El horizonte cosmopolita
Para pensar bien el proyecto de una alianza de civilizaciones, lo primero que ha de tenerse en cuenta es que no existe un conflicto de civilizaciones. No hay en el mundo actual un choque entre totalidades culturales, afirmadas unas contra otras, formando bloques homog¨¦neos y compactos. Lo que tenemos delante es algo m¨¢s complejo y dif¨ªcil de gestionar, que resulta no tanto de la separaci¨®n como de la mezcla explosiva entre civilizaciones, de una integraci¨®n incompleta en un mundo que unifica en los ¨¢mbitos tecnol¨®gicos, econ¨®micos e incluso en determinados productos y estilos culturales, pero que se muestra especialmente analfabeto en cuanto a su articulaci¨®n pol¨ªtica y jur¨ªdica. ?sta es la primera paradoja que hemos de atender: lo que nos pasa no se debe a que estemos separados, sino a que estamos desigualmente unificados, tal vez demasiado en algunos aspectos y demasiado poco en otros.
Vivimos en un mundo en el que coinciden la fuente de los problemas y su soluci¨®n: las interdependencias, los flujos y corrientes, los efectos m¨²ltiples y dispersos, la ingobernabilidad, las redes sociales son tanto el origen de nuestros problemas como el marco de las posibles soluciones. Por eso, si algo le sobra al proyecto de una alianza global, pese a su apariencia ut¨®pica, es sentido de la realidad. El cosmopolitismo ha dejado de ser una buena idea, algo idealista; ahora es puro realismo. Es la realidad misma la que se ha vuelto cosmopolita, aunque sea de manera incompleta y deficiente, como efecto secundario e inconsciente de los procesos sociales. El mundo es ya un conjunto de destinos entrecruzados, de espacios que se solapan, una implicaci¨®n involuntaria de la que resultan vecindades ins¨®litas y espacios donde se juega un destino com¨²n.
Lo que nos pasa es que nuestros destinos est¨¢n implicados hasta tal punto que compartimos una suerte com¨²n. La mundializaci¨®n es una mezcla de bienes y oportunidades comunes, que nos potencia a todos y nos hace m¨¢ximamente vulnerables. Es algo que se hace especialmente doloroso en los males comunes que, como las cat¨¢strofes, no conocen l¨ªmites ni se detienen ante ninguna barrera. Los efectos del hurac¨¢n Katrina y la necesidad de paliar el desastre de manera concertada entre todos es un dram¨¢tico ejemplo de lo que digo. Aqu¨ª se manifiesta otra de nuestras m¨¢s asombrosas paradojas: que hayamos adquirido el sentido de unidad del g¨¦nero humano m¨¢s ante lo malo que en vistas a lo bueno, es decir, ante los problemas globales como la paz y la guerra, la seguridad, el medio ambiente, la contaminaci¨®n, el cambio clim¨¢tico, los riesgos alimentarios, las crisis financieras, las migraciones o los efectos de las innovaciones t¨¦cnicas y cient¨ªficas. Son las consecuencias del experimento civilizatorio de la humanidad las que nos sit¨²an en un entramado de dependencias que nos obligan a tomar en cuenta los intereses de los otros si es que no queremos perjudicar los propios. Algo que carece del moral appeal de la ret¨®rica solidaria y dial¨®gica, pero que suscita mayor reflexi¨®n y tiene m¨¢s fuerza integradora que todas las exhortaciones multiculturalistas.
El punto de partida para construir un mundo de bienes comunes consiste en caer en la cuenta de lo que significa la implicaci¨®n de los diversos espacios en un destino que tiende a unificarse o, al menos, a sacudir cualquier delimitaci¨®n de ¨¢mbitos y sujetos, tal como lo han pretendido siempre las l¨®gicas nacionales. No se puede comprender la situaci¨®n del mundo actual sin tomar en cuenta el car¨¢cter intr¨ªnsecamente pol¨¦mico de la cuesti¨®n ?qui¨¦nes somos nosotros? Se trata de un proceso que torna m¨¢s compleja y m¨¢s amplia la determinaci¨®n de la propia identidad, m¨¢s porosa y m¨¢s entrelazada con otros destinos colectivos. Esta situaci¨®n exige revisar los procedimientos de asignaci¨®n de responsabilidad, los sistemas de representaci¨®n e incluso las estrategias pol¨ªticas m¨¢s elementales.
