'Aterrorismar'
Quienes pasan, en estos ¨²ltimos tiempos, por aeropuertos de distintos pa¨ªses, sobre todo de EE UU, acaban por insensibilizarse y aceptar, como algo natural ya, los duros y desagradables controles a los que se ven obligados. Si tiene usted la piel pigmentada, con cierta tendencia a los tonos oscuros, es posible que los encargados de nuestra seguridad no se contenten, obedeciendo ¨®rdenes y consignas, con hacerle quitar el cintur¨®n y los zapatos y tomarle las huellas digitales o faciales, sino que le hagan desnudarse casi por completo. Este hecho, que es s¨®lo ejemplo, si se quiere inofensivo, por muy humillante y absurdo que parezca, es uno m¨¢s entre centenares de agresiones a que pueden condenarnos los gobiernos que se alimentan de la funesta "c¨®lera de los imb¨¦ciles" y que pretenden contagi¨¢rnosla.
Es cierto que con esas medidas, m¨¢s o menos justificadas, se nos hace creer que nuestro vuelo, o nuestro acceso a un determinado edificio, es m¨¢s seguro; y con la esperanza de esa seguridad aceptamos tales controles y acabamos incorpor¨¢ndolos como h¨¢bitos necesarios de nuestro comportamiento social, como accidentes inevitables de nuestra existencia. Es cierto que en un mundo aterrorismado hemos llegado a asumir que no hay otro remedio que resignarse a la presunci¨®n de culpabilidad de todo ser humano y a que, por unos momentos, tengamos que soportar la inclusi¨®n en una et¨¦rea lista de malhechores. Una culpabilidad universalizada que, irradiada a todo viajero o visitante, nos tranquiliza y nos asegura, pero que nos va inyectando en los recodos de nuestro ser esa nueva forma de miedo que me atrevo a bautizar con el nombre de aterrorismar. Es cierto, tambi¨¦n, tal como nos demuestra, tr¨¢gicamente, la experiencia que, por muchos controles que hagamos, no podemos evitar el acto terrorista que haya sido realmente maquinado. Y es cierto, entre otras muchas certezas, que, al parecer, las empresas de seguridad son, como es l¨®gico, un excelente negocio.
Bien es verdad que un porcentaje importante de los pol¨ªticos que reinan en nuestras ilustradas democracias suelen ser personajes, digamos, de medio pelo, cuando no fan¨¢ticos atontolinados, individuos de oscuras biograf¨ªas, perturbados por ide¨®logos de distintas sectas que les agruman el cerebro y les hacen hablar por boca de ganso. Los gansos no son sino los otros, los que realmente tienen en sus manos los negocios, las empresas, las inmobiliarias, las compa?¨ªas petrol¨ªferas, las f¨¢bricas de armas. Son gansos, efectivamente, por su inhumano y desesperanzado cerebro; pero astutos, implacables, ignorantes, crueles. Ellos mandan tirando de los hilos de sus intereses, de los que, en bastantes casos, hacen part¨ªcipes a sus mentecatas marionetas.
Porque nada hay tan peligroso como un mentecato armado, un idiotizado activo, movido por unas cuantas frases hechas: "eje del mal", "destrucci¨®n masiva", "implantar democracia", "defender la identidad", "efectos colaterales", "ayuda humanitaria" y, la m¨¢s reciente, "combatir el terrorismo". En muchos casos, el terrorismo, como eslogan publicitario, con todas las tristes y lamentables excepciones, es un invento y un fomento de estos se?ores, que lo cuidan y desarrollan con extremado esmero. La creaci¨®n del terrorismo, como peligro universal, es una de las fuentes m¨¢s lucrativas para mantener encendido el fuego de la guerra. Una guerra que no cesar¨¢ "mientras", como dec¨ªa el poeta, "haya alguien que saque tajada de ella".
