La Guerra Civil en la frontera
AL RELEER impreso este octavo tomo de las Memorias de don P¨ªo, ya en La ¨²ltima vuelta del camino, lo primero que pienso es en la valent¨ªa del viejo escritor que arrinconado y sin un duro se decidiera a escribir abiertamente lo que ve¨ªa y pensaba sobre la situaci¨®n pol¨ªtica de Espa?a, sobre los reyes garbanceros, los republicanos palabreros, la sanguinaria Guerra Civil, y sus personajes: pol¨ªticos inoperantes, curas trabucaires y militares levanteros, denunciando cr¨ªmenes e incompetencias; lo mismo que cre¨ªan muchos espa?oles que, aunque pensaran de igual manera, no tuvieron el coraje de dejarlo escrito. Otra vez m¨¢s don P¨ªo mostraba su independencia y su valent¨ªa cr¨ªtica: "Baroja o el miedo", le ha llamado un personajillo repugnante de mirada torcida al hombre que frente al pared¨®n pens¨® en gritar ?viva la libertad!
Don P¨ªo tuvo valent¨ªa al escribir y denunciar estas barbaridades en aquel momento peligroso
Yo, aunque ni?o, recuerdo muy bien aquellos momentos del comienzo de la Guerra Civil en la frontera y algo de lo que cuenta don P¨ªo, sobre la aparici¨®n en Bera de dos camiones con obreros republicanos cantando la Internacional y poco tiempo despu¨¦s la llegada de la columna de requet¨¦s con sus "detente bala, el sagrado coraz¨®n est¨¢ conmigo" colgado del pecho, a¨²n conservo uno atravesado por una bala. La quema de los libros del C¨ªrculo Republicano, tir¨¢ndolos por el balc¨®n de un primer piso, y la destrucci¨®n de su cartel sobre el balc¨®n del mismo. Tambi¨¦n su llegada a Itzea despu¨¦s de ser detenido y a punto de ser fusilado en un pared¨®n cerca de Santesteban, y su marcha a Francia por la carretera de Ibardin acompa?ado de mi hermano Julio.
Luego las miserias de la guerra, los carros de bueyes de los campesinos cargados con balas y ca?ones, que volv¨ªan con los animales destrozados sangrando bajo el yugo, el primer improvisado hospital y su entrada con un reguero de sangre que ca¨ªa de las camillas de los heridos o a mi madre de enfermera vestida de blanco llegar a casa exhausta de cansancio y horror por lo que hab¨ªa visto, los comentarios de los fusilamientos en la cantera del r¨ªo, y toda la tragedia y la miseria interior de muchas familias, entre otras la nuestra.
Pero ¨¦ste no es el momento de recordar tanta bajeza, sino a?adir algo m¨¢s sobre los datos de que se sirvi¨® don P¨ªo para escribir este tomo ¨²ltimo de sus Memorias. Porque recuerdo los largos di¨¢logos que mantuvo en el piso de la casa de la calle de Ruiz de Alarc¨®n con el ex militar Sanjuan Ca?ete, -yerno de don Victoriano Juaristi, otro de sus informantes-, que luch¨® con los republicanos en ese frente cercano a la frontera del Bidasoa, y por el bando contrario con el general Sagard¨ªa, el que mandaba "al patatal" a fusilar a sus enemigos prisioneros y luego antifranquista, y el af¨¢n del escritor por acopiar noticias de ambos bandos que completaran lo que ¨¦l hab¨ªa visto. Recuerdo tambi¨¦n verle recabar datos sobre la guerra en Madrid y seguir escribiendo ma?ana y tarde con ah¨ªnco. Y la presencia ma?anera de Miguel Ruiz Castillo, su editor, para decirle con el original de este octavo tomo bajo el brazo: "Don P¨ªo, esto es impublicable, nos van a meter en la c¨¢rcel".
Pero lo que pretendo es contestar a una pregunta, que est¨¢ en boca de muchos lectores y que me han hecho directamente. ?Por qu¨¦ precisamente ahora la publicaci¨®n de este octavo tomo de sus Memorias, que ha permanecido guardado durante tantos a?os? La contestaci¨®n me corresponde, tengo que darla como responsable de su obra, y como una obligaci¨®n contra¨ªda con sus lectores. Est¨¢ claro, no se ha publicado antes por varias razones: la primera, porque durante el franquismo era in¨²til pretender hacerlo. La segunda, porque cuando muri¨® don P¨ªo, en 1956, mi hermano Julio y yo, decidimos guardar el original hasta que trascurriera alg¨²n tiempo y se olvidaran aquellos tr¨¢gicos momentos en que se vieron envueltas muchas familias espa?olas.
Pero nunca ocultamos su existencia, como puede comprobarse en la Gu¨ªa de Baroja que hicimos e incluso figur¨® su original dentro de una vitrina en una exposici¨®n que se realiz¨® en la Biblioteca Nacional. Adem¨¢s eran ya textos conocidos que hab¨ªan corrido de mano en mano, porque los originales manuscritos los pasaba a m¨¢quina el escritor aragon¨¦s don Jos¨¦ Garc¨ªa Mercadal que, con papel de calco y papel cebolla, sacaba copias que han ido a parar de su mano a varias universidades espa?olas y extranjeras y a particulares golosos que a veces los han citado a hurtadillas, y los manuscritos originales que nunca fueron devueltos. Pero estos son otros cantares de p¨ªcaros y ciegos que no cabr¨ªan en cien pliegos, como dec¨ªan los poetas arcaicos.
Y... si ahora se publica es porque creemos que con los a?os las pasiones y los rencores de aquella lucha fratricida se han paliado, olvidado o se han perdonado, y porque el a?o pr¨®ximo se cumplir¨¢n los 50 a?os de la muerte de don P¨ªo y a¨²n quedaba parte de su obra in¨¦dita que justamente el lector reclamaba.
Pero como digo, al releer este octavo tomo, lo primero que me sorprende es la valent¨ªa que tuvo don P¨ªo al escribir y denunciar todas estas barbaridades en aquel momento peligroso (pobre cura Ariztimu?o, pobre maestrita de Guesa), que nadie se atrevi¨® a denunciar con la sinceridad de este viejo escritor, sabiendo que no ser¨ªan bien acogidos por ninguno de los dos bandos. Ni a sus pretenciosos herederos, a los defensores del t¨®pico tradicional y de la n¨®mina constante, con raz¨®n o sin raz¨®n, ni tampoco a los voceros o vocingleros de la democracia, lo que demuestra que don P¨ªo sigue vivo, y que por suerte para todos ya no se fusila a nadie y menos a los muertos. Algo hemos conseguido.
Pero la lecci¨®n tienen que aprenderla los pol¨ªticos irresponsables y record¨¢rsela a los fan¨¢ticos ignorantes, saber y decir que todas aquellas barbaridades no sirvieron para nada, y que la Historia de Espa?a se repite cada ciertos a?os, guerras civiles ya llevamos cuatro contando la soterrada de hoy d¨ªa, matando con distinta t¨¦cnica y distinto nombre, y que la historia patria que pod¨ªa empalmarse tranquilamente desde los a?os 1934 y 1935 con el momento presente, algo parecido al de entonces, y nos hubi¨¦ramos ahorrado tanto dolor, y que hay que abrir toda clase de di¨¢logos y evitar crispaciones que terminan aqu¨ª, como siempre, en barbaridad y tragedia.
Es una lecci¨®n que aprend¨ª de ni?o cuando con ocho a?os me cortaron el pelo al doble cero.
Otro abrazo de tu sobrino P¨ªo en el pr¨®ximo 50 aniversario de tu muerte.
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