La modesta revoluci¨®n

Algunas novedades en esta versi¨®n: un cuarteto de cantantes que aparecen en medio de la acci¨®n y colocan su cancioncillas; una coloraci¨®n parda; una brevedad conveniente de los tres actos del original. Y a m¨ª me asombr¨® un a?adido: un aparte de Fernando el Cat¨®lico en el que aparece muy contento porque su fama se acrece con el indulto de un pueblo, pero que, adem¨¢s, ese pueblo le ha quitado de encima la Orden de Calatrava. No lo veo en ninguna de las versiones que he consultado, y me parece que es un a?adido que recalca la intenci¨®n de la obra. Como en tantas de esa ¨¦poca, el autor hace el servicio al rey de cantar las ventajas de un poder ¨²nico. Los autores, con los corrales llenos de p¨²blico, eran un poco como los de la televisi¨®n en tiempo de Franco: unos propagandistas del r¨¦gimen. Poco a poco, los dem¨¢s han seguido a?adiendo libertades. Los senos desnudos, por ejemplo; o el traje de la villana Laurencia manchado en la entrepierna por el semen del comendador.

Por encima de todo, esto: la compa?¨ªa del Teatro Nacional de Catalu?a tiene una dicci¨®n clara, y una dicci¨®n que, sin respetar demasiado las s¨ªlabas, evita el soniquete del octos¨ªlabo, aunque pueda destrozar los sonetos; y no lo digo por la excelente actriz Carme Poll, que lo hace como su director o su profesora de dicci¨®n se lo dicen. Tiene una voz excelente, oscura, iracunda o riente. Bien de voz est¨¢n todos, y pongo por ejemplo a Pep Jov¨¦, que hace el papel del alcalde.

El s¨¢bado, la representaci¨®n se oy¨® en un respetuoso silencio y, al final, las ovaciones y el p¨²blico en pie mantuvieron a la compa?¨ªa en las glorias del escenario.