Ese fomento del terrorismo permite a esos poderes, tan sanguinarios como los mismos terroristas que ellos azuzan con sus bestiales y despiadadas guerras, machacar con bombas de racimo u otros monstruosos artilugios a un pa¨ªs como Irak y causar miles de muertos y heridos civiles inocentes -todos los muertos de todas las guerras son inocentes-, arrasar poblaciones enteras, mutilar ni?os. Basta con visitar los hospitales de Bagdad de la mano de alg¨²n m¨¦dico sin frontera, pero con piedad, para comprender la otra forma de terrorismo, que sirve, parad¨®jicamente, para alimentar el terrorismo de los desesperados, de los obnubilados, de los fan¨¢ticos. Por supuesto, no m¨¢s obnubilados y fan¨¢ticos que los pont¨ªfices del "eje del Bien". Nadie con un poco de capacidad para entender habr¨¢ cre¨ªdo nunca la bazofia ideol¨®gica que chorrea entre las neuronas y los comportamientos de semejantes individuos. A no ser, claro, que hayamos perdido los papeles, los papeles del sentido com¨²n, de la justicia, de la bondad. Por cierto, y a prop¨®sito de bondad, el fil¨®sofo hab¨ªa escrito: "Aquello que distingue al hombre justo y bueno es ver la verdad en todas las cosas, siendo, por as¨ª decirlo, el canon y la medida de todas ellas". Pero es muy posible que entre esos papeles perdidos se halle, adem¨¢s, el papel de la verdad. Porque siempre se nos hab¨ªa informado de que un hermoso lema de honradez en la cultura de los Estados Unidos era el no permitir la mentira, y menos en un pol¨ªtico. Parece, sin embargo, que esta consigna ¨¦tica es otra frase hecha que, por lo que estamos viendo, no sirve absolutamente para nada. Sabemos que no hab¨ªa armas de destrucci¨®n masiva y, con una elemental l¨®gica, deducimos que una buena parte de las noticias con que nos han bombardeado eran totalmente falsas o fruto de manipulaciones desvergonzadas. Pero ning¨²n pol¨ªtico predicador de esas falsedades ha dimitido, ni ninguna presi¨®n de la opini¨®n p¨²blica les ha obligado a hacerlo.
Tal vez esta insensibilidad social, esta ceguera ante los derechos humanos, que permite mantener c¨¢rceles secretas, aislar y maltratar en m¨²ltiples Guant¨¢namos a muchos inocentes, entregar hip¨®critamente a supuestos sospechosos para que otros gobiernos los torturen, es fruto de esa peculiar forma de asustar y atemorizar como es, hoy en d¨ªa, aterrorismar. Una palabra que expresa todas las modificaciones que, en nuestro mundo, es capaz de experimentar el inevitable miedo al que siempre estuvo sometida la humanidad. La peste, la sequ¨ªa, el hambre, las guerras y otras plagas semejantes han poblado la historia humana de infelicidad y angustia, y siempre hubo quien sac¨® provecho de ella sometiendo a la gente con las armas o, cuando ya no era posible, con el dominio sobre sus cerebros, sobre sus consciencias. Siempre hubo administradores ideol¨®gicos del miedo que pod¨ªa, en muchos momentos, hacer de nosotros individuos irracionales, despiadados y agresivos. En nuestro tiempo, ya no tenemos que atemorizarnos s¨®lo por las cat¨¢strofes naturales que nos sobrevengan, sino sobre todo por las que provocan aquellos que desde distintos torreones del poder pretenden atontarnos, aterrorismarnos y dominarnos, con los productos de sus desvencijados cerebros.La utilizaci¨®n del terrorismo como excusa es una forma de meternos miedo en el cuerpo. Con ello se justifica no s¨®lo la violencia personal que podamos ejercer contra los indefensos, o contra otros tan aterrorismados como nosotros, sino para justificar la de aquellos que se permiten asustarnos continuamente, acosarnos con el terror de sus noticias o de sus actos y seguir cultivando el miedo, motor siempre de la violencia y la agresividad. Ya no estamos ¨²nicamente atemorizados, sino aterrorismados. Basta que alguien grite la palabra 'terrorista' entre una multitud para que, como acabamos de tener noticia, ocurra la tragedia del puente sobre el r¨ªo Tigris. Porque la inseguridad, la infelicidad, el terror que filtran en el cerebro de sus s¨²bditos, obedecen ya a un mundo de mensajes, de comunicaciones, de manipulaciones que fluyen por los medios de informaci¨®n, que sirven para globalizar las noticias y, de paso, globalizar el terror, incorporar el terror en nuestra mente, poco a poco, para permitir la existencia y el imperio de los imb¨¦ciles y de su c¨®lera. Cuando en alg¨²n aeropuerto del globo le hagan a usted quitarse el cintur¨®n, ese peque?o y est¨²pido gesto del que, por supuesto, no es responsable el funcionario que se lo indica, sepa que es una casi insignificante forma de irle, poco a poco, inocul¨¢ndole terror, desconfianza, inseguridad, infelicidad, ignorancia, agresividad. Le est¨¢n aterrorismando.
Emilio Lled¨® es fil¨®sofo y escritor.
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