El arte de desagradar
Kermit, la rana sabia de los tele?ecos, cantaba una balada inolvidable: "No es tan f¨¢cil ser verde". Aunque m¨¢s sencillo, tambi¨¦n tiene su intr¨ªngulis que te pongan verde, es decir, practicar el arte de desagradar. Me refiero a quienes por una u otra v¨ªa hacemos p¨²blicas nuestras opiniones y tomas de posici¨®n en asuntos de inter¨¦s general. Desde luego, est¨¢ al alcance de cualquiera incomodar a los del equipo contrario, aquellos que al por mayor sostienen doctrinas opuestas a las de uno. Para eso est¨¢n las bander¨ªas ideol¨®gicas, sin las cuales es dif¨ªcil imaginar el funcionamiento social de la mente humana. Todos sentimos la necesidad de afiliarnos, mientras que el pensamiento propiamente dicho es un lujo dominical. En cuanto se deja suelto a alguien, har¨¢ y pensar¨¢ lo mismo que sus cong¨¦neres, sea la mayor¨ªa o un grupo significativo y pr¨®ximo de ellos. Todos queremos ser de los nuestros. Por tanto, antes y por encima de prestar atenci¨®n al capricho de los argumentos, pasamos lista a nuestras tropas. El que lleva colores contrarios se descalifica a s¨ª mismo sin necesidad de examen demasiado riguroso de sus planteamientos (el cual en s¨ª mismo es mal s¨ªntoma, indica tibieza o hasta un conato de traici¨®n). Cada cual busca cobijo bajo un estandarte, y la autom¨¢tica animadversi¨®n que despertamos en el que acampa bajo otro nos reconforta y consolida entre quienes nos acompa?an. A los unos les hacemos la higa, y a los otros, por ello mismo, un gui?o de complicidad: as¨ª todo va bien. Aqu¨¦llos nos detestan, pero ¨¦stos nos envuelven en lo que el maligno Nietzsche llamaba el "calor de establo". Por duro que llueva, tenemos paraguas.
Mientras uno se atenga a este juego, no tiene demasiado que temer. Recuerden, por ejemplo, las columnas veraniegas de los peri¨®dicos, sobre todo las de tono humor¨ªstico: seg¨²n el medio en que aparecen y la acrisolada idiosincrasia del autor, ya se sabe qui¨¦nes van a ser invariablemente los destinatarios de las bromas. El lector se relame al ir a leerlas, complacido de antemano, como cuando toma postura en su tumbona favorita. Por supuesto, no tengo nada contra esta forma de conformismo: como todo el mundo, soy conformista la mayor parte del tiempo. Lo ¨²nico malo del conformismo es que a veces decae y se transforma en resignaci¨®n. Pero supongamos que cierto d¨ªa, para evitar resignarnos, concebimos objeciones de bastante calado contra alguna posici¨®n o dictamen de nuestros correligionarios habituales. O, a¨²n peor: imaginemos que eso nos ocurre a cada momento, incluso que llegamos a concebir como nuestra principal tarea enmendar lo que consideramos regular en lugar de complacernos en denunciar lo que nos parece malo. Entonces las cosas se complican, ay, se complican un mont¨®n.
Para empezar, uno descubre que a muchos les aburre o les desconcierta que les ofrezcan razones: se conforman nada m¨¢s, pero tampoco nada menos, con que les den la raz¨®n. Y la mayor¨ªa s¨®lo quiere saber si te pones a favor o en contra de su partido, no por qu¨¦. A fin de cuentas, pocos elaboran ideas, pero todos, todos toman partido. Se nota cuando le telefonean a uno desde alg¨²n medio de comunicaci¨®n para preguntar si est¨¢s a favor o en contra de cualquier cosa. Uno responde: "Pues s¨ª (o no) porque...". Y en ese momento te dan las gracias y cuelgan. Lo ¨²nico que interesa es si te inscribes en la columna de los fas o los nefas, el resto es encaje de bolillos. Adem¨¢s, las opiniones vienen en bloques: si perteneces a uno de ellos, tienes que asumirlas todas; si cuestionas una o varias, pasas inmediatamente al bloque opuesto; y si ah¨ª te revuelves y pones a¨²n m¨¢s pegas, te zurran de los dos lados. De ah¨ª que los inconformistas que acaban expulsados fuera de su ¨¢rea acaben convertidos, para hacer m¨¦ritos, en los abogados m¨¢s extremos de la causa opuesta. Sobran ejemplos, porque a nadie le gusta la intemperie. Aunque tambi¨¦n influye en estos giros copernicanos la fascinaci¨®n muy espa?ola por la personalidad del gobernante de turno. Hace dos o tres a?os, amigos intelectualmente respetables se negaban a suscribir denuncias contra los abusos del nacionalismo vasco porque no soportaban darle en nada la raz¨®n al insufrible Aznar; ahora hay otros, no peores, dispuestos a descubrir rasgos ilustrados en Ratzinger y hasta en Rouco Varela con tal de fastidiar el anticlericalismo del inaguantable Zapatero. Por cierto, la m¨¢s inapelable condena de una opini¨®n cr¨ªtica es que nos se?alen: "Dices lo mismo que los de Fulano". M¨¢s vale declarar que estamos en tinieblas a las doce del mediod¨ªa que coincidir en la celebraci¨®n del sol con los enemigos sombr¨ªos...
