Las mentiras de 'El nombre de la rosa'
Ma?ana, EL PA?S ofrece a sus lectores, por 2,50 euros, la gran novela de Umberto Eco sobre la Edad Media
"Ten¨ªa ganas de envenenar a un monje". ?sa fue la raz¨®n de peso que Umberto Eco (Alessandria, 1932) da en sus Apostillas a el nombre de la rosa sobre los motivos que le hab¨ªan impulsado a publicar, tres a?os antes, en 1980, su gran novela hist¨®rica. Con anterioridad el profesor de semi¨®tica de la Universidad de Bolonia hab¨ªa sacado s¨®lo ensayos, algunos de tanto ¨¦xito como Obra abierta, Apocal¨ªpticos e integrados o Lector in fabula que sus disc¨ªpulos le¨ªamos con fruici¨®n.
El nombre de la rosa se convirti¨® de manera fulgurante en un best seller. Y de alguna suerte el admirado profesor dej¨® de ser patrimonio de aquellos estudiantes para abrazar al gran p¨²blico. No nos sorprendi¨®: sab¨ªamos de su pasmosa habilidad para saltar de santo Tom¨¢s de Aquino a Snoopy, de Superm¨¢n a Joyce, del Beato de Li¨¦bana a Agatha Christie y Mafalda pasando por Gertrude Stein, los hermanos Marx y la m¨²sica de Luciano Berio o John Cage. Un tipo as¨ª estaba llamado a salirse de los l¨ªmites del aula.
Confieso, en cambio, que s¨ª nos sorprendi¨® que despu¨¦s de aquel boom escribiera las Apostillas. Tras habernos empapado de su Lector in fabula, ?no hab¨ªamos quedado en que el autor era el lector menos adecuado para hablar sobre la obra, el m¨¢s sospechoso, al poseer una informaci¨®n inaccesible al lector com¨²n? ?No deb¨ªa el autor morirse, tras publicar, para que fuera el texto, esa m¨¢quina siempre perezosa, quien hablara por ¨¦l interrogada por el lector? S¨ª, hab¨ªamos quedado en eso, y precisamente por eso ah¨ª estaban las Apostillas: para confundirnos una vez m¨¢s e invitarnos a no creernos nunca al autor.
Ese op¨²sculo, en efecto, est¨¢ lleno de mentiras jocosas. Pero tambi¨¦n contiene una verdad que acaso interese a los lectores de esta colecci¨®n de EL PA?S. Se trata de una de las mejores definiciones que puedan encontrarse de novela hist¨®rica. Eco distingue tres formas de narrar sobre el pasado. Una es cogiendo ese pasado como mera escenograf¨ªa o pretexto para dar rienda suelta a la imaginaci¨®n, al modo de Tolkien. Sus personajes, en efecto, podr¨ªan hacer lo mismo en cualquier otro tiempo y lugar y la narraci¨®n no se resentir¨ªa. Una segunda manera es utilizar personajes reales, que podr¨ªan haber hecho lo que hacen aunque esto sea inventado, junto a otros personajes ficticios que, en cambio, podr¨ªan haber actuado como lo hacen en cualquier otro tiempo y lugar. Es el caso de D'Artagnan y Richelieu en la novela de Dumas. La tercera posibilidad es el de la novela hist¨®rica propiamente dicha: no hace falta que los personajes sean reales, pero s¨ª que todo lo que hagan y digan sea lo que hubieran dicho y hecho si hubieran vivido en aquella ¨¦poca. Es sin duda el caso de El nombre de la rosa.
Eco crea una Edad Media perfectamente real, perfectamente medida incluso en detalles como la distancia que puede haber entre el hospital y la biblioteca de su misteriosa Abad¨ªa, de cuyo nombre -y situaci¨®n geogr¨¢fica- el autor no quiere acordarse. Guillermo de Baskerville y su buen disc¨ªpulo Adso de Melk, que es quien narra la peripecia, pertenecen por entero a esa ¨¦poca, aunque la intertextualidad -y especialmente la excelente pel¨ªcula de Jean-Jacques Annaud sobre la novela- nos permitan identificar a ratos al primero con el Agente 007 del MI5 al servicio de su Majestad la Reina (?qu¨¦ grande Sean Connery en el papel!).
?Y por qu¨¦ la Edad Media? "Ni qu¨¦ decir tiene que todos los problemas de la Europa moderna, tal como hoy los sentimos, se forman en la Edad Media: desde la democracia comunal hasta la econom¨ªa bancaria, desde las monarqu¨ªas nacionales hasta las ciudades, desde las nuevas tecnolog¨ªas hasta las rebeliones de los pobres... La Edad Media es nuestra infancia" (Apostillas, p¨¢gina 78 en la edici¨®n de Lumen). ?Queda suficientemente claro que Eco miente jocosamente, o por lo menos no nos cuenta toda la verdad cuando afirma que escribi¨® El nombre de la rosa para matar a un monje?
Como tambi¨¦n miente cuando niega la emoci¨®n al protagonista, Guillermo de Baskerville. S¨®lo hay que repasar c¨®mo, tras las fabulosas siete jornadas transcurridas en la Abad¨ªa, se despide de su disc¨ªpulo, d¨¢ndole consejos para sus estudios futuros y regal¨¢ndole las gafas, para descubrir toda la a?oranza del viejo profesor por una educaci¨®n alejada de las prisas, la titulitis y la masificaci¨®n, solitario camino moral a recorrer con esfuerzo y voluntad. Aunque, eso s¨ª, sin olvidar nunca la iron¨ªa. Las p¨¢ginas dedicadas a la discusi¨®n entre franciscanos y dominicos sobre la pobreza de Cristo y la que debiera observar la Iglesia son hilarantes a fuer de sofismos imperfectos e insultos gruesos: un inteligente late-show... ?en pleno siglo XIV! En las clases de Eco, en sus libros siempre hay un momento en que te tronchas: el conocimiento es para ¨¦l una fiesta gozosa.
La gran mentira final es el mismo t¨ªtulo de la novela. La rosa est¨¢ tan cargada de significados -m¨ªticos, m¨ªsticos, po¨¦ticos, est¨¦ticos, pol¨ªticos, econ¨®micos- que acaba por no querer decir nada. Es puro nombre, como lo es en el verso de Gertrude Stein: "Una rosa es una rosa es una rosa...". Zamb¨²llanse en ese nombre voluptuoso, en esta gran novela, y disfr¨²tenla. Vale la pena.
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