Gamberrada
La excentricidad, seg¨²n de quien venga, puede ser perdonada e incluso aplaudida. Si todo un Premio Nobel eructa en p¨²blico es muy posible que le r¨ªan la gracia por venir de quien viene. Siempre habr¨¢ quien lo interprete como un s¨ªntoma de genialidad, como una concesi¨®n al resto de mortales o como un desvar¨ªo perfectamente estudiado que se lanza en el momento m¨¢s oportuno. Camilo Jos¨¦ Cela presum¨ªa de andar suelto por el mundo y de engullir por el ano una palangana rebosante de agua. Dal¨ª escenificaba su gran paranoia y G¨®mez de la Serna, que pontificaba encaramado a un paquidermo, viv¨ªa con una maniqu¨ª en su torre de Vel¨¢zquez.
La excentricidad, sin embargo, es muchas veces puro mito. Recuerdo que hace a?os, al entrar en una librer¨ªa, me llam¨® la atenci¨®n un p¨®ster en blanco y negro que reproduc¨ªa a gran tama?o la cara de Albert Einstein. El cient¨ªfico de origen alem¨¢n ten¨ªa los ojos muy abiertos y sacaba su enorme lengua en se?al de burla. Siempre me gust¨® aquel gesto ofensivo y pueril de un hombre de su talla. El tipo sencillo que hab¨ªa revolucionado el mundo de la ciencia con su teor¨ªa de la relatividad se ve¨ªa ahora, preso de la fama, paseando sus conocimientos por medio mundo como un mono de feria. En Am¨¦rica pudo hacer de las suyas gracias al taxista que le recogi¨® en el aeropuerto de Washington. Era un conductor le¨ªdo que, durante el trayecto, demostr¨® conocer bien la f¨®rmula descubierta por el f¨ªsico. Einstein vio el cielo abierto y le propuso, como favor personal, intercambiarse los papeles ante los universitarios. Dicho y hecho. Acabada la conferencia, una pregunta capciosa puso en apuros al falso cient¨ªfico. Sin embargo, el taxista, buscando a Einstein entre el p¨²blico, resolvi¨® el trago con una ingeniosa respuesta: "Lo que usted me plantea, se?or, es tan simple que se lo va a responder mi ch¨®fer". Unos a?os despu¨¦s, el 14 de marzo de 1951, Albert Einstein volvi¨® a las andadas. Harto del acoso de la prensa, quiso arruinar el reportaje gr¨¢fico de sus perseguidores dedic¨¢ndoles una solemne burla. S¨®lo consigui¨® agrandar el mito y convertir su rostro en el icono de toda una cultura, en una gamberrada hist¨®rica.
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