EE UU al desnudo
El hurac¨¢n Katrina expuso la cultura pol¨ªtica, las poleas del poder y el car¨¢cter de Estados Unidos y en las ¨²ltimas semanas hemos podido observar al desnudo las fortalezas, las fragilidades y las contradicciones de la superpotencia.
Cuando Ray Nagin, alcalde de Nueva Orleans, despotric¨® contra la pasividad del Gobierno federal al que exigi¨® "mover el culo y hacer algo" se apoyaba en una de las fibras m¨¢s profundas del pragmatismo estadounidense, de la cultura del can do. Los estadounidenses esperan que sus funcionarios resuelvan con rapidez y eficacia los problemas y las cat¨¢strofes que, de acuerdo al optimismo difundido universalmente por Hollywood, siempre tienen soluci¨®n que, para ser totalmente americana, se apalanca en las m¨¢quinas y la tecnolog¨ªa.
Los efectos profundos tienen que ver con el debate sobre la misi¨®n de EE UU en el mundo
Cuando el gobernante falla la irritaci¨®n social se canaliza hacia la rendici¨®n de cuentas porque esa sociedad tiene profundamente arraigada la idea de que pol¨ªticos y gobernantes son servidores p¨²blicos que deben ser constantemente escudri?ados. Es una sociedad que idolatra el individualismo y que objetiva los desastres o los ¨¦xitos en h¨¦roes y villanos p¨²blicamente expuestos. En ese marco hay que ubicar los tropiezos y la redenci¨®n del presidente republicano.
George W. Bush ha sido condenado porque su liderazgo naufrag¨® en el momento de crisis. Se apart¨® del modelo aprobado por la colectividad y se multiplicaron las cr¨ªticas. Wesley Pruden sali¨® a la defensa del republicano asegurando, en una columna para el conservador Washington Times, que el hurac¨¢n fue "un regalo de los dioses para en el reino de esa izquierda que se levanta cada ma?ana buscando formas de denostar a George W. Bush" (2 de septiembre de 2005). En t¨¦rminos generales fueron defensas d¨¦biles porque las condenas a Bush sal¨ªan de la irritaci¨®n que provoc¨® un comportamiento alejado de los mitos que regulan su vida p¨²blica. Para el senador John B. Breaux, de Luisiana, "a la gente no le importa si eres dem¨®crata o republicano", lo que cuenta es que "demuestres que est¨¢s haciendo algo".
Bush agredi¨® el sentido com¨²n de un pa¨ªs en el que el ciudadano com¨²n sue?a con llegar a millonario y/o superh¨¦roe. Para todos se hizo evidente la arrogancia de su comportamiento porque el presidente llevaba seis semanas veraneando en su rancho de Texas y el hurac¨¢n lo pill¨® en ese momento de modorra que precede al retorno a la cotidianidad. Se pasm¨® y tard¨® en reaccionar porque pensaba que hasta los elementos respetar¨ªan su agenda. Como tantos otros poderosos se equivoc¨® al creer que hab¨ªa domado a la veleidosa fortuna.
Acorralado por la gravedad de su pecado tom¨® el ¨²nico sendero concebible para un servidor p¨²blico en un pa¨ªs de tanta raigambre cristiana. Hizo un acto de contrici¨®n ante los medios de comunicaci¨®n porque en la cultura pol¨ªtica estadounidense el arrepentimiento no es una opci¨®n, es una exigencia. Se perdonan los errores pero no las excusas. Ante las disculpas, incluso los cr¨ªticos m¨¢s severos le extendieron al presidente una rama de olivo. El New York Times calific¨®, en un editorial del 15 de septiembre, como "palabras esperanzadoras" el que Bush "aceptara responsabilidades". Al ritual le faltan etapas. Despu¨¦s de la contrici¨®n verbal vendr¨¢ el nombramiento de la comisi¨®n que esclarecer¨¢ la cadena de errores y fijar¨¢ responsabilidades individuales.
