La verdad de las mentiras
Hace algunos a?os fui a Tur¨ªn, invitado a dar unas charlas en la Academia Holden -as¨ª llamada en homenaje al personaje de la c¨¦lebre novela de Salinger- por su fundador, el novelista italiano Alessandro Baricco. El autor de la delicada e inteligente historia de Seda no se contenta con escribir buena literatura; adem¨¢s, es un promotor y agitador literario, como lo comprob¨¦ aquellos d¨ªas en la academia que ha creado para alentar a j¨®venes narradores, guionistas, dramaturgos, etc¨¦tera, y en la curiosa librer¨ªa ideada por ¨¦l, en la que s¨®lo se ofrec¨ªan al p¨²blico unos cuantos t¨ªtulos, eso s¨ª, cada uno arropado con informaciones, art¨ªculos, recomendaciones grabadas de autores y cr¨ªticos contempor¨¢neos. (Entiendo que la librer¨ªa ya cerr¨®).
Baricco me habl¨® adem¨¢s de un espect¨¢culo que hab¨ªa montado un par de veces, dedicado a los libros y a la m¨²sica, en el que ¨¦l mismo le¨ªa, a veces solo y a veces acompa?ado por una actriz, fragmentos narrativos de sus autores favoritos. Me regal¨® un v¨ªdeo y lo que vi en ¨¦l me gust¨® mucho. Desde entonces me daba vueltas en la cabeza -como uno m¨¢s de esos proyectos que la conciencia acaricia de tanto en tanto sabiendo que jam¨¢s se materializar¨¢n- la tentaci¨®n de hacer algo parecido con algunos de esos textos queridos que de tanto releerlos o recordarlos se vuelven como miembros de la familia.
Algunos meses despu¨¦s comet¨ª la temeridad de contarle todo esto a mi amigo Juan Cruz, hombre orquesta y fuerza de la naturaleza que nada olvida y, si es necesario, para realizar lo que se le mete entre ceja y ceja, hace hablar a las piedras y trinar a los hipop¨®tamos. Despu¨¦s de equis tiempo me llam¨® para decirme que hab¨ªa una posibilidad de volver realidad aquella fantas¨ªa. Con motivo del cuarto centenario de la publicaci¨®n de la primera parte del Quijote, el Ayuntamiento de Barcelona iba a lanzar el a?o 2005 un vasto programa de fomento del libro y de la lectura, y Sergio Vila-Sanju¨¢n, comprometido en esta empresa, hab¨ªa tomado con entusiasmo su sugerencia de poner en pr¨¢ctica aquel espect¨¢culo. Absolutamente convencido de que aquello no pasar¨ªa del estado prenatal, vine a Barcelona y convers¨¦ con Sergio y Ferran Mascarell, regidor de Cultura del Ayuntamiento, que parec¨ªa insensatamente convencido de que aquello de leer historias en un escenario no anestesiar¨ªa al auditorio, m¨¢s bien lo animar¨ªa y disparar¨ªa a comprar buenos libros de literatura. Aunque llegamos a fijar una fecha posible para aquellas dos funciones -yo cre¨ª que bastar¨ªa con una y ellos estaban seguros de que hac¨ªan falta dos-, para un a?o m¨¢s tarde, yo sal¨ª de all¨ª bastante tranquilo, seguro de que aquello no pasar¨ªa del bla-bla-bla.
Para mi estupefacci¨®n, unas semanas m¨¢s tarde se presentaron en mi casa de Madrid Juan Cruz, Sergio Vila-Sanju¨¢n y un directivo del Teatro Romea de Barcelona para fijar los ¨²ltimos detalles del proyecto. Fue la primera vez, para m¨ª, en que ¨¦ste empez¨® a tomar cierta consistencia real. Presa de una comez¨®n angustiosa, me pregunt¨¦: "?No te est¨¢s metiendo en camisa de once varas?". La respuesta era obvia: definitivamente, s¨ª. Una raz¨®n irresistiblemente atractiva para hacerlo, claro est¨¢.
Para entonces, ya estaba seguro de que si alguna vez se llevaba aquella idea a las tablas el personaje ideal para actuar en ella ser¨ªa Aitana S¨¢nchez-Gij¨®n. No s¨®lo porque es una excelente actriz, sino por su inteligencia y su cultura. No la conoc¨ªa en persona, pero hab¨ªa escuchado una larga entrevista que le hicieron y me impresion¨® la seguridad y el buen gusto con que hablaba de literatura. ?Aceptar¨ªa comprometer su prestigio en una aventura de esta ¨ªndole? Acept¨® y a partir de ese momento comenc¨¦ a trabajar en serio en lo que hasta entonces no hab¨ªa pasado de ser una linda nebulosa.
Mi trabajo inicial consisti¨® en elegir los autores y los textos. Eso result¨® lo m¨¢s f¨¢cil. Bastaba cerrar los ojos y consultar la memoria: all¨ª hab¨ªa un formidable arsenal de historias, personajes, situaciones, paisajes, di¨¢logos que, al leerlos, me hab¨ªan conmovido hasta los huesos. El Quijote, era evidente, ten¨ªa que entrar all¨ª de caj¨®n. Y parec¨ªa oportuno elegir un episodio de la novela que ocurriera en Barcelona. ?Por qu¨¦ no el encuentro del Caballero de la Triste Figura y Roque Guinart y su partida de cuarenta bandoleros catalanes y gascones? Es un encuentro bastante excepcional porque en ¨¦l se confunden la realidad hist¨®rica y la fantas¨ªa literaria, un personaje de a mentiras y un personaje de verdad, secuestrado por Cervantes de la historia viva y zambullido en la ficci¨®n. ?Qu¨¦ mejor manera que ¨¦sta para empezar a ilustrar las escurridizas relaciones que, en las historias literarias, mantienen la verdad y la mentira, la fantas¨ªa y la acci¨®n?
