Luces y sombras de Israel
Si el conflicto palestino israel¨ª no existiera, o hubiera sido ya resuelto de manera definitiva, el mundo entero ver¨ªa en Israel uno de los ¨¦xitos m¨¢s notables de la historia contempor¨¢nea: un pa¨ªs que en poco m¨¢s de medio siglo -naci¨® como Estado en 1948- consigue pasar del tercer al primer mundo, se convierte en una naci¨®n pr¨®spera y moderna, integra en su seno a inmigrantes procedentes de todas las razas y culturas -aunque, por lo menos en apariencia, de una misma religi¨®n-, resucita como idioma nacional una lengua muerta, el hebreo, y la vivifica y moderniza, alcanza alt¨ªsimos niveles de desarrollo tecnol¨®gico y cient¨ªfico, y se dota de armas at¨®micas y de un ej¨¦rcito equipado con la infraestructura m¨¢s avanzada en materia b¨¦lica y capaz de poner en pie de guerra en brev¨ªsimo plazo a un mill¨®n de combatientes (la quinta parte de su poblaci¨®n).
Este logro es todav¨ªa m¨¢s significativo si se tiene en cuenta que la Palestina donde llegaron los primeros sionistas procedentes de Europa, en 1909, era la m¨¢s miserable provincia del imperio otomano, un p¨¢ramo de desiertos pedregosos convertido ahora, gracias al trabajo y al sacrificio de muchas generaciones, en poco menos que un vergel. Es verdad que Israel ha contado con una generosa ayuda exterior, procedente principalmente de Estados Unidos, del que recibe anualmente cerca de tres mil millones de d¨®lares, y de la di¨¢spora jud¨ªa, un factor que hay que tener en cuenta, pero que de ninguna manera explica por s¨ª solo la impresionante transformaci¨®n de Israel en uno de los pa¨ªses m¨¢s desarrollados y de m¨¢s altos niveles de vida del mundo. Por ejemplo, Egipto recibe una ayuda m¨¢s o menos equivalente de Estados Unidos y nadie dir¨ªa que le ha sacado el menor provecho para el conjunto de su poblaci¨®n. Y los grandes pa¨ªses productores de petr¨®leo, como Venezuela o Arabia Saud¨ª, sobre quienes el oro negro hace llover desde hace muchos a?os una vertiginosa hemorragia de d¨®lares, siguen, debido a la ineficiencia, el despotismo y la cancerosa corrupci¨®n de sus gobiernos, profundamente enraizados en el subdesarrollo. Ninguno de ellos ha aprovechado de sus recursos y de las oportunidades creadas por la globalizaci¨®n como Israel.
Es verdad que, en los ¨²ltimos a?os, a medida que, gracias a su despegue industrial, sobre todo en el campo de las nuevas tecnolog¨ªas, el crecimiento econ¨®mico israel¨ª se disparaba y el pa¨ªs dejaba de ser rural y se volv¨ªa urbano, la sociedad m¨¢s o menos igualitaria y solidaria con la que so?aban las primeras generaciones de sionistas, y de la que todav¨ªa era posible encontrar huellas en el Israel que yo conoc¨ª hace treinta a?os, iba siendo reemplazada por otra, mucho m¨¢s dividida y antag¨®nica, donde las distancias entre los sectores m¨¢s ricos y los m¨¢s pobres aumentaban de manera dram¨¢tica y el idealismo de los pioneros y fundadores de Israel iba siendo reemplazado por el ego¨ªsmo individualista y el materialismo generalizado que es rasgo universal de todas las grandes sociedades contempor¨¢neas.
Israel se jacta de haber cumplido esta veloz trayectoria hist¨®rica hacia el bienestar dentro de la legalidad y la libertad, respetando los valores y principios de la cultura democr¨¢tica, algo que ha brillado y sigue brillando por su ausencia en todo el Medio Oriente. ?sta es una verdad relativa, que exige importantes matizaciones. Israel es una democracia en el sentido cabal de la palabra para todos los ciudadanos jud¨ªos israel¨ªes quienes viven, en efecto, dentro de un Estado de Derecho, que respeta los derechos humanos, garantiza la libertad de expresi¨®n y de cr¨ªtica, y en la que quien siente vulnerados sus derechos puede recurrir a unos jueces y tribunales que funcionan con independencia y eficiencia. He estado cinco veces en Israel, a lo largo de tres d¨¦cadas, y siempre me ha impresionado la energ¨ªa y la firmeza con que se practica all¨ª la cr¨ªtica, y la diversidad de opiniones en los peri¨®dicos y revistas publicados all¨ª en lenguas a mi alcance, en debates y discusiones o pronunciamientos p¨²blicos de partidos, instituciones o figuras individuales formadoras de opini¨®n. No creo exagerado afirmar que probablemente en ninguna otra sociedad se critica de manera tan constante, y a veces tan acerba, a los gobiernos de Israel como entre los propios israel¨ªes.