El hurac¨¢n puede repercutir de otras formas en el futuro de la potencia. En la dimensi¨®n estrictamente material la reconstrucci¨®n se har¨¢ con bastante rapidez. Estados Unidos tiene el car¨¢cter y los recursos econ¨®micos y tecnol¨®gicos para superar este tipo de adversidades. Los efectos m¨¢s profundos tienen que ver con el debate sobre la misi¨®n de un pa¨ªs que se siente predestinado a guiar a la humanidad y que basa parte de su ¨¦xito en la constante revisi¨®n y correcci¨®n del rumbo.
?Cu¨¢les ser¨¢n las conexiones que se har¨¢n entre el hurac¨¢n y el conflicto en Irak? La fractura ideol¨®gica de Estados Unidos puede profundizarse en la medida en la que se empalmen las facturas por la reconstrucci¨®n y la aventura militar. Reaparecen las tesis de Paul Kennedy sobre los resortes que detonan el auge y la decadencia de los imperios y se replantea una de las preguntas claves de este siglo XXI: ?rebas¨® Bush los m¨¢rgenes de acci¨®n que tolera la econom¨ªa y la m¨¢quina militar estadounidense?
Otra dimensi¨®n se conecta con la discusi¨®n universal en curso sobre el papel del Estado y/o la responsabilidad que tiene el consumismo estadounidense en el desastre ambiental que azota al planeta. El hurac¨¢n expuso la fragilidad de esa parte del pensamiento neoconservador porque, como escribiera Paul Krugman en el New York Times el 2 de septiembre, la par¨¢lisis de Bush "fue consecuencia de la hostilidad ideol¨®gica a la idea de utilizar el Gobierno para servir el bien p¨²blico... por 25 a?os la derecha ha estado denigrando al sector p¨²blico y dici¨¦ndonos que el Gobierno siempre es el problema, no la soluci¨®n". Bastante relacionada est¨¢ la posibilidad de que la cat¨¢strofe acelere la renovaci¨®n en curso de la dirigencia pol¨ªtica de la izquierda social de ese pa¨ªs. De ese recambio depende la magnitud del viraje en la pol¨ªtica de Estados Unidos. El Katrina tambi¨¦n mostr¨®, como tercera variable, la influencia potencial del factor externo. Estados Unidos es una naci¨®n rabiosamente nacionalista y extremadamente consciente de su poder¨ªo y excepcionalidad. El desorden y las necesidades exhibidas por el hurac¨¢n despertaron tanto azoro y desconcierto que "la naci¨®n m¨¢s rica y poderosa en la historia del planeta" acept¨® ayuda del exterior. Nunca antes lo hab¨ªa hecho y cabe preguntarse si estamos ante un hecho aislado y simb¨®lico o una apertura de consecuencias impredecibles que puede modificar el unilateralismo que los lleva a dictarle al mundo lo que debe hacer y a irritarse cuando desde fuera se les pide que rindan cuentas.
La tragedia trasciende a las arrogancias de un presidente y hay que diferenciar al Gobierno de una sociedad contradictoria y vital en la que coexisten el puritanismo del cintur¨®n b¨ªblico con la cachonder¨ªa de Nueva Orleans, una ciudad que vive intensamente su lema extraoficial: dejad que transcurran los buenos momentos (Laissez le bons temps rouler). Imposible olvidar los bosques de pentagramas que brotan en la penumbra de esos bares donde se entiende por qu¨¦ Nueva Orleans engendr¨® al jazz, ese arte americano por excelencia que es un homenaje a la diversidad y un regalo al planeta que casi un¨¢nimemente ha reaccionado solidariz¨¢ndose con una potencia dolida y lastimada por una cat¨¢strofe que le record¨® su condici¨®n humana.
Sergio Aguayo Quezada es profesor de El Colegio de M¨¦xico.
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