistazo. Cuando Napole¨®n mand¨® secuestrar en terreno neutral al duque de Engen y fusilarlo, Fouch¨¦ coment¨®: "Fue peor que un crimen: fue una equivocaci¨®n". Y tras traicionar al emperador, dijo: "No he sido yo quien traicion¨® a Napole¨®n: fue Waterloo". No era un psic¨®pata, ni una bestia, ni un torturador, ni un asesino al uso. Este mago de la doblez era quiz¨¢ algo peor. No era nada. En ¨¦l la idea de que el mal, en contra de lo que piensa mucha gente, es sencillamente banal y aburrido, se tambalea. Su contradictoria y escurridiza figura da miedo porque atrae y se hace dif¨ªcil que, leyendo alguna de sus frases crueles o el relato de sus fechor¨ªas, no se nos escape una inc¨®moda sonrisa.
Tampoco nos podemos apoyar en una infancia terrible, como se suele hacer, para explicar su car¨¢cter. Naci¨® el 31 de mayo de 1759 en el puerto de Nantes, hijo de un capit¨¢n de la marina mercante, y si sus padres le maltrataban, no ha quedado constancia. Y fue un marido y padre ejemplar. Adoraba a su primera mujer, dicen que fe¨ªsima, y a sus hijos, pelirrojos, malsanos y todav¨ªa m¨¢s feos que su mujer. Como ¨¦l era tambi¨¦n desagradable f¨ªsicamente -esmirriado, ojos de pez, p¨¢lido, seco-, podemos convenir que todos ellos formaban una familia de aspecto horrible pero bien avenida. La muerte de sus hijos y de su mujer supusieron para Fouch¨¦ los golpes m¨¢s terribles que recibi¨®. De su segunda mujer, la joven condesa, ya pasada la cincuentena, apenas disfrut¨®. Hab¨ªa ca¨ªdo en desgracia, viv¨ªa en el destierro, y ella le pon¨ªa los cuernos, para mayor escarnio, con el hijo de un republicano exiliado. A veces, tambi¨¦n a Fouch¨¦ la vida le devolvi¨® alg¨²n golpe.
Entre los cr¨ªmenes m¨¢s terribles que cometi¨® est¨¢ el que le confiri¨® el sobrenombre del mitrailleur de Ly¨®n. En 1792 es enviado como proc¨®nsul a Ly¨®n, ciudad que se hab¨ªa levantado contra la Convenci¨®n, y hab¨ªa sido derrotada. En tres meses, junto a sus colegas, se ocupa de la demolici¨®n de los m¨¢s bellos palacios y casas de Ly¨®n, y en sucesivas matanzas, de la ejecuci¨®n de dos mil habitantes. As¨ª, gan¨¢ndose a pulso la fama de duro, salva su cabeza frente al sanguinario Comit¨¦ de Salud P¨²blica, que exig¨ªa una represi¨®n ejemplar. Y aunque en principio logre m¨¢s tarde echar la culpa a otro, el recuerdo de estos cr¨ªmenes y de otros muchos le acompa?¨® hasta la tumba, all¨ª en Trieste, lejos de Francia.
Para despedir a Joseph Fouch¨¦, quiz¨¢ sirva el di¨¢logo que mantuvo con el honesto Carnot, viejo militar republicano, cuando ¨¦ste se enter¨® de que su compa?ero jacobino de tantos a?os hab¨ªa vendido la Rep¨²blica a Luis XVIII, y que eso supon¨ªa para ¨¦l la muerte o el exilio. Carnot le pregunta: "?Y ad¨®nde voy ahora?". Y Fouch¨¦, despiadado, responde: "Adonde quieras, majadero". No es un di¨¢logo en el que Fouch¨¦ derroche ingenio, como en otras ocasiones. Mejor. As¨ª le vemos tal como fue para quienes se interpusieron en su camino. No en vano el blas¨®n de su ducado mostraba una columna ¨¢urea con una serpiente enroscada.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.