La huracana
Primero fue Katrina. Nuestra historia de amor empez¨® mal y acab¨® peor. Arras¨® toda mi casa antes de marcharse. Despu¨¦s de evaluar las p¨¦rdidas, cuando me hab¨ªa propuesto firmemente no entregar mi coraz¨®n tan f¨¢cilmente a la primera que pasase, lleg¨® Ofelia. Ofelia parec¨ªa m¨¢s dulce que Katrina, pero, a¨²n as¨ª, era un hurac¨¢n. Sus caprichos, sus cambios de car¨¢cter, todo era imprevisible en su compa?¨ªa. Cuando pase¨¢bamos tomaba rumbos al azar y, afortunadamente, a veces su car¨¢cter se calmaba. Otras, no recalaba en las ciudades importantes y devastaba alg¨²n pueblecito con su sola presencia.
Despu¨¦s de las advertencias que hab¨ªa recibido por parte de mis amistades contra Katrina -"al¨¦jate de ella, es un tif¨®n, no te conviene"-, y que yo hab¨ªa ignorado con cierta ingenuidad por mi parte, Ofelia pod¨ªa ser otro tanto, y sin embargo desapareci¨®, no antes de romper unas cuantas cosas en mi vida. No hab¨ªa acabado de recoger los pedazos cuando lleg¨® Rita. Rita, que viene amenazando con arrancarme el c¨¦sped del jard¨ªn, y desarbolar las altas palmeras del porche en un arrebato de los suyos.
Y me pregunto yo qui¨¦n les pone el nombre a eso que m¨¢s que mujeres son calamidades. ?Usted qu¨¦ prefiere normalmente, en la vida diaria, que le atienda, un hombre o una mujer? Pues en cuesti¨®n de huracanes es lo mismo. Seguramente, habr¨¢ quien no est¨¦ de acuerdo. Habr¨¢ quien diga que no hay derecho. ?Qu¨¦ falta de respeto, que ninguneo! ?Acaso las estad¨ªsticas demuestran que los huracanes masculinos son m¨¢s vagos, menos destructivos, menos temibles? ?Se trata esto de una discriminaci¨®n positiva? ?Por qu¨¦ no se le cambia el nombre al hurac¨¢n, y se le llama de una vez "la huracana", que ser¨ªa lo m¨¢s l¨®gico?
Desgraciadamente, aparte de algunos como el Iv¨¢n, que recordaba a un bailar¨ªn, no acaba de colar el hurac¨¢n masculino. Ni el Iv¨¢n, ni el Hugo tienen la fuerza de una Katrina, una Ofelia o una Rita, elenco de personalidades giratorias y rugientes. El hurac¨¢n viril no es rival para el hurac¨¢n femenino, pleno de sensualidad. La soluci¨®n, por lo visto, es bautizar a los huracanes con nombres de actrices cinematogr¨¢ficas y personajes de la ¨®pera, o simplemente nombres que evocan a dulces jovencitas con muy mal humor, lolitas encantadoras que tienen sus rabietas, aunque puede que se haya dado el caso de que alguna vez un hurac¨¢n haya llevado el nombre de una antigua novia, o una suegra insoportable, o cosas por el estilo.
De hecho, a m¨ª, de mayor, me gustar¨ªa ponerles nombre a los huracanes o huracanas. A algunos les llamar¨ªa como a antiguos amigos que no he vuelto a ver.
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