El fot¨®grafo que volaba
La calle es la instituci¨®n pedag¨®gica m¨¢s antigua que se conoce. Los t¨ªtulos que expide son de validez universal y se llevan enmarcados en la cara y en los gestos. Hay quienes se lamentan toda la vida por no haber ido a la universidad y hay quienes se arrepienten de haber ido.
La calle ense?a cosas que la escuela corrige; a la inversa, es necesario educarse en la calle porque s¨®lo con la instrucci¨®n no basta. Luego uno vive cometiendo alguna que otra falta de ortograf¨ªa, y peque?os errores gramaticales, pero lo que importa es conocer la sintaxis, que es algo as¨ª como las normas de cortes¨ªa indispensables para que las palabras convivan en la sociedad del pensamiento.
En cierta ocasi¨®n, una jovencita tremenda, hipot¨¦tica promesa de las letras francesas, fue invitada a una cena en compa?¨ªa de cabezas coronadas. Apenas probados los entremeses, la joven de nuestro cuento interrumpi¨® el discurso de un anciano acad¨¦mico para ufanarse de no tener estudios. "Tiene usted raz¨®n, se?orita, respondi¨® el interrumpido, lo importante en esta vida no son los estudios, sino la educaci¨®n". El acad¨¦mico se hab¨ªa costeado los suyos trabajando como aprendiz de tornero y conserje nocturno en un hotel. Tambi¨¦n se sabe de un escritor ingl¨¦s que afirmaba que los estudios no hicieron otra cosa que interrumpir durante unos a?os su educaci¨®n.
La calle es la instituci¨®n pedag¨®gica m¨¢s antigua que se conoce. Los t¨ªtulos que expide son de validez universal y se llevan enmarcados en la cara y en los gestos
En todas estas cosas me ha hecho pensar la instant¨¢nea de Joan Guerrero. Y en el poder de la palabra. Y en la fragilidad de la infancia, de la que por desgracia nuestro fot¨®grafo sabe mucho.
No hay colegio m¨¢s popular que la vida, en efecto. Guarder¨ªa, jard¨ªn de infancia, escuela maternal, educaci¨®n primaria, b¨¢sica, bachillerato, licenciatura, doctorado... Antes se estudiaban palabras enteras, como ingreso o bachillerato; luego comenzamos a estudiar por siglas: EGB, BUP, Preu, COU... Eso le ha dado a los estudios un aire de producto precocinado, listo para llevar. Corte sus estudios por la l¨ªnea de puntos. Dos minutos en el microondas y la calle para correr. Mi abuela me dec¨ªa que en su tiempo los ni?os iban a costura.
De la ni?ez de Guerrero no s¨¦ apenas nada. De sus estudios, nada en absoluto. Si llev¨® bata de rayas, si sus primeras letras se las ense?aron monjas o frailes es un misterio para m¨ª. Pero con una que me contaron tengo m¨¢s que suficiente: de ni?o sab¨ªa volar. Sus alas eran el hambre y el viento de Tarifa. Bastaba con lanzarse desde una duna con el viento de espaldas. El est¨®mago vac¨ªo y la imaginaci¨®n hac¨ªan el resto. Hasta que la fuerza de la gravedad los depositaba suavemente sobre la arena y trepaban de nuevo a la duna para retomar su vuelo de pajaritos andaluces. Eso le hace un fot¨®grafo diferente de quien jug¨® a tenis o a saltar a caballo con los m¨²sculos llenos de buenos filetes y fermentos l¨¢cteos. Ni mejor ni peor, pero con una educaci¨®n de la mirada diferente.
Me atrevo a pensar que cualquier otro fot¨®grafo, ante una situaci¨®n como la que comentamos hoy, hubiese interrumpido el juego de los ni?os, los habr¨ªa hecho posar mirando el objetivo y luego les habr¨ªa dado unos caramelos, pensando obtener una instant¨¢nea nieta de Cartier-Bresson. Pero Guerrero es un fot¨®grafo muy bien educado y es incapaz de interrumpir el juego de unos ni?os. Atreverse a fotografiarlos de espaldas, adem¨¢s, quiere decir que Guerrero sabe lo que es la infancia, porque aunque nos miren a los ojos, los ni?os van siempre a su bola y son un misterio. Pero para entender eso hay haber aprendido a volar de ni?o. En la escuela, por desgracia, s¨®lo se nos ense?a a tener los pies en la tierra.
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