La lecci¨®n del Katrina
Antes de dedicar nuestra atenci¨®n a la pr¨®xima gran noticia, debemos aprender la lecci¨®n fundamental que nos ense?a el hurac¨¢n Katrina. No estoy hablando de la incompetencia de la Administraci¨®n de Bush, el escandaloso abandono en el que viven los negros pobres en Estados Unidos ni nuestra falta de preparaci¨®n ante las cat¨¢strofes naturales, aunque todas estas cosas sean ciertas. La lecci¨®n fundamental del Katrina es que la corteza de civilizaci¨®n sobre la que caminamos es siempre de una delgadez extrema. Basta un temblor para que nos caigamos, para que luchemos con u?as y dientes, como perros salvajes, por nuestra vida.
?Acaso creen que los saqueos, las violaciones y la intimidaci¨®n armada que surgieron en Nueva Orleans, en s¨®lo unas horas, no se producir¨ªan nunca en la agradable y civilizada Europa? Pues se equivocan. Lo mismo ocurri¨® aqu¨ª, en todo nuestro continente, hace s¨®lo 60 a?os. No hay m¨¢s que leer las memorias de supervivientes del Holocausto y el Gulag, el relato que hace Norman Lewis de los acontecimientos de 1944 en N¨¢poles o el diario an¨®nimo de una mujer alemana en el Berl¨ªn de 1945, reeditado hace poco. Volvi¨® a suceder en Bosnia hace 10 a?os. Y ni siquiera exist¨ªa la force majeure de una cat¨¢strofe natural. Los huracanes de Europa los cre¨® el hombre.
La mayor¨ªa de las personas, la mayor¨ªa de las veces, emprenden una lucha despiadada por su supervivencia individual y gen¨¦tica
Un factor de fuerza casi equiparable al de una inundaci¨®n es la presi¨®n de la migraci¨®n de las zonas pobres del sur superpoblado a las regiones ricas del norte
En China, donde los l¨ªderes tardocomunistas emplean el nacionalismo como distracci¨®n para permanecer en el poder, existe peligro de guerra
El elemento primordial es el mismo: si eliminamos las bases elementales de la vida organizada y civilizada -alimentos, un techo, agua potable, una m¨ªnima seguridad personal-, en el plazo de unas horas retrocedemos a un estado natural como el que expon¨ªa Hobbes, a una guerra de todos contra todos. Algunas personas, algunas veces, se comportan con hero¨ªsmo y solidaridad; la mayor¨ªa de las personas, la mayor¨ªa de las veces, emprenden una lucha despiadada por su supervivencia individual y gen¨¦tica. Algunos se convierten temporalmente en ¨¢ngeles, pero casi todos los dem¨¢s se convierten en monos.
Descivilizaci¨®n
La palabra civilizaci¨®n, en uno de sus sentidos primigenios, se refer¨ªa al proceso de civilizar a los animales humanos, que quiere decir, supongo, lograr un reconocimiento mutuo de la dignidad humana o, por lo menos, aceptar en principio que dicho reconocimiento es deseable (como hac¨ªa Thomas Jefferson, aunque poseyera esclavos y, en la pr¨¢ctica, no hiciera lo que predicaba). El otro d¨ªa, leyendo a Jack London, me encontr¨¦ con una palabra poco habitual: descivilizaci¨®n. Es decir, lo opuesto, el proceso por el que las personas dejan de ser civilizadas y se vuelven salvajes. El Katrina nos ense?a que la posibilidad de la descivilizaci¨®n siempre est¨¢ presente.
Se ven indicios de ello incluso en la vida cotidiana. La agresividad al volante es un buen ejemplo. O lo que ocurre cuando se espera un vuelo a ¨²ltima hora de la noche que acaba retrasado o cancelado. Al principio, las burbujas de espacio personal que nos construimos cuidadosamente en los aeropuertos se deshacen en destellos de solidaridad: las miradas de simpat¨ªa por encima del peri¨®dico o la pantalla del ordenador port¨¢til, unas cuantas palabras de frustraci¨®n o iron¨ªa compartidas. Con frecuencia, eso se transforma en una expresi¨®n m¨¢s en¨¦rgica de solidaridad de grupo, tal vez dirigida contra el desventurado personal de tierra de British Airways, Air France o American Airlines (encontrar un enemigo com¨²n es la ¨²nica forma garantizada de obtener solidaridad entre humanos).
Sin embargo, de pronto, surge el rumor de que quedan unos cuantos asientos en otro vuelo, en la puerta 37. La solidaridad se derrumba instant¨¢neamente. Los enfermos, los minusv¨¢lidos, los ancianos, las mujeres y los ni?os quedan abandonados en medio de la estampida. Hombres vestidos de oscuro, con t¨ªtulos obtenidos en Harvard u Oxford y perfectos modales, se convierten en gorilas que avanzan por la jungla. Cuando, despu¨¦s de haberse librado a codazos de sus rivales, consiguen su tarjeta de embarque, se retiran a un rinc¨®n y evitan la mirada de los dem¨¢s. Son el gorila que se ha quedado con el pl¨¢tano (cr¨¦anme que s¨¦ de lo que hablo; yo he sido ese mono). Todo ello, s¨®lo con el fin de no tener que pasar una noche en el Holiday Inn de Des Moines.
