El calentamiento global azota Nueva Orleans
Primero fue el ensordecedor estruendo del Katrina que se cern¨ªa a 240 kil¨®metros por hora sobre la costa del Golfo, en Estados Unidos. Luego fue el silencio sobrecogedor, mientras las v¨ªctimas eran arrastradas hasta la orilla y al mar. Y en los d¨ªas posteriores, parece que todo el funcionariado de Washington est¨¦ aguantando la respiraci¨®n, por si el vergonzoso secreto sale a la luz: que el Katrina es la factura de la entrop¨ªa por haber incrementado las emisiones de CO2 y el calentamiento global. Los cient¨ªficos llevan a?os advirti¨¦ndonos. Nos dijeron que vigil¨¢ramos el Caribe, donde es probable que aparezcan los primeros efectos dram¨¢ticos del cambio clim¨¢tico en forma de huracanes m¨¢s rigurosos e incluso catastr¨®ficos. En los ¨²ltimos a?os se ha reanudado la actividad e intensidad de los huracanes en la cuenca del Caribe. Ahora, la tormenta asesina del Katrina se ha cobrado su venganza y ha sembrado una devastaci¨®n incomprensible en una amplia franja de la zona sureste de Estados Unidos.
La realidad es que se recordar¨¢ al Katrina como la "gota que ha colmado el vaso" en la era de los combustibles f¨®siles, el momento en el que la ciudadan¨ªa estadounidense comenz¨® a descartar el c¨®modo mito de que el fin de la etapa del petr¨®leo y los catastr¨®ficos efectos del calentamiento global pertenecen a un futuro lejano. El futuro lleg¨® a las costas del lago Ponchartrain con una gigantesca ola que se precipit¨® por las calles de Nueva Orleans para sembrar la destrucci¨®n y el caos en las tierras bajas de la regi¨®n del golfo de Misisipi el lunes 29 de agosto, y el resultado es que Estados Unidos y el mundo han cambiado para siempre.
El Katrina no es s¨®lo una cuesti¨®n de mala suerte, el envite ocasional y por sorpresa de la naturaleza contra una humanidad desprevenida. No se equivoquen. Nosotros hemos creado esta tormenta monstruosa. Conoc¨ªamos el impacto potencialmente devastador del calentamiento global desde hace casi una generaci¨®n. Aun as¨ª, pisamos el acelerador, como si nos importara un bledo. ?Qu¨¦ esper¨¢bamos? El 25% de los veh¨ªculos estadounidenses son utilitarios deportivos, todos ellos con motores mort¨ªferos que arrojan cantidades r¨¦cord de CO2 a la atm¨®sfera de la Tierra. ?C¨®mo explicar a nuestros hijos que los estadounidenses representan menos de un 5% de la poblaci¨®n mundial, pero que devoran m¨¢s de una cuarta parte de la energ¨ªa de combustibles f¨®siles producida anualmente? ?C¨®mo decir a los apesadumbrados familiares de las v¨ªctimas que han perdido la vida en el hurac¨¢n que hemos sido demasiado ego¨ªstas como para permitir tan siquiera un modesto impuesto adicional de tres c¨¦ntimos por cada cuatro litros de gasolina para fomentar el ahorro de energ¨ªa? Y cuando nuestros vecinos europeos y de todo el mundo pregunten por qu¨¦ la ciudadan¨ªa estadounidense estaba tan poco dispuesta a convertir el calentamiento global en una prioridad mediante su firma del Tratado de Kioto sobre el cambio clim¨¢tico, ?qu¨¦ les diremos?
En los pr¨®ximos d¨ªas y semanas, millones de estadounidenses saldr¨¢n al rescate de las v¨ªctimas del hurac¨¢n Katrina y ofrecer¨¢n sangre, cobijo y ayuda econ¨®mica. Las cat¨¢strofes naturales sacan lo mejor del car¨¢cter estadounidense. Nos enorgullecemos de estar ah¨ª para el pr¨®jimo cuando pide ayuda a gritos. ?Por qu¨¦ no somos capaces de dar la misma respuesta apasionada cuando es la Tierra la que la pide? Verg¨¹enza ten¨ªa que dar a Estados Unidos y a los pueblos de otros pa¨ªses -no somos los ¨²nicos- el haber antepuesto sus caprichos y gratificaciones personales a corto plazo al bienestar del planeta. Por supuesto, ahora estamos pagando el precio. Nos encontramos atrapados entre dos frentes tormentosos. Por un lado, la demanda petrol¨ªfera global est¨¢ eclipsando, por primera vez en la historia, al suministro global de petr¨®leo. El precio de un barril de crudo es ahora de 62 d¨®lares en los mercados mundiales. La gasolina y el petr¨®leo para calefacciones est¨¢n subiendo tan r¨¢pido como las aguas que inundan los Estados del Golfo, en parte porque la tormenta ha arrasado plataformas petrol¨ªferas de todo el golfo de M¨¦xico y ha inutilizado un elevado porcentaje de nuestras refiner¨ªas.
