Matarse en Cuba
En los ¨²ltimos 25 a?os, los cubanos, carentes de medios aut¨®nomos de comunicaci¨®n y de recursos econ¨®micos, pol¨ªticos e ideol¨®gicos para oponerse al Gobierno de Fidel Castro, han aprendido a transmitir su incertidumbre y su angustia de otras maneras. Casi dos millones se han marchado del pa¨ªs como han podido -en balsas, camiones flotantes, cajas de correo a¨¦reo, trenes de aterrizaje- y alrededor de 70.000 se han suicidado, tambi¨¦n, de las m¨¢s diversas formas: incinerados, ahorcados, desangrados, apu?alados, atropellados en la carretera, precipitados al vac¨ªo o, simplemente, de un tiro en la sien. En el ¨²ltimo medio siglo, 100.000 cubanos podr¨ªan haberse quitado la vida.
A principios de los a?os ochenta, el Ministerio de Salud P¨²blica de la isla dio a conocer que la tasa de suicidio en Cuba hab¨ªa rebasado los 20 por cada 100.000 habitantes. Aquellas cifras revelaban que, en menos de una d¨¦cada, el ¨ªndice de muertes por esa causa se hab¨ªa duplicado -en 1969 s¨®lo mor¨ªan as¨ª 8 entre 100.000- y que Cuba no era uno de los pa¨ªses latinoamericanos donde m¨¢s personas se mataban al a?o, sino la naci¨®n con m¨¢s suicidios per c¨¢pita del hemisferio occidental. Los cubanos, seg¨²n esa estad¨ªstica infernal, se mataban m¨¢s que los norteamericanos y que la mayor¨ªa de los europeos, los asi¨¢ticos y los africanos. La isla caribe?a se acercaba a las tasas de suicidio de pa¨ªses n¨®rdicos como Dinamarca, Finlandia y Suecia, y de algunos de sus aliados en Europa del Este como Hungr¨ªa, Rusia y las rep¨²blicas del B¨¢ltico.
Un estudio realizado a mediados de los noventa, en Miami, por Maida Donate y Zoila Mac¨ªas, dos antiguas investigadoras del Ministerio de Salud P¨²blica, cuestionaba las estad¨ªsticas dadas a conocer por la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, en 1995 y 1996, seg¨²n las cuales, el Gobierno cubano hab¨ªa logrado contener aquella tendencia creciente con tasas de alrededor de 2.000 suicidas al a?o. Seg¨²n estas estudiosas, a mediados de la pasada d¨¦cada, el ¨ªndice de suicidios debi¨® estar cercano a los 30 por cada 100.000, manteniendo a Cuba entre las cinco naciones m¨¢s suicidas del mundo. Donate y Mac¨ªas, sin embargo, demostraban que esa tendencia, acentuada entre los habitantes de la isla, tambi¨¦n caracterizaba a los cubanos de Miami, cuyas tasas de suicidio eran superiores a las de otras comunidades hispanas en Estados Unidos.
El tema ha llamado la atenci¨®n de novelistas, historiadores y soci¨®logos. Guillermo Cabrera Infante le dedic¨® uno de los mejores ensayos de su libro Mea Cuba (1993), titulado Entre la Historia y la Nada, y publicado originalmente en la revista Escandalar. All¨ª se contaba la historia de los grandes suicidios pol¨ªticos del siglo XX cubano: desde los de personalidades de la vida p¨²blica republicana, como el alcalde habanero Manuel Fern¨¢ndez Supervielle, el l¨ªder populista Eduardo Chib¨¢s, el ex presidente Carlos Pr¨ªo Socarr¨¢s o el director de la revista Bohemia, Miguel ?ngel Quevedo, hasta los de importantes dirigentes de la Revoluci¨®n como la hero¨ªna Hayd¨¦e Santamar¨ªa, el magistrado Osvaldo Dortic¨®s y varios ministros revolucionarios: Augusto Mart¨ªnez S¨¢nchez, Alberto Mora, Rodrigo Garc¨ªa...
