El Kruschev m¨¢s cercano
William Taubman Traducci¨®n de Paloma Gil Quind¨®s La Esfera de los Libros Madrid, 2005 990 p¨¢ginas. 39 euros
KRUSCHEV, EL HOMBRE Y SU ?POCA
William Taubman
Traducci¨®n de Paloma Gil Quind¨®s
La Esfera de los Libros
Madrid, 2005
990 p¨¢ginas. 39 euros
?L¨¢stima de algunos toques de brocha gorda! Como despachar a Dolores Ib¨¢rruri con esta etiqueta: "C¨¦lebre agitadora de la Guerra Civil espa?ola". Pero ser¨ªa injusto que simplezas como ¨¦sta empa?aran la apreciaci¨®n global de una biograf¨ªa que, como Kruschev, el hombre y su ¨¦poca, constituye el acercamiento m¨¢s estrecho, desde una perspectiva imparcial, a la figura pol¨ªtica y, sobre todo, personal del l¨ªder sovi¨¦tico que denunci¨® el estalinismo. El libro de William Taubman, que le vali¨® el Premio Pulitzer en 2004, revela una clara vocaci¨®n de biograf¨ªa definitiva. Y a d¨ªa de hoy, lo es.
Es tambi¨¦n una lectura amena, aunque de entrada puedan asustar sus casi mil p¨¢ginas, m¨¢s de doscientas de ellas de notas, bibliograf¨ªa e ¨ªndices. Y eso gracias a la gran habilidad (nada extra?a entre los historiadores norteamericanos) por conjugar el rigor acad¨¦mico con un esfuerzo por acercar el personaje al lector desde todos los ¨¢ngulos. Lo logra con una proximidad s¨®lo veros¨ªmil porque se utilizan de forma exhaustiva fuentes documentales (tambi¨¦n archivos sovi¨¦ticos recientemente desclasificados) y entrevistas con m¨¢s de setenta personas, incluidos muchos familiares de Kruschev. Un esfuerzo imposible sin una dedicaci¨®n de muchos a?os y sin ayudas financieras y acad¨¦micas recibidas por el autor y cuya enumeraci¨®n ocupa quince l¨ªneas en el apartado de agradecimientos.
El subt¨ªtulo de esta obra bien podr¨ªa haber sido Historia de un superviviente, porque eso, una extraordinaria habilidad para nadar en las turbulentas aguas de la corte de Iosif Stalin, es lo que demostr¨® Nikita Kruschev para seguir vivo y ascender por la escalera del poder en una ¨¦poca en la que el padrecito te enviaba a los s¨®tanos de la Lubianka (y de ah¨ª a Siberia o al cementerio) por mucho menos que una sospecha de deslealtad.
Nadie podr¨¢ quitar a Krus-
chev el m¨¦rito de haber denunciado, en su discurso del 25 de febrero de 1956, en el XX Congreso del Partido Comunista, las atrocidades y el culto a la personalidad durante el mandato de Stalin. La URSS ya no volvi¨® a ser la que fue. Nadie, tampoco, podr¨¢ librarle del estigma de que, por los motivos que fuesen (incluso el de conservar la vida), fue un colaborador activo en la represi¨®n cuando ser tibio o poco entusiasta pod¨ªa convertirte en reo de alta traici¨®n. El libro recoge numerosas muestras de esta actitud, la cara m¨¢s siniestra del personaje: "No es que sobreviviera", afirma Taubman. "Es que medr¨®". Y fue responsable del env¨ªo de muchos camaradas comunistas a lo que ¨¦l mismo llam¨® m¨¢s adelante "la picadora de carne".
El autor desmonta la alegaci¨®n del propio Kruschev de que no supo lo que pasaba hasta que, en 1953, muri¨® Stalin (eso ser¨ªa lo mismo que decir que era tonto, ciego y sordo, y no lo era) y deja muy claro que "los a?os treinta, los peores para muchos de sus compa?eros, fueron los mejores para ¨¦l". Seg¨²n M¨®lotov, por ejemplo, "envi¨® al otro mundo a 50.000 personas", y eso tan s¨®lo mientras estuvo en la direcci¨®n del partido en Ucrania. Y en septiembre de 1939, en Ucrania occidental, que acababa de ser "recuperada" por la URSS tras el pacto con Hitler, abronc¨® a los generales del KGB con esta frase: "?Y usted le llama a esto trabajar? ?Pero si no ha habido ni una sola ejecuci¨®n!".
No cae, pues, el bi¨®grafo
estadounidense en la tentaci¨®n de considerar a Kruschev desde un prisma favorable, como un personaje simp¨¢tico muy alejado del perfil rudo e implacable de otros l¨ªderes sovi¨¦ticos, pero tampoco cae en la injusticia de meterle en el mismo saco que a Stalin, el hombre que envi¨® a millones de sus compatriotas al gulag. Despu¨¦s de todo, ¨¦l devolvi¨® la libertad a los que segu¨ªan con vida.
Las p¨¢ginas m¨¢s sugeren-
tes son las que recogen la etapa anterior al ascenso al poder m¨¢ximo de Kruschev, tal vez porque sea la m¨¢s secreta, donde m¨¢s fruto rinde el minucioso trabajo reconstructor de Taubman que, adem¨¢s de escarbar en los archivos, acude siempre que es posible a las fuentes m¨¢s cercanas al personaje, a familiares amigos y miembros de su entorno profesional y pol¨ªtico.
Lo dem¨¢s, aunque Taubman lo recrea con gran habilidad, suena ya a conocido: su estilo de histri¨®n como m¨¢ximo dirigente de la URSS, sus bravatas ante Occidente, sus recetas geniales (algunas est¨²pidas) para transformar la agricultura, su promesa de hacer realidad en 1980 la utop¨ªa comunista, su acci¨®n exterior (desde la represi¨®n del levantamiento h¨²ngaro de 1956 a la gesti¨®n de la crisis de Berl¨ªn o la de los misiles en Cuba, su viaje a Estados Unidos...
) y los pormenores de su derrocamiento.
Con Kruschev, muchos sovi¨¦ticos volvieron a recuperar el gusto por hablar, un soplo de libertad que, por limitado que fuese, en plena guerra fr¨ªa, no pudo apagarse del todo ni en los a?os grises de Br¨¦znev, cuando la disidencia se pagaba con el hostigamiento o el internamiento en un hospital psiqui¨¢trico, pero no ya con un tiro en la nuca. En Kruschev est¨¢ el origen lejano de la revoluci¨®n gorbachoviana, que dio lugar a la Rusia de hoy, con sus luces y sus sombras. Y algo est¨¢ claro: que si William Taubman hubiera biografiado a Br¨¦znev, el m¨¢s mediocre e insustancial de los l¨ªderes sovi¨¦ticos, su libro no habr¨ªa sido tan apasionante como ¨¦ste.
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