Contra el 'bou embolat'
Nac¨ª y vivo en Meliana, un pueblo situado al sur de la Uni¨®n Europea, cerca de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. He vuelto a casa tras un fin de semana de ¨¦xodo involuntario. La imagen de suciedad y de degradaci¨®n de mi calle es espectacular. Ante la puerta met¨¢lica del garaje debe haber orinado una legi¨®n de soldados enfermos de la pr¨®stata. El pasaje de acceso al edificio, rebosante de desperdicios de todas las medidas y texturas, es tambi¨¦n una charca de inmundicia pestilente y tercermundista. Alg¨²n previsor ha extendido sobre el l¨ªquido unos cartones para continuar miccionando sin ensuciarse los bajos de los pantalones. Un par de restos de v¨®mito hacen de cereza de este pastel insano de bienvenida. Mi calle, ahora mismo, en el siglo XXI, en la tierra de las flores, de la luz y del amor, es un vertedero donde cada cual va dejando sus propios restos generados mientras goza de este espect¨¢culo sin comparaci¨®n que son els bous al carrer.
Hab¨ªa huido a D¨¦nia porque delante de casa, por en¨¦sima semana, hab¨ªa bou embolat-bous embolats. Seg¨²n observo, el salvajismo de base tradicional renace por todas partes y se multiplica hasta el infinito. El sufrimiento del toro no cuenta. El tsunami de decibelios que inunda la calle durante el evento, tampoco. Ni que una vecina yazca terminal en la cama y con fiebre alta. O que otra est¨¦ a punto de dar a luz en casa y a pelo porque las calles est¨¢n cortadas y el toro es due?o y se?or del espacio p¨²blico cuando a mi vecina se le multiplican las contracciones. Ni importa el derecho a la existencia pac¨ªfica y tranquila de los ciudadanos que pagamos la contribuci¨®n regularmente, a pesar de nuestra falta de confianza en unas instituciones entregadas al cultivo de las formas m¨¢s retr¨®gradas de la cultura popular. Seg¨²n parece, la esencia valenciana se evapora sin gritos hist¨¦ricos, sin toros torturados, sin carcasas y sin cohetes borrachos.
La usurpaci¨®n del espacio p¨²blico est¨¢ permitida, cada semana y cada mes a lo largo de un calendario festivo sin tregua para el ciudadano, en nombre de la santa tradici¨®n -que si no hay, se inventa, que eso no es problema para un pueblo tan imaginativo para la juerga ruidosa-. En honor de las ofrendas militarizadas a no s¨¦ que virgen durante las fallas. Con motivo de las pat¨¦ticas cabalgatas de las fiestas patronales en las cuales los m¨¢s machos del vecindario siempre se visten de puta o de verdulera. O, por supuesto, a causa de las incre¨ªbles procesiones de todos los santos del firmamento, que crecen como hongos a lo largo y ancho del pa¨ªs. En medio de esta borrachera festivalera, los defensores del bou al carrer han conseguido una impunidad sin comparaci¨®n ni l¨ªmites, ajenos e inmunes a las reclamaciones de algunos pac¨ªficos vecinos como un servidor. Tanto que no podemos abrir la boca si no es a cambio de ser acusados de herejes y de enemigos de la cultura popular, que es la peor de las herej¨ªas y de las enemistades. Los partidarios de los bous al carrer ocupan la calle, hacen sufrir al animal, no dejan dormir a los vecinos en siete u ocho manzanas a la redonda, y, cuando el alcohol y el estr¨¦s les vencen, vuelven a la madriguera mientras nosotros salimos, m¨¢s muertos que vivos, camino del trabajo. En la calle nos queda como prenda la asquerosidad medieval de sus restos, el poso de sus l¨ªquidos y el olor de la tradici¨®n rancia que perpet¨²an a?o tras a?o con sus flujos y ventosidades. Todo un desaf¨ªo a la salud p¨²blica, al derecho al descanso, a la convivencia y a la vida tranquila que se supone que deber¨ªa garantizar el ayuntamiento. ?Ay, el ayuntamiento!
Mientras escribo, aqu¨ª, cerca de la ventana de mi estudio, suena en casa una balada de Cassandra Wilson, pero en la calle una pareja de j¨®venes con s¨ªntomas de haber engullido un trasvase del Ebro entero, aligera la vejiga contra la pared del bar de delante de casa. A su izquierda, otro valenciano de soca-rel, pues luce la camiseta de Beckham como la cosa m¨¢s natural del mundo, riega con su orina purificadora el lateral del coche de la polic¨ªa local, que est¨¢ aparcado encima de la acera. A la derecha, a escasos dos metros, sin que el valenciano gal¨¢ctico se de cuenta de la compa?¨ªa, un par de ratas de alcantarilla, negras como el alma de quien permite este salvajismo, buscan entre los desperdicios generados por los guerreros de la tradici¨®n. Una carcasa, en medio de la noche, nos comunica que ya han sacado los herrajes del primer toro. O que han enlazado el segundo. O que le han cortado la cuerda. ?O vete a saber si las carcasas han adquirido vida propia y se disparan ritualmente para demostrar al mundo que continuamos siendo valencianos, que es una categor¨ªa ontol¨®gica digna de ser comunicada con carcasas, masclets y, sobre todo, cohetes borrachos a toda la triste humanidad que a estas horas de la noche ten¨ªa la descerebrada pretensi¨®n de dormir. A¨²n hay quien no se explica c¨®mo se puede ser persa! ?No ser¨ªa mejor que se nos llevara un hurac¨¢n purificador y que se volviera a repoblar este solar -a la espera del PAI definitivo- con m¨¢s garant¨ªas sociosanitarias? La limpieza de la calle, ma?ana, ir¨¢ a cargo del vecindario y de los esforzados y mal pagados trabajadores p¨²blicos. La semana que viene volver¨¢n a hacer toros -y desfiles y procesiones- y nosotros, expulsados de nuestro propio barrizal, nos hundiremos en un autoodio m¨¢s que leg¨ªtimo.
Toni Moll¨¤ es periodista y escritor.
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