Podr¨ªa justificarse esta nueva exigencia por medio de la siguiente analog¨ªa. Las revoluciones liberales se hicieron desde el principio de que ning¨²n impuesto era justo si no implicaba una legitimaci¨®n y una representaci¨®n correspondiente. En la era de la globalizaci¨®n podr¨ªa formularse una exigencia an¨¢loga de politizar (someter a discusi¨®n, establecer la correspondiente representaci¨®n en orden a legitimar la nueva situaci¨®n) esos nuevos hechos sociales, esta in¨¦dita ampliaci¨®n del espacio p¨²blico. Sea lo que fuera, un gobierno de la globalizaci¨®n tendr¨ªa entonces que ser algo as¨ª como un r¨¦gimen de las consecuencias secundarias, cuyos radios de acci¨®n no coinciden con los l¨ªmites nacionales: el mundo p¨²blico es m¨¢s bien todo lo que se percibe como consecuencia irritante de las decisiones de la civilizaci¨®n.
Del mismo modo que estos efectos indeseados no respetan las delimitaciones tradicionales, el mundo com¨²n se constituye como una supresi¨®n potencial de lo propio y lo extra?o; cada vez resulta m¨¢s inservible la contraposici¨®n entre el inter¨¦s particular y el com¨²n, m¨¢s in¨²til cuanto m¨¢s r¨ªgido, del mismo modo que se desdibuja la contraposici¨®n entre el aqu¨ª y el all¨ª. Puede explicarse esta curiosa constelaci¨®n con la met¨¢fora de que el mundo se ha quedado sin alrededores, sin m¨¢rgenes, sin afueras, sin extrarradios. Global es lo que no deja nada fuera de s¨ª, lo que contiene todo, vincula e integra de manera que no queda nada suelto, aislado, independiente, perdido o protegido, a salvo o condenado, en su exterior. En un mundo sin alrededores la cercan¨ªa, lo inmediato deja de ser la ¨²nica magnitud disponible y el horizonte de referencias se ampl¨ªa notablemente. La tiran¨ªa de la proximidad se relaja y otras consideraciones entran en juego. Se podr¨ªa formular esto con una exacta expresi¨®n de Martin Shaw: "There are no others". David Held hablaba, en un sentido muy similar, de "comunidades con destinos solapados" para indicar que la globalizaci¨®n de los riesgos suscita una comunidad involuntaria, una coalici¨®n no pretendida, de modo que nadie se queda fuera de esa suerte com¨²n.
Todas estas circunstancias suponen, al mismo tiempo, una extraordinaria ampliaci¨®n de lo que ha de considerarse como espacio p¨²blico y una in¨¦dita dificultad de configurar espacios comunes para los que no disponemos actualmente de instrumentos adecuados. Esta complicaci¨®n tiene su origen en la transformaci¨®n m¨¢s radical que realiza un mundo que anula tendencialmente sus alrededores, a saber: la dificultad de trazar l¨ªmites y organizar a partir de ellos cualquier estrategia (organizativa, militar, pol¨ªtica, econ¨®mica...). En el mejor de los casos, cuando sea posible delimitar, ha de saberse tambi¨¦n que toda construcci¨®n de l¨ªmites es variable, plural, contextual, y que ¨¦stos deben ser definidos y justificados una y otra vez, de acuerdo con el asunto de que se trate. Su consecuencia inmediata es que continuamente se mezclan en cualquier actividad lo interior y lo exterior. Ahora se afirma como una verdad indiscutida -y probablemente sin haber extra¨ªdo todas las consecuenciasque de ello se derivan- que no hay problema importante que pueda ser resuelto localmente, que propiamente hablando ya no hay pol¨ªtica interior como tampoco asuntos exteriores, y todo se ha convertido en pol¨ªtica interior. Aumenta el n¨²mero de problemas que los Estados s¨®lo pueden resolver cooperativamente, al mismo tiempo que se fortalece la autoridad de las organizaciones transnacionales y pierde legitimidad el principio de no intervenci¨®n en asuntos de otros Estados. Se han vuelto extremadamente difusos los l¨ªmites entre la pol¨ªtica interior y la pol¨ªtica exterior; factores "externos" como los riesgos globales, las normas internacionales o los actores transnacionales se han convertido en "variables internas". Nuestra manera de concebir y realizar la pol¨ªtica no estar¨¢ a la altura de los desaf¨ªos que se le plantean si no problematiza la distinci¨®n entre "dentro" y "fuera", entre "nosotros" y "ellos", como conceptos que son inadecuados para gobernar en espacios deslimitados.