Estas excelentes costumbres democr¨¢ticas se reducen considerablemente, y a veces desaparecen por completo, cuando se trata del mill¨®n y pico de ¨¢rabes israel¨ªes -musulmanes en su gran mayor¨ªa y una minor¨ªa cristiana- que constituyen aproximadamente el 20 por ciento de la poblaci¨®n. En teor¨ªa son ciudadanos a carta cabal, con los mismos derechos y deberes que los jud¨ªos. Pero, en la pr¨¢ctica no lo son, sino ciudadanos discriminados, para los que no existen las mismas oportunidades de que gozan aquellos y que tienen tanto los accesos a los servicios p¨²blicos -educaci¨®n, salud- como al empleo, la adquisici¨®n de propiedades, o el simple movimiento f¨ªsico, mediatizados, recortados o suprimidos con el argumento de que estas cortapisas y limitaciones son indispensables para la seguridad de Israel.
Pero los ciudadanos ¨¢rabes israel¨ªes, pese a todo ello, viven en condiciones envidiables si se compara su caso con el de los millones de palestinos del West Bank y, hasta ayer, de la Franja de Gaza, es decir los territorios que Israel ocup¨® en 1967, luego de la Guerra de los Seis d¨ªas, en que derrot¨® a los Ej¨¦rcitos de Siria, Jordania y Egipto. (El West Bank estaba entonces bajo el dominio jordano y Gaza bajo el egipcio). Esta victoria, de la que la gran mayor¨ªa de los israel¨ªes se sienten orgullosos por razones militares y/o religiosas -su peque?o pa¨ªs derrotaba en un cerrar de ojos a una gran coalici¨®n militar del mundo ¨¢rabe y recuperaba para los jud¨ªos la totalidad del ¨¢mbito de su historia b¨ªblica-, convirti¨® a Israel en algo que ha sido su pesadilla desde entonces y lo que ha contribuido m¨¢s que nada a desencadenar la antipat¨ªa o la franca hostilidad hacia sus gobiernos de una buena parte de la opini¨®n p¨²blica internacional: en un pa¨ªs colonial. Y nada corrompe tanto a una naci¨®n, desde los puntos de vista c¨ªvico y moral, como volverse una potencia colonizadora. Coincidiendo con aquella conflagraci¨®n de 1967, el general de Gaulle hizo entonces una descripci¨®n de los israel¨ªes que gener¨® una gran pol¨¦mica (y mereci¨®, entre otras muchas, la respuesta encendida de Raymond Aron). Los llam¨® "pueblo de elite, seguro de s¨ª mismo y dominador". No estoy seguro de que entonces fuera cierto; pero s¨ª lo estoy de que, de entonces a ahora, insensiblemente, y debido a la conquista de aquellos territorios as¨ª como a su enriquecimiento y poder¨ªo, Israel se ha ido acercando a lo que, cuando fue lanzada, nos pareci¨® a muchos una injusta y exagerada descripci¨®n.En lo que concierne a su relaci¨®n con los palestinos, todas son sombras que maculan moralmente el formidable progreso material y social de Israel. En los 38 a?os de ocupaci¨®n, los palestinos han visto sus tierras expropiadas e invadidas por cientos de miles de colonos que, casi siempre alegando los derechos divinos, se posesionaban de un lugar y de unos campos, los cercaban y ven¨ªa luego el Ej¨¦rcito a proteger su seguridad y a consumar el despojo, manteniendo a raya o expulsando a los despojados. Pese a las duras rivalidades que las enfrentan, tanto la izquierda como la derecha israel¨ª, han coincidido en esta pol¨ªtica de apoyar la multiplicaci¨®n y el ensanchamiento de los asentamientos por colonos convencidos de que, actuando de este modo, cumpl¨ªan la voluntad de Dios. Este proceder abusivo ha sido el mayor obst¨¢culo para un acuerdo de paz, pues, a la vez que, de palabra, los gobiernos israel¨ªes dec¨ªan siempre desearla, en la pr¨¢ctica la desment¨ªan con una pol¨ªtica que a ojos vista iba aumentando y refrendando la ocupaci¨®n colonial.
