El Juli se hizo el amo
El Juli puso ayer las cosas en su sitio. Se plant¨® en el platillo de la plaza con un encastado martelilla que se arrancaba de lejos y se jug¨® la vida con una asombrosa torer¨ªa. Fue aparatosamente volteado, pisoteado y estrujado por un toro que sab¨ªa que no hab¨ªa hecho presa y le segu¨ªa buscando con sa?a lanz¨¢ndole derrotes y tarascadas. El torero -ayer, torerazo- se levant¨® sin mirarse y se fue a la cara del toro para dejar claro que hoy, en este mundo, El Juli es el amo, el valor m¨¢s seguro de una fiesta que necesita reencontrarse con esa grandeza que tantos taurinos est¨¢n empe?ados en dilapidar.
Rivera Ord¨®?ez fue justamente abroncado por una afici¨®n aburrida de ver la forma en la que masacr¨® literalmente a sus dos toros en el caballo. Con el primero anduvo desperdigando los muletazos. Pero lo peor de todo lleg¨® con el ¨²ltimo, al que mand¨® vilmente al matadero de la acorazada. No tuvo piedad en los dos puyazos interminables y ventajistas que orden¨® propinar a su picador, a la postre un mandado que tambi¨¦n se llev¨® las iras de los espectadores. Despu¨¦s, Rivera Ord¨®?ez se puso farruco con lo que quedaba del toro y tambi¨¦n con los aficionados, lanzando miradas y desplantes desafiantes a un p¨²blico que s¨®lo le ped¨ªa torer¨ªa, lo que a continuaci¨®n les entreg¨® El Juli.
Martelilla / Rivera, Juli, Gallo
Toros de Martelilla, desiguales de presencia y juego. 3? y 5?, codiciosos; 1?, devuelto. Sobrero de Ribera de Campocerrado, descastado. Rivera Ord¨®?ez: bronca; aviso y bronca. El Juli: silencio y oreja. Eduardo Gallo: aviso y silencio en ambos. Plaza de la Ribera, 22 de septiembre. 3? corrida de feria. M¨¢s de tres cuartos de entrada.
Con el toro de la oreja, El Juli acert¨® en dar distancia para acompasar su muleta con el viaje del astado. Es cierto que la faena no fue maciza, pero el torero pis¨® los terrenos del compromiso. Alg¨²n natural fue largo y templado y al final, cuando la plaza echaba humo, se vio arrollado al recortar peligrosamente las distancias y olvidarse de que el toro, encastado, no admit¨ªa las cercan¨ªas. La estocada, cobrada a ley, cay¨® desprendida. Daba igual, la plaza toda se hab¨ªa identificado con ¨¦l y la oreja fue de ¨¦sas que no se olvidan.
Eduardo Gallo se vio desbordado toda la tarde. Dio la sensaci¨®n de un aturdimiento impropio de un torero que lleva paseando su nombre en todas las ferias y en los carteles de post¨ªn.
Babelia
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