Estamos entrando en las ¨²ltimas d¨¦cadas de la era del petr¨®leo, con consecuencias que no presagian nada bueno para el futuro de la econom¨ªa global, dominada casi totalmente por los combustibles f¨®siles. Aunque nuestros petroge¨®logos no est¨¢n seguros de cu¨¢ndo alcanzar¨¢ la producci¨®n global de petr¨®leo su techo -el momento en que se haya consumido la mitad del petr¨®leo recuperable del mundo-, todo el mundo, excepto las ilusas almas del sector petrol¨ªfero, tiene claro que el principio del fin est¨¢ en el horizonte. Por otro lado, nuestra biosfera se retuerce por el aumento de los gases de CO2, y no hay salida ni escapatoria. Nuestro planeta se est¨¢ calentando y nos est¨¢ atrapando en un nuevo periodo impredecible de la historia. Durante las pr¨®ximas semanas se celebrar¨¢n miles de misas conmemorativas para presentar nuestros respetos a los muertos, desaparecidos y heridos. Habr¨¢ nerviosismo y recriminaciones. La ciudadan¨ªa exigir¨¢ saber por qu¨¦ fallaron los diques que proteg¨ªan Nueva Orleans y la regi¨®n del puerto del Golfo, por qu¨¦ no se adoptaron las precauciones necesarias para reducir al m¨ªnimo el impacto del Katrina, por qu¨¦ la ayuda fue tan escasa y lleg¨® tan tarde. Sin embargo, lo que probablemente no oiremos del presidente Bush y la Casa Blanca, de los l¨ªderes empresariales ni, de hecho, de quienes todav¨ªa conducimos deportivos es un "?lo sentimos!" colectivo.
En estos momentos de dolor, el presidente Bush ha realizado un llamamiento al pueblo estadounidense para que se una a las tareas, para que ayude a restaurar los diques y pasos elevados, para que arregle las carreteras y reconstruya las casas y comunidades perdidas en la devastaci¨®n. ?Con qu¨¦ fin, si no ponemos barreras al fantasma del calentamiento global? La pr¨®xima vez ser¨¢ una tormenta de categor¨ªa 5 o algo mucho peor e inimaginable. Si pudiera tener la atenci¨®n del presidente Bush s¨®lo por un momento, esto es lo que le dir¨ªa: "Se?or presidente, si usted hubiera mirado en las profundidades del ojo del hurac¨¢n, lo que habr¨ªa visto es la futura desaparici¨®n del planeta en el que vivimos". Es hora de decir a los ciudadanos de Estados Unidos y del mundo que la verdadera lecci¨®n del Katrina es que debemos movilizar el talento, la energ¨ªa y la determinaci¨®n del pueblo de Estados Unidos y de todas partes para desengancharnos del oleoducto que amenaza el futuro de todas las criaturas de la Tierra. Presidente Bush, ah¨®rrese sus homil¨ªas sobre las agallas y la determinaci¨®n del pueblo estadounidense para "capear el temporal y perseverar". Mejor, d¨ªganos la verdad sobre por qu¨¦ se ha producido el Katrina. P¨ªdanos a todos que nos planteemos un cambio de actitud respecto al derroche de energ¨ªa que exige nuestro despilfarrador estilo de vida. Exh¨®rtenos a conservar nuestras reservas de combustibles f¨®siles y a hacer sacrificios en nuestro uso futuro de la energ¨ªa. Facil¨ªtenos una estrategia para llevar a Estados Unidos de los combustibles f¨®siles a un futuro energ¨¦tico sostenible basado en fuentes renovables de energ¨ªa y alimentaci¨®n por hidr¨®geno. Estamos esperando...
Jeremy Rifkin es el autor de La econom¨ªa del hidr¨®geno: la creaci¨®n de la red energ¨¦tica mundial y la redistribuci¨®n del poder en la Tierra (Paid¨®s, 2002). Traducci¨®n de News Clips.
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