Vivir con las botas puestas
Los envejecidos 60.000 habitantes de la ciudad lacustre sufren las inundaciones, el 'agua alta', dos veces al mes
Venecia recibe 10 millones de turistas al a?o. Unos 30.000 al d¨ªa. Pocos de ellos han escuchado las nueve sirenas que, como en tiempo de guerra, avisan a los venecianos de que en cuesti¨®n de tres horas llega el "agua alta" y hay que prepararse. Las mareas fuertes, las realmente espectaculares, ocurren cuatro o cinco veces al a?o. El agua, sin embargo, sube un par de veces al mes. El lunes pasado, por ejemplo, el nivel del agua aument¨® 92 cent¨ªmetros y las principales calles del centro se inundaron. Hubo que desplegar cuatro kil¨®metros de pasarelas de madera, calzarse las botas de goma y, como siempre, tener paciencia.
En la Venecia vieja, la ciudad lacustre, viven unas 60.000 personas, con una media de edad muy alta. Otras 40.000 acuden diariamente para trabajar en oficinas, comercios y hosteler¨ªa. El agua alta dificulta los accesos (en un a?o pueden perderse hasta 260.000 horas de jornada laboral porque la gente no puede llegar al puesto de trabajo), complica el movimiento de las lanchas-ambulancia y, en general, amarga la vida a los ciudadanos.
"La ambulancia siempre llega; si el agua sube tanto que no pasamos por debajo de los puentes, nos ponemos las botas y trasladamos la camilla a pie", explica con resignaci¨®n el doctor Renzo Giaccomini, encargado de una de las naves sanitarias. Los gondoleros se lo toman con menos filosof¨ªa. "Si no pasamos por debajo de los puentes, s¨®lo podemos trabajar en el Gran Canal y perdemos dinero", comenta el gondolero Alessandro Cescon. "Imagine lo que es tener que andar por ah¨ª siempre con las botas de agua", a?ade.
El ¨¦xodo
Los taxistas llevan en la lancha tres tipos de botas: hasta el tobillo, hasta la rodilla y hasta la cadera. "Hay que acostumbrarse", dice Flavio Gallina, uno de ellos. Los vendedores de pescado del mercado de Rialto, como los comerciantes de la plaza de San Marcos, est¨¢n preparados para elevar la mercanc¨ªa hasta la altura necesaria para que no se moje. En general, la gente se adapta.
Pero Venecia, pese a toda la buena voluntad de sus habitantes y el entusiasmo de los turistas, se muere. Ning¨²n joven compra casa en la ciudad lacustre, por los costes de mantenimiento, la humedad y la incertidumbre que rodea la propia supervivencia de Venecia.
El ayuntamiento de la ciudad financia desde hace a?os una parte de la adquisici¨®n de vivienda (ahora, como el Estado ha cortado el grifo del presupuesto para costear a cambio el Mose, tiene muchas dificultades para seguir haci¨¦ndolo), pero el ¨¦xodo contin¨²a. Entre los 63.000 habitantes de la laguna, s¨®lo 1.170 son mujeres menores de 14 a?os; hay, en cambio, 1.400 mujeres mayores de 80 a?os. El Harry's, uno de los bares m¨¢s c¨¦lebres del mundo, permanece casi vac¨ªo en las noches de invierno. Como las calles. Cuando cierran las tiendas y los turistas se retiran a sus hoteles, el centro queda desierto.
Las cosas tienden a empeorar. Las bocanas portuarias de Lido y Malamoco han hecho que el agua del mar entre con m¨¢s velocidad, y el calentamiento del planeta constituye una amenaza muy grave para el futuro.
"El aumento de la temperatura conlleva un aumento del nivel medio del mar", explica Paolo Canestrelli, director del Centro de Previsi¨®n de las Mareas. La elevaci¨®n de la ciudad, ya ensayada con ¨¦xito en la zona de San Marcos, es casi una carrera contra el tiempo: sube el suelo urbano, pero m¨¢s sube el Adri¨¢tico. Y prosigue la corrosi¨®n de uno de los patrimonios art¨ªsticos m¨¢s importantes del mundo, pese a todos los trabajos de saneamiento.
Octubre y noviembre son los peores meses. El consorcio que construye el Mose efect¨²a sondeos peri¨®dicos para saber el grado de apoyo de la poblaci¨®n al proyectado sistema de compuertas; en general, el "s¨ª" al Mose mantiene de forma estable una ligera mayor¨ªa, salvo en noviembre. Cuando la pregunta se hace en noviembre, el apoyo resulta ampl¨ªsimo.
Los venecianos tienden a olvidarse del agua alta en verano. Van a las playas del Lido, soportan como pueden los grupos de turistas y el hedor de los canales, y se sienten seguros. El miedo vuelve en invierno, cuando el fr¨ªo cala los huesos, las calles quedan vac¨ªas y las inundaciones se hacen frecuentes.
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