Otro novelista, Eliseo Alberto, en una de las cr¨®nicas de su libro Dos cubalibres (2005), habla de escritores y artistas suicidas, m¨¢s recientes, como los poetas Ra¨²l Hern¨¢ndez Nov¨¢s y ?ngel Escobar, los narradores Guillermo Rosales y Miguel Collazo, la pintora Belkis Ay¨®n y la historiadora Raquel Mendieta. Al lector europeo o norteamericano puede resultar tediosa o extravagante, por trivial o desconocida, tan larga lista de trasnochados rom¨¢nticos y tropicales, nacidos en las Antillas de fines del siglo XX y, a pesar de ello, resueltos a quitarse la vida ante el infortunio de la historia. Pero, en todos los casos, se trata de protagonistas de la vida cultural cubana, precisamente, en sus d¨¦cadas de mayor apogeo ut¨®pico y aclamaci¨®n occidental.
El ¨²ltimo libro del m¨¢s laborioso historiador de temas cubanos, el profesor Louis A. P¨¦rez Jr., de la Universidad de North Carolina, en Chapel Hill, se titula To Die in Cuba. Suicide and Society (2005) y versa sobre la vocaci¨®n suicida de los habitantes de la isla. La investigaci¨®n de P¨¦rez viene a confirmar algo que ya se desprend¨ªa del estudio de Donate y Mac¨ªas y desarrollado tambi¨¦n por Dami¨¢n Fern¨¢ndez en su ensayo Cuba and the Politics of Passion (2000): a saber, que, entre cubanos, ese impulso de aniquilaci¨®n no es atribuible, ¨²nicamente, al establecimiento de un orden comunista en el Caribe, sino a una experiencia traum¨¢tica de la historia y a un ejercicio patol¨®gicamente afectivo de la vida social y pol¨ªtica. Desde fines del siglo XIX y, sobre todo, desde las primeras d¨¦cadas del XX, ya los ¨ªndices de suicidio en Cuba estaban por encima del de la mayor¨ªa de los pa¨ªses latinoamericanos.
En 1907, por ejemplo, el m¨¦dico legal Jorge Le Roy Cass¨¢ public¨® un estudio, titulado Qou Tendimus?, en el que daba a conocer que entre 1890 y los primeros a?os de la Rep¨²blica, es decir, en poco m¨¢s de una d¨¦cada, se hab¨ªan matado 764 hombres y 355 mujeres. Entonces, la poblaci¨®n insular, cercana a los dos millones de habitantes, acababa de sufrir una guerra en dos actos, la de los cubanos por su independencia y la de los Estados Unidos contra Espa?a, y un nacimiento como naci¨®n moderna constantemente alterado por tensiones raciales y guerra civiles. Un siglo despu¨¦s, la proporci¨®n de muertes por suicidio en Cuba parece confirmar esa tendencia a la automutilaci¨®n de una ciudadan¨ªa, capaz de soportar la m¨¢s larga dictadura de la historia occidental, pero incapaz de hacerlo sin dejar un testimonio perturbador.
Psiquiatras, fil¨®sofos y escritores piensan que un acto tan misterioso como el suicidio es inexplicable. Inexplicable, piensan algunos, como la locura y el amor, los milagros y las alucinaciones. El estudio de un historiador tan autorizado como Louis P¨¦rez demuestra que, en el caso cubano, esa inveterada disposici¨®n al suicidio tiene que ver con la historia o, m¨¢s espec¨ªficamente, con el devenir pol¨ªtico de la isla. Toda experiencia autoritaria, como la que se vivi¨® en Cuba antes de 1959, y toda experiencia totalitaria, como la que ha tenido que soportar la poblaci¨®n cubana desde 1959, es transmisora de esa "sombra" de muerte que, al decir de Eugenio Tr¨ªas, deja a su paso cualquier gobierno tir¨¢nico.
Las fantas¨ªas occidentales establecen a Cuba como una isla caribe?a, con fuertes tradiciones de alegr¨ªa y comunitarismo, capaces de movilizarse contra la racionalidad moderna. La vocaci¨®n suicida de los cubanos, sin embargo, describe a una ciudadan¨ªa atormentada, incapaz de liberar frustraciones hist¨®ricas, reacia a superar traumas nacionales y demasiado proclive a la experiencia afectiva de los conflictos pol¨ªticos. No hay estad¨ªstica m¨¢s reveladora del car¨¢cter sombr¨ªo del socialismo cubano que esos 100.000 suicidas en medio siglo.
Rafael Rojas es escritor y ensayista cubano, codirector de la revista Encuentro.
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