La verdadera urgencia de nuestro tiempo consiste en cosmopolitizar la globalizaci¨®n. As¨ª ha ocurrido siempre a lo largo de la historia, uno de cuyos vectores de progreso ha consistido precisamente en politizar, es decir, convertir ¨¢mbitos que estaban entregados a la "naturalidad" (de la tradici¨®n, de la autoridad, de la imposici¨®n) en cuestiones sobre las que debe discutirse y acordar: desde el trabajo dom¨¦stico hasta las relaciones internacionales, pasando por los diversos c¨®digos de conducta o las formas de organizaci¨®n social. Todo impulso democratizador ha partido del esc¨¢ndalo de que hubiera decisiones vinculantes que no se hab¨ªan adoptado democr¨¢ticamente. Y as¨ª es tambi¨¦n en el caso de la mundializaci¨®n, aunque sepamos que los procedimientos para democratizarla habr¨¢n de ser m¨¢s complejos que aquellos que sirvieron para la configuraci¨®n de los Estados nacionales.
Lo ¨²nico bueno de los conflictos es que tienen una funci¨®n integradora porque ponen de manifiesto que no cabe sino encontrar soluciones cosmopolitas, algo que no es posible sin perspectivas, instituciones y normas globales. Los riesgos desaf¨ªan la autosuficiencia de los sistemas, los l¨ªmites y las agendas nacionales, distorsionan las prioridades y obligan a que los enemigos establezcan alianzas. A los espacios comunes amenazados les corresponde un espacio de acci¨®n, coordinaci¨®n y responsabilidad comunes. Es as¨ª como suele realizarse el descubrimiento de que la estrategia unilateral resulta excesivamente costosa mientras que la cooperaci¨®n plantea soluciones m¨¢s eficaces y duraderas. Cosmopolitizar significa entonces configurar estrategias para autolimitar reflexivamente a los agentes sociales en beneficio de su propio inter¨¦s; desde el punto de vista cultural, conseguir que las civilizaciones y las culturas comprendan la dependencia que les vincula a otras para la propia definici¨®n y el enriquecimiento que suponen los procesos de traducci¨®n, intercambio e hibridaci¨®n. Y desde el punto de vista pol¨ªtico implica la b¨²squeda de un nuevo modo de articular el inter¨¦s p¨²blico en un ¨¢mbito cuya dimensi¨®n y significado apenas conocemos.
Si el contrato social fue inventado para terminar con las guerras civiles, lo que algunos llaman alianza de civilizaciones, otros multilateralismo, y que yo preferir¨ªa denominar cosmopol¨ªtica, ser¨ªa el marco que permitiera resolver de manera civilizada, pol¨ªtica, los nuevos conflictos que acompa?an a la mundializaci¨®n. Para ello nos hace falta desarrollar toda una nueva gram¨¢tica cosmopolita de los bienes comunes, agudizar la sensibilidad hacia los efectos de la interdependencia y pensar en t¨¦rminos de un bien p¨²blico que no puede gestionarse por cuenta propia, sino que requiere una acci¨®n multilateral coordinada.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza, autor de La sociedad invisible.
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