No hay duda alguna de que, debido a sus enormes divisiones pol¨ªticas internas, a la pr¨¢ctica del terrorismo, a la ineficiencia y torpeza de sus l¨ªderes, los palestinos han defendido muy mal su causa, desaprovechando a veces oportunidades como la que, a mi juicio -el tema es objeto de tremendas controversias en Israel y en Palestina- representaron las negociaciones de Camp David y de Taba en el a?o 2000, en los finales del gobierno laborista de Ehud Barak. Pero, aun as¨ª, y sin que ello signifique la menor justificaci¨®n del salvajismo irracional de los atentados contra la poblaci¨®n civil y de las bombas de los suicidas palestinos -voladura de autobuses, restaurantes, caf¨¦s, discotecas, tiendas-, los atropellos cometidos por el Gobierno israel¨ª contra la poblaci¨®n palestina en general -puniciones colectivas, demoliciones de casas, asesinato de l¨ªderes terroristas aunque para ello sea inevitable que mueran civiles inocentes, detenciones arbitrarias, torturas indiscriminadas, juicios de caricatura en que los jueces condenan a los acusados a largas penas sin que los abogados defensores puedan siquiera conocer el acta de acusaci¨®n, que se mantiene secreta por razones de inteligencia militar, etc¨¦tera- son injustificables e indignas de un pa¨ªs civilizado.
Despu¨¦s del fracaso de los acuerdos de Oslo, que hab¨ªan despertado tanta euforia en todo el mundo y en especial en Israel -yo estuve all¨ª por aquellos d¨ªas y viv¨ª ese entusiasmo-, y luego de la subida al poder de Ariel Sharon, bestia negra de los pacifistas y de todos los partidos moderados del pa¨ªs, las esperanzas de paz parec¨ªan enterradas por un buen tiempo. Nadie hab¨ªa promovido tanto como aqu¨¦l la pol¨ªtica de los asentamientos de colonos en los territorios ocupados ni nadie hab¨ªa saboteado con tanta vehemencia todos los intentos de soluci¨®n negociada del conflicto -desde Oslo a Camp David y Taba- como el l¨ªder del Likud. ?Qui¨¦n hubiera dicho que la misma persona que dirigi¨® la invasi¨®n militar de L¨ªbano, que estuvo implicada en las matanzas de refugiados palestinos de Sabra y Shatila y que con su paseo provocador por la Plaza de las Mezquitas contribuy¨® a desatar la segunda Intifada y a frustrar los acuerdos de paz de Oslo, iba pocos a?os despu¨¦s, de manera unilateral, a cerrar los 21 asentamientos coloniales de la Franja de Gaza y a devolver esta tierra arrebatada al pueblo palestino?
?Qu¨¦ ha habido detr¨¢s de esta audaz iniciativa? ?Una concesi¨®n t¨¢ctica, para distraer la atenci¨®n internacional mientras Israel acent¨²a la pol¨ªtica de apropiaci¨®n de las tierras del West Bank? ?O un intento serio de mostrar al mundo la voluntad de Israel de poner de una vez por todas un fin razonable a este conflicto? ?Qu¨¦ piensan de ello los israel¨ªes y los palestinos? Para tratar de averiguarlo, acabo de pasar quince d¨ªas en Israel y en los territorios ocupados, hablando con gente de toda condici¨®n e ideolog¨ªa, viendo y oyendo lo m¨¢s que pod¨ªa y tratando de sobrevivir al calor, la intensidad de las vivencias y la fatiga. Porque en Israel y en Palestina se vive m¨¢s que en otras partes y el tiempo parece durar all¨¢ menos que en el resto del mundo. Acaso esa sea la raz¨®n por la que tres de las cuatro grandes religiones de la historia de la humanidad tengan all¨ª sus ra¨ªces y por la que ese pu?ado de kil¨®metros cuadrados haya hecho correr desde hace cuatro milenios m¨¢s sangre y locura que cualquier otra regi¨®n del mundo.
? Mario Vargas Llosa, 2005. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PA?S, SL, 2005.
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