Los nombres de New Orleans
La primera p¨¢gina de New Orleans est¨¢ escrita en espa?ol. Debajo del ingl¨¦s est¨¢ el franc¨¦s, pero antes el espa?ol, ligeramente hiperb¨®lico, que todo lo nombra y renombra. Tocado por esa vehemencia, el ingl¨¦s es una licencia metaf¨®rica: el ¨¢rbol m¨¢s t¨ªpico se llama "Spanish moss", que no es espa?ol ni es musgo. Y traducido del franc¨¦s al ingl¨¦s, el "French Quarter", no es sino una arborescente arquitectura hisp¨¢nica. El mapa de la ciudad es una nomenclatura espa?ola, que va a dar al Camino Real de la cultura criolla, entre casonas de patio interior, fuente y flores acu¨¢ticas. Aqu¨ª esta lengua tuvo mayor valor social que el franc¨¦s o el ingl¨¦s. Pertenece al color local que la gobernadora se llame Kathleen Babineaux Blanco. Ese cruce de caminos fue transitado por la cultura afroamericana, que produjo la afectividad del jazz y la l¨¢nguida dicci¨®n del ingl¨¦s del Sur. Este monumento liviano de la humanidad de la mezcla se hunde hoy bajo las aguas, pero nombre por nombre recuperar¨¢ su lenguaje.
El escritor mexicano-americano Rolando Hinojosa-Smith novel¨® la participaci¨®n hispana en la guerra de Corea; el puertorrique?o Edgardo Rodr¨ªguez Juli¨¢, la suerte de los puertorrique?os que regresaron de Vietnam; el espa?ol Antonio Mu?oz Molina dio testimonio del 11 de septiembre en Nueva York. De la cat¨¢strofe de New Orleans, una de las primeras p¨¢ginas es del escritor costarricense Uriel Quesada, profesor de la Universidad de Loyola: "Para decir lo que debo en pocas palabras, me he quedado sin nada m¨¢s all¨¢ del carro en el que hu¨ª de la ciudad y la poca ropa que puse en una maleta. En la ciudad qued¨® mi hogar -mi peque?o apartamento, qued¨® mi mundo de papel, desde las fotos de los momentos felices hasta los borradores de mis novelas, las copias de mi tesis y de mis libros, mis libretas donde apuntaba la vida... Esta tarde se supo que el dique que da al lago Pontchartrain finalmente cedi¨®. Hay tres grietas, una de ellas del equivalente a unas dos cuadras de ancho. A las diez de la noche de hoy, 30 de agosto, el alcalde declar¨® que el da?o no pudo ser reparado: el agua del lago sigue llenando la ciudad, que tiene forma de taz¨®n y se halla a varios metros bajo el nivel mar. El agua no parar¨¢ de entrar hasta que el nivel de las aguas a ambos lados (el lago y la ciudad) sea el mismo. ?se es el principio del fin... Mi calle est¨¢ cubierta por quince pies de agua. Mi mundo de papel se ha ido para siempre...".
Si el lenguaje busca dar forma a la cat¨¢strofe, la lengua espa?ola ha prodigado en ello drama, poder evocativo y empat¨ªa, pero tambi¨¦n cierta exaltaci¨®n, que suele ser reflexiva en la ep¨ªstola, fervorosa en la cr¨®nica, visionaria en el himno. Aunque el modelo es de origen tradicional y cl¨¢sico (la sequ¨ªa y la peste se explican por el desorden pol¨ªtico), en el mundo ind¨ªgena americano el orden c¨®smico se invierte por la violencia hist¨®rica (el arco iris negro es el sol decapitado, dicen los andinos a la muerte del Inca). Desde sus or¨ªgenes, los pueblos del espa?ol representan la cat¨¢strofe excediendo las leyes c¨®smicas y ret¨®ricas. Todas nuestras grandes novelas aumentan el n¨²mero de las v¨ªctimas, y hasta la prensa amanece con anuncios del fin del mundo. Pero la cat¨¢strofe es tambi¨¦n la cristalizaci¨®n social de la vida desigual, y en ella se puede leer al pa¨ªs descarnado, en una verdadera anatom¨ªa pol¨ªtica de la violencia. Desde la matanza de la huelga del banano, en Cien a?os de soledad, de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, hasta la matanza de estudiantes en la plaza mexicana de las Tres Culturas, en La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, la