Evidentemente, la desciviliza-ci¨®n en Nueva Orleans fue mil veces peor. No puedo evitar la sensaci¨®n de que va a haber muchos m¨¢s casos as¨ª a medida que avancemos en el siglo XXI. Hay demasiados problemas al acecho capaces de hacer retroceder a la humanidad. El peligro m¨¢s evidente es que se produzcan m¨¢s cat¨¢strofes naturales como consecuencia del cambio clim¨¢tico. Si los pol¨ªticos estadounidenses interpretan este cataclismo igual que ha hecho John McCain, como -para emplear la manida expresi¨®n que sin duda usar¨¢n ellos- una "llamada de alerta" a los ciudadanos sobre las consecuencias de que Estados Unidos siga emitiendo di¨®xido de carbono como si el mundo se acabara, entonces, la nube del hurac¨¢n Katrina tendr¨¢ un resquicio de esperanza. Pero tal vez sea ya demasiado tarde. De ser cierto que, como todo parece apuntar, no s¨®lo se est¨¢n derritiendo los casquetes polares sino tambi¨¦n el permafrost en Siberia -un deshielo que, a su vez, producir¨ªa a¨²n m¨¢s emisiones de gases invernadero naturales-, nos encontrar¨ªamos en una espiral imposible de detener. En ese caso, si grandes zonas del mundo se vieran azotadas por tormentas, inundaciones y cambios de temperatura impredecibles, lo que ha ocurrido en Nueva Orleans ser¨ªa un juego de ni?os.
En cierto sentido, ¨¦sos tambi¨¦n ser¨ªan huracanes de fabricaci¨®n humana. Pero adem¨¢s hay que tener en cuenta las amenazas directas de unos humanos a otros. Hasta ahora, los atentados terroristas han causado indignaci¨®n, miedo, alguna limitaci¨®n de libertades y los abusos de Guant¨¢namo y Abu Ghraib, pero no han desembocado en histeria de masas ni en una b¨²squeda de chivos expiatorios. Menos que en ning¨²n sitio, en Londres, la capital mundial de la flema. Ahora bien, supongamos que ¨¦ste no es m¨¢s que el principio. Supongamos que un grupo terrorista hace estallar una bomba sucia o incluso una peque?a arma nuclear en una gran ciudad. ?Qu¨¦ ocurrir¨ªa?
Met¨¢fora
Un factor de fuerza casi equiparable a la de una inundaci¨®n es la presi¨®n de la migraci¨®n masiva de las zonas pobres y el sur superpoblado a las regiones ricas del norte (no es casual que los populistas que se oponen a la inmigraci¨®n utilicen de forma habitual la met¨¢fora de las inundaciones). Si una cat¨¢strofe natural o un desastre pol¨ªtico desplazara a m¨¢s millones de habitantes, nuestros controles de inmigraci¨®n podr¨ªan llegar a ser, un d¨ªa, como los diques de Nueva Orleans. Ya con los niveles actuales, los encuentros que se producen -especialmente los encuentros entre los inmigrantes musulmanes y los actuales residentes europeos- est¨¢n resultando explosivos. ?Hasta qu¨¦ punto vamos a seguir siendo civilizados? Al o¨ªr hablar a algunos europeos y algunos inmigrantes musulmanes, veo la sombra de una nueva barbarie europea.
No hay que olvidar tampoco el reto que mencionaba en esta columna hace dos semanas, el de hacer sitio a las nuevas grandes potencias, sobre todo India y China, en el sistema internacional. En China, especialmente, donde los l¨ªderes tardocomunistas emplean el nacionalismo como distracci¨®n para permanecer en el poder, existe peligro de guerra. Y no hay nada que descivilice con m¨¢s rapidez ni m¨¢s garant¨ªas que la guerra.
As¨ª, pues, olvid¨¦monos del "choque de civilizaciones" de Samuel Huntington. Como afirma un viejo dicho ruso, eso pas¨® hace mucho tiempo y, de todas formas, no era cierto. Lo que est¨¢ en peligro es simplemente la civilizaci¨®n, la fina capa que colocamos sobre el magma en ebullici¨®n de la naturaleza, incluida la naturaleza humana.
Nueva Orleans ha abierto un peque?o agujero por el que hemos atisbado lo que yace debajo. La ciudad de la vida f¨¢cil [The Big Easy, su apodo] nos ha ense?ado qu¨¦ es lo m¨¢s dif¨ªcil: conservar esa capa. Si adoptamos un tono de predicadores pol¨ªticos, podemos ver al Katrina como una llamada a tomarnos en serio estos retos, lo cual significa que los grandes bloques y las grandes potencias del mundo -Europa, EE UU, China, India, Rusia, Jap¨®n, Latinoam¨¦rica, Naciones Unidas- traten de alcanzar un nuevo nivel de cooperaci¨®n internacional. Sin embargo, con un an¨¢lisis menos entusiasta, podr¨ªamos aventurar una conclusi¨®n m¨¢s pesimista: alrededor de 2000, el mundo alcanz¨® una cota de difusi¨®n de la civilizaci¨®n que las futuras generaciones contemplar¨¢n con nostalgia y envidia.
http://www.freeworldweb.net Traducci¨®n de M. L. Rodr¨ªguez Tapia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.