As¨ª hablaba Zaratustra
El electorado alem¨¢n ha hablado, pero cuesta saber lo que ha dicho. Algo, sin embargo, parece claro. Nadie ha ganado las elecciones legislativas que opon¨ªan a la social democracia (SPD) en el poder a la democracia cristiana (CDU) en la oposici¨®n, pero s¨ª cabe argumentar que la candidata de la derecha, Angela Merkel, que vanamente trat¨® de convencer a la opini¨®n de que la llamara Angie, ha perdido. El candidato del SPD, el canciller Gerhard Schr?der, era casi m¨¢s un pretexto que un candidato. S¨®lo Merkel compet¨ªa pero, b¨¢sicamente, contra s¨ª misma. La aspirante reun¨ªa en su persona cuatro invalideces menores, pero que en conjunto constitu¨ªan un severo handicap: mujer, protestante, divorciada y ossie (natural de Alemania del Este). Una antropolog¨ªa que corresponde, curiosamente, mucho m¨¢s a la izquierda que a la derecha. En el SPD, dentro de un general agnosticismo, predomina la fe luterana -en la que naci¨® el propio canciller-; estar¨ªa prohibido hacerle ascos a una mujer candidata, aunque jam¨¢s la haya habido; Schr?der es un profesional del divorcio, con tres rupturas consumadas y hoy en su cuarta tentativa matrimonial; y la procedencia de la antigua RDA no es criticable, aunque a¨²n espere su turno. Angela Merkel se equivoc¨®, por tanto, de partido, al presentarse como candidata de una formaci¨®n mesuradamente mis¨®gina; s¨®lidamente cat¨®lica desde los tiempos del canciller renano, Konrad Adenauer; y muy consistentemente oriunda de la antigua RFA, capital en Bonn.
Pero a las cuestiones de personalidad y oportunidad hay que sumar las de coyuntura y civilizaci¨®n. Europa occidental, como el resto del mundo desarrollado, vive lo que se ha llamado la edad pos-heroica. La misma que hace tan poco llevadera en Estados Unidos la importaci¨®n de ata¨²des procedentes de Irak; la que desencaden¨® formidables manifestaciones en Espa?a contra la participaci¨®n en cualquier clase de guerras, y menos a¨²n en las ajenas; y la que siembra la desaz¨®n en toda Europa, a causa de la unilateral pol¨ªtica de Washington. Sacrificios, los menos.
El electorado alem¨¢n no tiene por qu¨¦ ser visceralmente contrario a la reforma, al adelgazamiento del Estado-Providencia, pero exige que la operaci¨®n se haga de forma indolora; que algo cambie, si no queda m¨¢s remedio, pero que todo siga igual. Y as¨ª, un doble cambio que las encuestas predec¨ªan, no se ha producido con el virtual empate del domingo entre las dos grandes formaciones alemanas. De un lado, como se?alaba Daniel Vernet en Le Monde, de la misma forma que la victoria del SPD en 1998 supuso la llegada al poder de la generaci¨®n de mayo del 68, 2005 deb¨ªa marcar el entierro de sus representantes; y de otro, como dec¨ªa en la misma noche electoral, Josef Joffe, director de Die Zeit, Alemania ni siquiera estaba preparada para "el modesto cambio" que le propon¨ªa la CDU. Y no hay entierro, ni tampoco cambio.
No han desaparecido los que durante los siete ¨²ltimos a?os de Gobierno de SPD y Verdes han representado, pese a la llamada Agenda 2010 de fuerte ahorro social, al Estado Protector, pero tampoco por ello han sido confirmados en su pretensi¨®n de hallar una tercera v¨ªa entre el neoliberalismo y la social democracia hist¨®rica. E, igualmente, pese a una exigua ventaja de esca?os y votos, menos a¨²n ha sido llamada al poder la se?ora Merkel de la CDU, que, si atendemos a sus err¨¢ticas declaraciones de campa?a, no supo ser ni la versi¨®n germ¨¢nica de la se?ora Thatcher, ni la heredera social de Adenauer y Kohl, sino la l¨ªder de un partido que estaba por all¨ª a la hora del relevo, esperando que el canciller perdiera sin ayuda de nadie.
Y esa Alemania, enfurru?ada, parece que nos est¨¢ diciendo algo. Posiblemente, que, a pesar de que ya tiene fuerzas de paz repartidas por el mundo; de la posici¨®n de Schr?der contra la guerra de Irak, con todo lo que implica de ruptura del vasallaje hist¨®rico con Estados Unidos; del intenso debate sobre el ingreso de Turqu¨ªa en la Uni¨®n Europea; de que tanto se diga que ha alcanzado la mayor¨ªa de edad geopol¨ªtica, no acaba de cre¨¦rselo. Es ¨¦sta una Alemania que mira para adentro; que no quiere estar a favor ni en contra de nadie; ni de Bush y Blair, o Chirac y Putin. Por eso, ante unas elecciones tan aparentemente definitorias del futuro, lo que ha elegido es no elegir.
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