Desconexiones graves
Sucede a veces que una pregunta es m¨¢s pertinente que cualquier respuesta o cualquier explicaci¨®n. No estoy muy seguro de que la pregunta que voy a formular sea de ese tipo, pues parece bastante ingenua. Sin embargo, quiero compartirla con ustedes.
Durante este mes de septiembre, y a consecuencia de la cat¨¢strofe de Nueva Orleans -cuyos efectos devastadores y el dolor que ha causado durar¨¢n a?os-, mucha gente en Estados Unidos y en el resto del mundo se ha puesto a examinar de nuevo la trayectoria pol¨ªtica de Bush, Cheney, Rumsfeld, Rice, Rove y el resto de quienes son hoy los l¨ªderes de la primera superpotencia mundial.
De la noche a la ma?ana se ha producido un cambio de opini¨®n. La Historia se aceler¨® de pronto y nos dej¨® estupefactos. Mientras tanto, en Nueva Orleans, 20.000 personas se encontraban abandonadas y atrapadas en el estadio Superdome.
El Katrina -todo el mundo se refiere al hurac¨¢n por su nombre, como si fuera una encarnaci¨®n- revel¨® que en Estados Unidos existe una pobreza atroz y creciente; que a los negros se les trata como a ciudadanos de segunda categor¨ªa que suponen una carga para el Estado; que los sistem¨¢ticos recortes presupuestarios en los servicios p¨²blicos han dado lugar a un desequilibrio social y a una indigencia generalizada (40 millones de estadounidenses viven sin ayudas sociales en caso de enfermedad o accidente); que la llamada guerra contra el terrorismo est¨¢ produciendo un caos administrativo, y que contra todo ello se empiezan a alzar desde dentro las voces de protesta, altas y claras.
Para quienes tienen que vivirlo y para quienes desean saber, todo esto ya era evidente antes del Katrina. Lo que cambi¨® el hurac¨¢n fue que, por una vez, los medios de comunicaci¨®n mostraron lo que estaba sucediendo realmente y la furia de aquellos a quienes les estaba sucediendo. Con un gesto terrible, el Katrina limpi¨® la opacidad de las pantallas, que se hicieron transparentes durante un breve tiempo. Los todav¨ªa innumerables muertos del golfo de M¨¦xico hablaron al un¨ªsono con los cientos de miles de iraqu¨ªes muertos a consecuencia de la guerra en curso, una guerra desastrosa y criminal. No hablaron por ellos, sino junto a ellos, y de una manera que tiene bastante de aforismo. En la prensa estadounidense, el hurac¨¢n Katrina y la guerra de Irak aparecen una y otra vez mencionados juntos. Sin embargo, el Katrina era algo habitual, normal. Pertenece a esas condiciones meteorol¨®gicas conocidas que afectan al golfo de M¨¦xico. No estaba escondido en Afganist¨¢n. Y por despiadado que haya sido, no formaba parte del Eje del Mal. No era sino una amenaza natural contra las vidas y las propiedades estadounidenses, y se dirig¨ªa hacia Luisiana.
Iba en el propio inter¨¦s del presidente y de su Gabinete (as¨ª como en el de la naci¨®n) responder adecuadamente al desaf¨ªo que les lanzaba el hurac¨¢n, prever las necesidades de sus v¨ªctimas y reducir al m¨ªnimo posible el dolor y el p¨¢nico que habr¨ªan de producirse a continuaci¨®n. Si no lo consegu¨ªan, no podr¨ªan echarle la culpa a nadie y ser¨ªa a ellos (al presidente y a los responsables por ¨¦l elegidos) a quienes habr¨ªa que culpar. Un ni?o podr¨ªa haberlo previsto. Pero ellos fracasaron rotundamente. Su fracaso fue t¨¦cnico, pol¨ªtico y emocional. "Son cosas que pasan", musit¨® Donald Rumsfeld.
?Es posible que esta Administraci¨®n est¨¦ loca? ?sta es la pregunta ingenua que quer¨ªa plantear. Esperen. Intentemos primero definir la variante de locura, pues podr¨ªa ser que nunca se hubiera dado. No tiene nada que ver, por ejemplo, con la de Ner¨®n, que tocaba el arpa mientras ard¨ªa Roma. Toda locura, sin embargo, entra?a una desconexi¨®n grave con la realidad o, para decirlo de una forma m¨¢s precisa, con lo existente.