Los otros autores estaban all¨ª, frente a m¨ª, con sus textos bajo el brazo: El mono, de Isak Dinesen; Una rosa para Emily, de William Faulkner; El infierno tan temido, de Juan Carlos Onetti y El Aleph, de Jorge Luis Borges. Todas, obras maestras absolutas. Pens¨¦ incluir tambi¨¦n Carta a una se?orita en Par¨ªs, de Julio Cort¨¢zar, pero tuve que sacrificar este hermoso relato porque alargaba excesivamente la funci¨®n.
En mi plan inicial, la lectura de fragmentos seleccionados de estos textos alternar¨ªan, como en el espect¨¢culo de Baricco, con n¨²meros de m¨²sica. Y, despu¨¦s de mucho barajar nombres, hab¨ªa pensado invitar a participar a una arpista excepcional: Ariadna Savall. Pero este formato fue radicalmente transformado -y estoy seguro de que en buena ahora- cuando el Teatro Romea me propuso a Joan Oll¨¦ como director del espect¨¢culo. Ten¨ªa excelentes credenciales y acept¨¦. En la primera reuni¨®n que tuvimos le expliqu¨¦ la idea y le cont¨¦ algunos de los relatos que hab¨ªa elegido y que ¨¦l no conoc¨ªa (o me dijo que no los conoc¨ªa porque quer¨ªa o¨ªrme cont¨¢rselos).
En la segunda reuni¨®n me solt¨® el toro bravo: salvo, tal vez, en Alemania, no hab¨ªa en el resto del mundo p¨²blico normal que soportara una hora y media de lecturas literarias, aunque uno de los lectores fuera Aitana S¨¢nchez-Gij¨®n. Era preciso reformar de ra¨ªz el proyecto: deb¨ªa concentrarse en las historias -s¨®lo habr¨ªa unas breves cortinas musicales para levantar unas fronteras entre aqu¨¦llas- y las lecturas deb¨ªan de servir para ilustrar o completar unos relatos orales que yo har¨ªa, versiones que guardar¨ªan toda la fidelidad posible con los textos originales.Su concepci¨®n me desconcert¨® al principio, pero, reflexionando, era verdad que enriquec¨ªa mucho el plan inicial. De este otro modo, el espect¨¢culo fundir¨ªa dos tradiciones: la de los contadores de cuentos, antiqu¨ªsima, hundida en la noche de los tiempos, practicada por todas las culturas, y la tradici¨®n literaria, fruta tard¨ªa de aqu¨¦lla y caracterizada por la escritura en vez de la voz. Para que aquello funcionara, era importante que no hubiera un gui¨®n previo, ni siquiera un resumen memorizado de las historias. Yo deb¨ªa contarlas de manera espont¨¢nea, sin alterarlas en nada esencial, pero incluso tom¨¢ndome algunas libertades en los detalles, como hacen los contadores de cuentos ambulantes, que, para no aburrirse de s¨ª mismos, suelen hacer variaciones alrededor de las historias de su repertorio. Seleccion¨¦, entre los textos, los cr¨¢teres, aquellos momentos de m¨¢xima concentraci¨®n de vivencias de cada relato, y rele¨ª varias veces esas historias para que mi memoria retuviera de ellas lo que m¨¢s me hab¨ªa asombrado y conmovido en ellas.
El ¨²nico problema es que yo no era un actor y aquello exig¨ªa ciertas dotes de interpretaci¨®n. Debo a la infinita paciencia de Joan Oll¨¦ y a la benevolencia y compa?erismo de Aitana S¨¢nchez-Gij¨®n el que mi debut en las tablas, a mis 69 a?os, haya sido menos catastr¨®fico de lo que pudo ser.
Y, de alg¨²n modo, signific¨® una experiencia que me devolv¨ªa a mi adolescencia, casi a mi ni?ez, all¨¢ en Lima. En esa ¨¦poca, cuando mi vocaci¨®n literaria empezaba a impon¨¦rseme, yo so?aba con ser un autor de teatro. Hab¨ªa descubierto la fascinaci¨®n de las historias interpretadas en un escenario, gracias a La muerte de un viajante, de Arthur Miller, que la compa?¨ªa argentina de Francisco Petrone llev¨® a Lima, en los a?os cincuenta. Estoy seguro de que, si en aquellos a?os, en Lima hubiera habido un movimiento teatral m¨¢s o menos constante, hubiera sido un dramaturgo. Pero no lo hab¨ªa y escribir para el teatro era, no llorar, sino algo peor: tener que resignarse a ver muy rara vez, acaso nunca, una obra escrita por uno sobre un escenario.
Debo muchas cosas a Barcelona. Haber visto publicado mi primer libro de cuentos, gracias a un grupo de m¨¦dicos aficionados a la literatura, encabezado por el doctor Rocas, que cre¨® el Premio Leopoldo Alas, que tuve la suerte de ganar en 1958. Haber visto publicada mi primera novela, que el editor Carlos Barral promocion¨® por todo el ¨¢mbito de la lengua. Haber puesto mis libros (y casi casi mi vida) en las manos pr¨®digas de Carmen Balcells. Y haber pasado all¨ª, entre 1970 y 1974, unos a?os exaltantes, de amistad, ilusiones y trabajo creativo que siempre recuerdo con nostalgia.
Ahora le debo haber visto de adentro, por dos noches inolvidables -muerto de miedo y de felicidad- ese mundo aparte y m¨¢gico del teatro.
? Mario Vargas Llosa, 2005. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2005.
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