Rompecabezas del presente
Hay varias clases de antolog¨ªas. Est¨¢n las que se preocupan por reunir buenos relatos, las que apuestan a acorralar a un grupo de autores de una misma edad o de una misma est¨¦tica, o las que optan por perseguir y alcanzar a ese determinado estado de ¨¢nimo que distingue a un momento en la historia de un pa¨ªs o de una literatura. Y muy de vez en cuando -t¨ªtulos como 55 Short Stories from The New Yorker en los epif¨¢nicos a?os cincuenta, Black Humor en los ¨¢cidos sesenta, Super Fiction en los experimentales setenta o The Vintage Book of Contemporary American Short Stories, preparado por Tobias Wolff y ocup¨¢ndose de las dos ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo- aparece una de esas antolog¨ªas. Un compendio que se la arregla para sumar todos los factores y resultar en lo mejor de todos los mundos posibles: relatos con diferentes firmas que parecen hablar de lo mismo pero con miradas muy diferentes y que, al final, acaban sonando como una novela polif¨®nica.
GENERACI?N QUEMADA. Una antolog¨ªa de autores norteamericanos
Edici¨®n de Marco Cassini y Martina Testa
Ep¨ªlogo de Zadie Smith
Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis
L¨®pez Mu?oz
Siruela. Madrid, 2005
283 p¨¢ginas. 18,90 euros
Tal es el caso de Generaci¨®n quemada que, aqu¨ª y ahora, funciona como una recomendable puerta por la que asomarse para contemplar lo que se est¨¢ escribiendo en unos Estados Unidos marcados a fuego por el gran incendio milenarista. Y es una ventaja que los responsables del asunto sean dos italianos -Cassini y Testa, responsables de la editorial mimimum fax de Roma- a los que se suma la inglesa Zadie Smith. Porque el humeante seleccionado que aqu¨ª arde se beneficia de una mirada extranjera y de una curiosidad morbosa similar a los de aquellos turistas que se acercan a ver un incendio esperando el momento en que todo se venga abajo para poder fotografiarlo y leerlo.
Varios de los nombres de esta "generaci¨®n quemada" emparentada por -seg¨²n Smith en su leve ep¨ªlogo- "el miedo a la muerte y la publicidad" son ya familiares para el lector en espa?ol interesado en el movimiento: George Saunders, Matthew Klam, Judy Budnitz, Myla Goldberg, Jeffrey Eugenides, David Foster Wallace, Dave Eggers, A. M. Homes, Arthur Bradford, Sam Lipsyte, Rick Moody, Jonathan Lethem y Jonathan Safran Foer est¨¢n publicados aqu¨ª hace a?os. Entre los, por ahora, desconocidos figuran Amanda Davis, la hipertextual Shelley Jackson (con un relato inesperadamente l¨ªrico y unplugged), Stacey Richter, Julia Slavin, Aimme Bender y el formidable Ken Kalfus (autor de dos perfectas colecciones de relatos y de una maravillosa y at¨ªpica novela hist¨®rica, The Commisariat of Enlightment, sobre la agon¨ªa de Tolst¨®i y el cad¨¢ver inmortal de Lenin). Y, de acuerdo, no est¨¢n todos y se extra?a a David Gilbert o al muy radical Ben Marcus o al pirot¨¦cnico Chuck Palahniuk. Pero las intenciones son buenas, el resultado loable, y bienvenidos a este paisaje apocal¨ªptico -la pesadilla de una tierra bald¨ªa atomizada bajo los cielos del Sue?o Americano- al que no le hizo falta adoptar y ver crecer al hongo de una bomba nuclear. De lo que aqu¨ª se trata es de estallidos privados y de ondas expansivas secretas y de radiaciones imposibles de ser captadas por contadores Geiger. De sobrevivir para contar el cuento. Veamos: centros comerciales y barrios en las afueras, quemaduras varias, brazos quebrados, dientes que crecen por todo el cuerpo y bocas que vomitan pollos, perros elocuentes, abortos naturales y provocados, intentos de suicidio adolescente y la llegada de la vejez, eyaculaciones sobre una mu?eca Barbie, sexo "normal", padres vencidos y maestros corruptos, insomnio y microchips injertados que te obligan a recitar slogans, mutaciones del alma y una tristeza que no tienen fin. Ni principio. Y el televisor est¨¢ siempre encendido porque en cualquier momento puede llegar esa noticia de ¨²ltimo momento dispuesta a arrasarlo todo para que nada cambie demasiado. Porque tambi¨¦n es cierto que la lectura de Generaci¨®n quemada revela que los viejos dioses -aqu¨ª y all¨¢ se oyen ecos de Nabokov, Salinger, Cheever, Heller, Updike, Vonnegut, Barthelme, Pynchon y DeLillo- siguen rigiendo los destinos de sus hijos. Y que fueron ellos quienes patentaron aquel sentimiento entre euf¨®rico y desesperado al que canta R. E. M., con envidiable poder de s¨ªntesis, en uno de los mejores estribillos de una de sus mejores canciones. Ya saben: "Es el fin del mundo tal como lo conocemos (y yo me siento bien)". Exactamente eso.
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