Naci¨®n
La aparici¨®n del t¨¦rmino Naci¨® Catalana en el Pre¨¤mbul y en el Titol Preliminar de la propuesta de reforma del EAC aprobada hace unos d¨ªas por el Parlament de Catalunya ha tenido los efectos previstos: un clamor de contradictorias declaraciones p¨²blicas acompa?an al texto en su viaje hacia Madrid. Lo curioso, no obstante, es que el miedo o el estupor que provoca el t¨¦rmino entre los de siempre no se corresponde con la paralela euforia de sus proponentes, pues mientras los que la anatemizan como competidora sin chance de la Naci¨®n Espa?ola le asignan un valor equivalente al que tiene el t¨¦rmino constitucional, los que la entronizan en el proyecto catal¨¢n le quitan hierro al asunto, relativizando su dimensi¨®n pol¨ªtica al tiempo que enfatizan su valor simb¨®lico y puramente emotivo.
Entre quienes han tenido ya la oportunidad de explicarse hacia fuera de Catalunya est¨¢ el presidente Maragall, que por cierto, en la noche del pasado jueves, mientras el gui¨®n le obligaba a celebrar un ¨¦xito su rostro delataba que sabe que se acaba de poner en el l¨ªo m¨¢s complejo de toda su carrera pol¨ªtica. Mientras Mas y Saura se mostraban radiantes, Maragall y sus diputados no pod¨ªan disimular la cara de circunstancias de aquella larga noche.
Al ser preguntado en un programa televisivo de ¨¢mbito estatal el viernes sobre el valor y sentido de la inclusi¨®n del t¨¦rmino naci¨® en la propuesta, en lugar de contestar tranquilamente que figura ah¨ª porque Catalunya es una naci¨®n (que es lo que se supone que creen quienes lo han aprobado), dijo m¨¢s o menos lo siguiente: cuando se aprobaron los Estatutos hace m¨¢s de 20 a?os s¨®lo tres se predicaban de Nacionalidades; ahora, dijo, ya son siete, y por ello, el t¨¦rmino de naci¨® distinguir¨¢ a Catalunya de lo que son Nacionalidades, (como antes el t¨¦rmino la distingu¨ªa de los que s¨®lo eran regiones).
Es decir, que para Maragall el t¨¦rmino es s¨®lo la manera de continuar siendo diferentes de los dem¨¢s y no m¨¢s fieles a s¨ª mismos. En el original pensamiento de este pol¨ªtico sorprendentemente bohemio Catalunya no es una naci¨®n porque su pueblo muestre la voluntad de serlo y as¨ª lo proclama; simplemente, que hab¨ªa que diferenciarse de ese club de parvenus que, seg¨²n sus declaraciones, ahora aumenta a siete, y que seg¨²n sus propias palabras integraban al principio s¨®lo tres Nacionalidades, cuando en realidad eran ya cinco, porque los Estatutos de Catalunya, Euskadi, Galicia, Andaluc¨ªa y CV inclu¨ªan el t¨¦rmino nacionalidad para referirse a su condici¨®n. O sea, que no eran tres en el club, sino cinco, y que, ahora, si hay siete, ?Cu¨¢les son las otras dos?
En todo caso, Maragall, adem¨¢s de andar algo pez en el tema de la historia auton¨®mica, puso el ¨¦nfasis en una aut¨¦ntica boutade, porque seg¨²n su particular visi¨®n de la pol¨ªtica, a la postre en el tema s¨®lo se registran nominalismos at¨¢vicos que no deben preocupar a nadie. Algo que por habitual no resulta ins¨®lito en el pol¨ªtico catal¨¢n: su frivolidad a prueba de todo tipo avatares.
Por un momento pens¨¦ que Maragall no estaba contento con que en la propuesta de EACV figure que somos una Nacionalitat Hist¨°rica y que de lo que se trataba fundamentalmente era de diferenciarse de los valencianos como colof¨®n al divorcio unilateral que ha protagonizado consiguiendo de otros nuestro ostracismo hidr¨¢ulico, pero despu¨¦s me di cuenta de que no, de que la cosa es mucho m¨¢s preocupante; y, sobretodo, para quienes conf¨ªan que va a ser un buen valedor de la f¨®rmula ante la muralla que formar¨¢ buena parte de su partido con la totalidad del PP.
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