historia pasa por la inmediatez del habla, por la escenificaci¨®n de la voz, por la vida vulnerable de los que caen y pierden el nombre. La misma Guerra Civil espa?ola no acaba de ser nombrada: el artista catal¨¢n Francesc Torres, al exhumar un cementerio clandestino (recobrado en contra de la pol¨ªtica del olvido), convoca a los parientes para devolver esos restos al lenguaje. En Argentina, la lectura de los restos de los desaparecidos hace aparecer a los hijos y nietos, renombrados por esa ceniza. Por ello, en su manual de cat¨¢strofes No sin nosotros. Los d¨ªas del terremoto, 1985-2005 (M¨¦xico, ERA, 2005), Carlos Monsiv¨¢is ha escrito una nueva historia social como micro-relato pol¨ªtico. Monsiv¨¢is es el intelectual latinoamericano que ha inventado el g¨¦nero catastrofista como una multidisciplina. Cr¨®nica, relato, testimonio, ensayo, su gu¨ªa para controlar la violencia explora el lenguaje p¨²blico que se levant¨® de los escombros de M¨¦xico, y dio nacimiento a la "sociedad civil". Esta puesta en claro del gran terremoto de 1985 demuestra que la sociedad civil como fuerza creativa y cr¨ªtica reemplaz¨® al poder estatal, excedi¨® las maquinarias pol¨ªticas, rompi¨® los esquemas ideol¨®gicos, foment¨® la sociabilidad urbana y gest¨® las nuevas dirigencias de oposici¨®n. La cat¨¢strofe se convirti¨® en agencia social cuyos nuevos agentes rehicieron el mapa del poder.
M¨¦xico, as¨ª, representa las ruinas del discurso dominante, de la verdad ¨²nica, de la ret¨®rica modernizadora: cae el Gobierno de Salinas sumido en la corrupci¨®n, y cae el discurso de la modernidad compulsiva. Cae el PRI, y se derrumba el discurso estatista y corporativo de control autoritario. Fracasa la promesa neoliberal, y sucumbe el mito del primer mundo. M¨¦xico se convierte, nos dice Monsiv¨¢is, en la Capital del Siglo XXI, all¨ª donde el Apocalipsis de Occidente ya ocurri¨®.
Esta l¨®gica de la representaci¨®n catastr¨®fica, sin embargo, incluye la iron¨ªa relativista, la ¨¦tica del relevo, la conciencia de la fugacidad, la lecci¨®n de las vanidades, y hasta el humor de su entusiasmo demostrativo. Todo ello es reverberante materia de la racionalidad barroca y su vasto despliegue de luces y de sombras.
No es demasiado distinto el sentido tr¨¢gico de New Orleans, desde Faulkner hasta Tennessee Williams. S¨®lo que aqu¨ª la desgracia p¨²blica genera v¨ªctimas, pero no una sociedad civil. El Gobierno, la Guardia Nacional, la Seguridad Nacional, la Cruz Roja, son responsables de llevar auxilios, as¨ª como la generosa buena voluntad y caridad de la poblaci¨®n. Pero el pa¨ªs m¨¢s poderoso del mundo carece de ciudadan¨ªa participativa, capaces de caminar sobre las aguas. En una ciudad donde el 27% de la poblaci¨®n est¨¢ por debajo de la pobreza, y donde el salario promedio es de 17.500 d¨®lares al a?o, la cat¨¢strofe se multiplica. Esta ciudad es m¨¢s vulnerable que cualquiera de las nuestras: la tragedia revela la profunda desigualdad. Pero, ?qui¨¦nes trabajar¨¢n sobre el barro, reparar¨¢n la infraestructura y levantar¨¢n las torres? Los trabajadores hispanos, ciertamente.
Todos los d¨ªas muere uno de ellos tratando de cruzar el desierto y la frontera. Duchos en la cat¨¢strofe de ida y vuelta, su red de filiaciones regionales y familiares prueba su liderazgo y su creatividad. Nunca antes una poblaci¨®n migratoria prometi¨® tanto: ¨¦tica del trabajo, capacidad de ahorro, visi¨®n del porvenir, fervor por la mezcla. Son la pr¨®xima sociedad civil de un pa¨ªs que al negarles civilidad se niega a s¨ª mismo.
Pronto los veremos renombrando Nueva Orleans.
Julio Ortega es catedr¨¢tico de estudios hisp¨¢nicos en la Universidad de Brown (EE UU)
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