Al rev¨¦s
LA RAZ?N TIENE una l¨®gica que la pol¨ªtica no siempre puede atender, porque el poder es caprichoso y porque la explotaci¨®n de los sentimientos pol¨ªticos tiende a calentar los problemas, haciendo imposible que se den las condiciones ¨®ptimas para las soluciones racionales. En Espa?a se ha invertido el proceso l¨®gico de reforma del sistema constitucional. Y ahora se est¨¢ pagando: Zapatero, tanto tiempo en el fondo de la pista, anuncia que subir¨¢ a la red para afrontar un proceso que genera tensiones incluso en su propio partido.
La mejor prueba de vitalidad de un r¨¦gimen pol¨ªtico es su capacidad de adaptaci¨®n sin fracturas a los cambios. Si el presidente Zapatero compart¨ªa la idea, que se soplaba desde la periferia, de que hab¨ªa llegado el momento de actualizar y mejorar el sistema institucional, la l¨®gica dice que el camino a seguir era primero la reforma de la Constituci¨®n y despu¨¦s la renovaci¨®n de los Estatutos para adecuarlos al nuevo marco legal.
El proceso se ha hecho al rev¨¦s: las partes proponen y las reglas comunes se resienten porque no estaban preparadas para este envite. La tard¨ªa conversi¨®n de Aznar al patriotismo constitucional, que como ocurre a menudo con los conversos tom¨® hechuras de fundamentalismo, marc¨® la estrategia del PP y convirti¨® la reforma constitucional en una cuesti¨®n tab¨². La demanda de reformas vino principalmente de la periferia, y en especial de las eternamente insatisfechas comunidades aut¨®nomas vasca y catalana, lo cual hizo que muchos sectores vieran en ella la carga de la sospecha. Entre tanta desconfianza era dif¨ªcil encontrar un territorio com¨²n.
De este modo, nos encontramos ahora ante un proceso de reforma por agregaci¨®n que fuerza las costuras de la Constituci¨®n. De modo tan evidente, que incluso el Consell Consultiu de la Generalitat catalana lo reconoce en sus dict¨¢menes. Ciertamente era dif¨ªcil encontrar el consenso necesario para una reforma previa de la Constituci¨®n en sentido confederal, como se pide desde Catalu?a. Pero se habr¨ªan evitando las contorsiones que se est¨¢n haciendo ahora con los textos para que entren en una Constituci¨®n en la que lo que de verdad quieren decir no cabe. Y lo que no se pudo hacer al principio, menos se podr¨¢ hacer al final. Ya sabemos que la reforma de la Constituci¨®n ser¨¢ de m¨ªnimos.
Los debates territoriales son siempre envenenados. Est¨¢n en juego los repartos del poder y el odioso juego de la diferenciaci¨®n entre nosotros y los otros. ?sta es la raz¨®n por la que un debate que, aparentemente, interesa poco a la ciudadan¨ªa adquiere tanta importancia para la clase pol¨ªtica y lleva meses copando portadas. La gente quiere soluciones a problemas concretos y unas referencias que les hagan sentirse apoyados en tiempos de v¨¦rtigo; los pol¨ªticos quieren poder.
Dec¨ªa Robert Musil que "la naci¨®n es una quimera en todas las versiones que se han ofrecido de ella". Y precisamente por ello toda naci¨®n lleva consigo un enorme despliegue de relatos y fantas¨ªas, que tienen siempre al otro en su punto de mira. El presidente Maragall ha llegado a decir que habr¨ªa que corregir la trilog¨ªa de valores de la Revoluci¨®n Francesa porque "la diversidad es un valor tan decisivo como la igualdad". Precisamente la igualdad de derechos y de dignidades es fundamental para el reconocimiento de la singularidad del otro, que es la base de toda diversidad.
Ahora el Estatuto catal¨¢n est¨¢ en primer plano. Pero el nacionalismo vasco est¨¢ al acecho, esperando ver qu¨¦ sacan los catalanes para entrar despu¨¦s y ampliar la brecha. Desde los sectores m¨¢s reacios a los cambios se recuerda el no al plan Ibarretxe. Ten¨ªa que provocar una enorme crisis: no pas¨® nada. Pero el plan Ibarretxe ven¨ªa lastrado de origen por la divisi¨®n vasca y por la cuesti¨®n terrorista. El Estatuto catal¨¢n, si llega, lo har¨¢ con amplio apoyo. Pero el amor a la patria se ahoga siempre en el inter¨¦s de partido. CiU va a poner las cosas tan dif¨ªciles como pueda porque piensa que si hay Estatuto los socialistas lo capitalizar¨¢n m¨¢s que nadie. Lo mejor para CiU es hacer un Estatuto imposible que se estrelle en Madrid. Se equivocar¨ªa Maragall si entrara en este juego, porque la primera obligaci¨®n de los gobernantes es no enga?ar a la gente: proponer lo realmente posible. As¨ª lo hizo CiU mientras estuvo en el gobierno, hasta el punto de que ni siquiera os¨® plantear una reforma estatutaria. El conflicto es esencial a la democracia. Y como comprendi¨® Freud, mejor que Marx, los conflictos no se superan, se buscan las formas de convivir con ellos.
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