Como es comprensible, ninguno de los que hacemos p¨²blicas nuestras opiniones en los medios de comunicaci¨®n pretendemos desagradar urbi et orbi. M¨¢s bien lo contrario, pues a fin de cuentas -como los cocineros o las putas- vivimos de dar gusto a la clientela. De modo que el arte de desagradar es una habilidad involuntaria, un da?o colateral producido por lo que Montaigne llamar¨ªa "un alma ondulante". Si, por poner un ejemplo que conozco, uno detesta mucho de lo que dicen y hacen las izquierdas, pero todo lo que la derecha representa..., es dif¨ªcil hacerse amigos duraderos. De ah¨ª que bastantes opten por un lenguaje enigm¨¢tico, tras el que pueden avanzar enmascarados. Como se?al¨® George Orwell, "the great enemy of clear language is insincerity". Por eso me ha parecido siempre que la nitidez expresiva en la prensa (y tambi¨¦n en medios acad¨¦micos) no es una mera habilidad, ni siquiera esa forma de cortes¨ªa se?alada por Ortega, sino ante todo s¨ªntoma de coraje y decencia. Tanto m¨¢s cuando tenemos pruebas de que irritar a ciertos grupos sociales puede acarrear incomodidades m¨¢s graves que los denuestos medi¨¢ticos de quienes ocupan trincheras opuestas. Y ello sin necesidad de remontarnos a reg¨ªmenes pol¨ªticos dictatoriales o a los procedimientos punitivos de los terroristas. Conozco de primera mano el caso de un escritor, sin duda comprometido en la resistencia c¨ªvica contra ETA, que hizo p¨²blico su razonado desacuerdo con la manifestaci¨®n de junio convocada por la AVT y otros grupos, oponi¨¦ndose a la resoluci¨®n del Parlamento a favor de hablar con la banda criminal en determinadas condiciones; pues bien, un par de d¨ªas despu¨¦s una cadena de librer¨ªas por lo visto vinculadas a cierta organizaci¨®n religiosa devolvi¨® al editor catal¨¢n m¨¢s de siete mil ejemplares de su novela reci¨¦n distribuida. Este tipo de fen¨®menos inculca apremiantemente prudencia en los d¨ªscolos m¨¢s aturdidos... Hay gente, sin embargo, que sobrenada muy bien en este pi¨¦lago de asechanzas. Por ejemplo: el pasado agosto tuvo lugar una mesa redondaen el principal hotel de San Sebasti¨¢n sobre "Literatura y libertad" o algo semejante, que reuni¨® al marroqu¨ª Al¨ª Lmrabet, el cubano Ra¨²l Rivero y el vasco Bernardo Atxaga. Los casos de los dos primeros se parecen (censura, c¨¢rcel, exilio...), pero el tercero representa lo contrario de ellos: cortejado por nacionalistas y no nacionalistas, as¨ª como por peri¨®dicos habitualmente opuestos en todo lo dem¨¢s, ha conseguido ser uno de los escritores que no tienen nada que temer en un pa¨ªs en el que tantos temen. Pero all¨ª estuvo tan c¨®modo entre los otros dos, repitiendo esa vieja bribonada de "la persecuci¨®n a la cultura vasca", que para nada se refiere a lo ocurrido a Agust¨ªn Ibarrola y Ra¨²l Guerra Garrido, junto a tantos periodistas y profesores exilados o eliminados, sino que protesta contra las actuaciones judiciales que desenmascaran a los que han pervertido a favor de la violencia la rentable panacea del euskera. ?Qu¨¦ bien se lo montan algunos!
Fingir o callarse son, obvio es decirlo, los mejores remedios contra esa vocaci¨®n de desagradar que bien podr¨ªa no ser realmente arte, sino enfermedad. Pero quiz¨¢ precisamente tal dolencia constituya la mejor aportaci¨®n que alguien con voz p¨²blica puede hacer en este panorama de f¨¦rreas adhesiones inquebrantables en el que vivimos desde hace dos o tres a?os en Espa?a. Y prep¨¢rense para la rentr¨¦e, porque la ¨²ltima moda parece ser rememorar cada cual desde su orilla el cainismo de la guerra civil...
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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