La variante que estamos examinando incide en la relaci¨®n entre el miedo y la confianza, en la relaci¨®n entre sentirse amenazado y sentirse superior. Y anula toda negociaci¨®n entre los dos extremos. Su "locura" opera, pues, como un interruptor, que apaga instant¨¢neamente uno cuando enciende el otro. Lo grave de esto es que es en los largos periodos de negociaci¨®n entre el miedo y la confianza cuando generalmente se observa y se reconoce lo existente en su inmensa complejidad. Es ah¨ª donde uno se entera de a qu¨¦ se enfrenta. La locura "binaria" excluye este proceso.
"Misi¨®n cumplida en Irak", anunciaba hace dos a?os el presidente Bush desde el portaaviones Abraham Lincoln.
Esta dolencia binaria repite de alg¨²n modo los mecanismos del mercado burs¨¢til, en donde s¨®lo existen el comprar y el vender, y dos polos: el de al alza y el de a la baja. El resto de lo que existe, su c¨®mo y su d¨®nde, no afecta. Los analistas financieros de Wall Street predicen un incremento en los beneficios de las industrias petrol¨ªferas tejanas debido a la escasez de crudo que se ha producido tras la cat¨¢strofe del golfo de M¨¦xico.
Cinco d¨ªas despu¨¦s de que el hurac¨¢n golpeara Nueva Orleans, cuando visit¨® por fin la ciudad devastada, el presidente Bush hizo una declaraci¨®n que dej¨® at¨®nitos a los periodistas: "No creo que nadie hubiera podido predecir que se abrir¨ªan brechas en los diques".
Ese mismo d¨ªa, antes de que el presidente realizara su visita rel¨¢mpago, se encarg¨® a un equipo especializado que limpiara de escombros y cad¨¢veres el recorrido del cortejo presidencial en la peque?a ciudad de Biloxi, que hab¨ªa quedado arrasada casi por completo. Dos horas despu¨¦s, el equipo desapareci¨®, dejando el resto de la ciudad exactamente igual que estaba. El resto de lo que existe no afecta.
Ver en ello crueldad o cinismo significa fallar en el diagn¨®stico. Las visitas del presidente fueron una operaci¨®n planeada que servir¨ªa de preludio a esta afirmaci¨®n: "De nuevo mostraremos al mundo que las peores adversidades sacan a la luz lo mejor de Estados Unidos". Ya ha girado el interruptor.
Los c¨¢lculos del Gobierno actual estadounidense guardan una estrecha relaci¨®n con los intereses globales de las grandes empresas transnacionales y con lo que se ha dado en llamar la supervivencia de los m¨¢s ricos, entre quienes se da hoy tambi¨¦n una vacilaci¨®n constante y brusca entre el miedo y la confianza.
El economista Grover Norquist, que es el portavoz de los intereses del capital corporativo
y a quien Bush y Compa?¨ªa pidieron consejo cuando planificaron unas reformas fiscales para el beneficio de las capas m¨¢s ricas de la poblaci¨®n, declaraba en una ocasi¨®n lo siguiente: "No quiero abolir los gobiernos. S¨®lo quiero reducirlos a un tama?o que me permita arrastrarlos al cuarto de ba?o y ahogarlos en la ba?era".
Ignorancia sobre la mayor parte de lo que existe y dejaci¨®n del m¨ªnimo que se puede esperar de un gobierno: ?no implican acaso esta ignorancia y esta dejaci¨®n un tipo de desconexi¨®n que equivale a lo que se denomina locura cuando se da en personas que est¨¢n convencidas de que pueden gobernar el planeta?
Todos los dirigentes pol¨ªticos eluden en alg¨²n momento la verdad, pero en este caso las desconexiones son sistem¨¢ticas y no s¨®lo afloran en sus declaraciones, sino tambi¨¦n en todos sus c¨¢lculos estrat¨¦gicos. De ah¨ª su ineptitud: la operaci¨®n en Afganist¨¢n fracas¨®; la guerra en Irak la ha ganado (como se dice por ah¨ª) Ir¨¢n; han permitido que el Katrina produjera el peor desastre natural en la historia de Estados Unidos; y las actividades terroristas van en aumento.
Recib¨ª un mensaje de texto en el m¨®vil; proced¨ªa de Orange. Me propon¨ªa que si quer¨ªa ayudar a los que se hab¨ªan quedado sin casa, a los que estaban atrapados en Luisiana, marcara un n¨²mero de tel¨¦fono y la palabra hurac¨¢n, junto con el n¨²mero de mi tarjeta de cr¨¦dito. Cinco d¨®lares de mi cuenta ser¨ªan inmediatamente transferidos a una organizaci¨®n de ayuda humanitaria.
A m¨ª me gustar¨ªa teclear algunas palabras m¨¢s: ?Hasta cu¨¢ndo el poder global en las torpes manos de quienes no saben nada? P¨¢salo.
John Berger es escritor brit¨¢nico.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.