Yo soy la otra
HAY COLUMNISTAS que escriben sobre otros columnistas. No es mi caso. Yo tengo mi norma: cada uno a sus u?as. Es como si un frutero en un mercado hablara de la fruta del del puesto de al lado. Sus colegas pensar¨ªan o bien que tiene un brote o bien que no tiene mercanc¨ªa que vender. Vale, pues aunque detesto el colegueo columnil que pretende hacer creer al lector que somos una pi?a, tengo que empezar aclarando que la que escribi¨® esta p¨¢gina en agosto fue la compa?era Empar Moliner y que la que escribe hoy soy yo, o sea, otra distinta, como el desocupado lector comprobar¨¢ si es que mira la foto un momentito. Lo digo porque ya son dos los amigos que me han llamado (a un Nueva York) para felicitarme por mis art¨ªculos de agosto. Lo flipo. Con el primero exterioric¨¦ mi enojo. Es muy fuerte, que habiendo querido yo brillar por mi ausencia, se me confunda con otra, a¨²n siendo esta otra, a la postre, tan admirada por m¨ª. Con el segundo, como llov¨ªa sobre mojado, dije, vale, vale, t¨ªo, gracias y adi¨®s, y me qued¨¦ at¨®nita, absorta en las aguas del East River, donde por cierto hace d¨ªas se encontraron los pedazos de una mujer descuartizada. Lo digo por darle a este art¨ªculo una nota de color local. Pens¨¦ que en vez de dejarme llevar por la cl¨¢sica vanidad del columnista tal vez debiera alegrarme de que Moliner y yo tengamos un estilo tan intercambiable, y considerar la posibilidad de ponernos de acuerdo a nivel turnos y libranzas y vivir (a la postre) como dos reinas con una sola corona. Aviso: a partir de este domingo voy a decir mucho "a la postre", que es una expresi¨®n que emplean ciertos columnistas y que quedas como si escribieras bien aunque a la postre s¨®lo escribas gilipolleces. Yo antes de agosto cre¨ªa que a m¨ª se me distingu¨ªa de Empar Moliner porque yo era la que estaba en Estados Unidos y ella no, pero claro, este verano va la t¨ªa y se pone a escribir cosas de Chicago y se ve que el lector (a la postre) se hizo la picha un l¨ªo. Empar es catalana y yo de Madrid pero se ve que nuestro talento no entiende de Estatuts ya que carecemos de identidad; y eso que los espa?oles, cuando estamos dentro de Espa?a, tenemos unas identidades que no nos caben en el pecho. Es curioso que, cuando los mismos espa?oles salimos fuera, la identidad se nos vuelve muy chica, muy chica, como a los hombres cuando se duchan. La culpa de todo la tienen los americanos, que como todo el mundo sabe, son tontos del culo y no distinguen a un catal¨¢n de un vasco. Es indignante. En el extranjero los espa?oles nos llevamos bastante bien, porque como en general no hablamos bien ingl¨¦s y se nos pone cara de tontos cuando nos juntamos, nos consolamos y hablamos esa lengua llamada el spanish. Este Agosto iba yo en un taxi en Madrid y se dio la circunstancia de que el taxista escuchaba una tertulia radiof¨®nica en la que un contertulio me estaba poniendo a parir. Estuve a punto de decirle al taxista: "?Suba la radio, buen hombre, que hablan de m¨ª!". (La verdad es que la vanidad no tiene l¨ªmites). La tesis de aquel contertulio o mequetrefe era que yo era esa columnista que hab¨ªa descubierto el a?o pasado que exist¨ªa Central Park. No es totalmente cierto: yo ya sab¨ªa de antes que exist¨ªa Central Park, aunque es cierto que cada tarde que paso por all¨ª me dan ganas de besar el suelo como el anterior Pont¨ªfice y dar gracias al Creador por haberse inventado un campo rodeado de rascacielos, que es el colmo del buen gusto. El espa?ol que se queda dentro de Espa?a se caracteriza por pensar que el que se va a vivir un tiempo fuera es un cretino por definici¨®n y que nada de lo que escriba ser¨¢ a la postre interesante; el espa?ol que viaja suele quedarse maravillado de lo grande que es el mundo y de lo peque?a que es Espa?a. Los grandes problemas, tipo qui¨¦nes somos, ad¨®nde vamos, de d¨®nde venimos o reforma del Estatut, parecen desde lejos una gilipollez como un templo. Cuando los espa?oles nos juntamos en el extranjero sabemos separar la paja del grano. Ayer est¨¢bamos uno de Valladolid, otro de Granada, otro de Ja¨¦n, uno de Barcelona, otro de Oviedo y una de Madrid, cenando en un restaurante japon¨¦s de la Tercera Avenida tras el veraneo. Nos quit¨¢bamos la palabra, nos beb¨ªamos el vino del otro y nos dol¨ªa Espa?a. Lo t¨ªpico. Pero milagrosamente, dejamos a un lado nuestras peque?as rencillas territoriales de las que fuimos adiestrados por nuestra clase pol¨ªtica y fuimos al grano, a aquello que desde el principio, bull¨ªa en nuestras mentes deseando salir: ?el notici¨®n! Todos hemos visto con nuestros ojos que en el vuelo Madrid-Nueva York vuela de aeromozo el ni?o de Pajares. Cabe preguntarse por qu¨¦ este hecho excita tanto a la colonia espa?ola. Es la comidilla. En la cena, con aportaciones de unos y otros, reconstruimos el culebr¨®n Pajares. No porque lo supi¨¦ramos de primera mano, ?eso nunca!, sino porque todos tenemos t¨ªas o madres que se empe?an en ponernos al d¨ªa. Maricielo, Chonchi..., fueron nombres que se pusieron sobre el tapete. Alguien cont¨® que en su vuelo un pasajero grit¨® entusiasmado: "?Mira, el ni?o de Raphael!". No le tachemos de ignorante. La emoci¨®n puede provocar a la postre ese tipo de confusiones. Como cuando dos se?oras se cruzaron con Geraldine Chaplin y le dijo la una a la otra: "Mira, la hija del Gordo y el Flaco". Como cuando piensan que Moliner y yo somos la misma. Pero yo renuncio a la vanidad de ser ¨²nica y os pregunto: ?esta columna bic¨¦fala no es una mano tendida entre dos comunidades rivales? ?No lo es, a la postre?
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