Un clima de anonimato
1
Siento una curiosa alegr¨ªa al entrar en el supermercado paquistan¨ª despu¨¦s de haber estado fuera de Barcelona unos d¨ªas. Aunque parezca extra?o, es como si el supermercado, situado muy cerca de casa, fuera una rara prolongaci¨®n del hogar. De pronto comparo esa alegr¨ªa con la que, por ejemplo, puede uno encontrar dando vueltas sobre s¨ª mismo en una terminal de aeropuerto. Al descubrir que ambas alegr¨ªas podr¨ªan estar conectadas entre ellas, me animo y termino dando vueltas sobre m¨ª mismo en pleno supermercado. El cajero, vi¨¦ndome dar esas vueltas alegres en la muy iluminada zona de los refrescos, ha sonre¨ªdo.
Unas horas despu¨¦s, escucho en la radio noticias sobre un terremoto en Cachemira, Pakist¨¢n. Adi¨®s a la alegr¨ªa. Vuelvo al supermercado que es la prolongaci¨®n de mi casa y pregunto al cajero por la familia que dej¨® all¨ª en su tierra. "Todos est¨¢n bien", me dice con una renovada sonrisa, y me aclara que ellos no son de Cachemira. Retorno a una cierta alegr¨ªa. Por un momento pienso en el clima de anonimato en el que viven los paquistan¨ªes que no son de Cachemira y tambi¨¦n en el anonimato de los muertos de Cachemira. La verdad es que aprecio a la gente de este supermercado paquistan¨ª, les prefiero a muchos aut¨®ctonos del barrio.
2
Contrapunto, un breve libro de Don DeLillo, indaga en la geograf¨ªa mental de cuatro solitarios cuyas soledades parecen conectadas. El primero de los solitarios es el at¨¢vico Atanarjuat corriendo desnudo para escapar de sus perseguidores y salvar su vida. El segundo es el pianista Glenn Gould que, ante la incomodidad que sent¨ªa cuando estaba ante un p¨²blico cualquiera, se refugi¨® en la tecnolog¨ªa y el estudio de grabaci¨®n buscando un clima de anonimato. El tercero es el escritor Thomas Bernhard aislado en su mundo obsesivo de literatura pura y dura, y el cuarto y ¨²ltimo es Thelonious Monk, que se retir¨® misteriosamente y no volvi¨® a actuar en los seis a?os que transcurrieron hasta su muerte en 1982.
Cuatro seres que se atrincheraron frente al mundo. Bernhard, por ejemplo, escribi¨® sobre Gould y dijo que compart¨ªa con ¨¦l un deseo muy fuerte de blindarse. Se sent¨ªa, como Gould, un fan¨¢tico de ponerle barreras al mundo. ?Y qu¨¦ decir de Monk? Se qued¨® inm¨®vil ante el piano en un club de Boston presionando las teclas, sin sonido, durante much¨ªsimo tiempo y logrando que incluso sus m¨¢s fieles seguidores acabaran abandonando el escenario, pues "estaba oyendo algo que ellos no o¨ªan". Es m¨¢s, al final de sus d¨ªas Monk dorm¨ªa debajo del escenario en el que tocaba todas las noches.
Contrapunto contiene la demostraci¨®n de que el arte de asociar ideas y soledades creativas es un arte muy alto, de gran futuro, todav¨ªa no muy explorado, pero visible ya, por ejemplo, en el gran John Banville, que ha ganado con The sea el importante Booker Prize, un galard¨®n cada vez m¨¢s sensato y menos pintoresco y pinteriano que el Nobel.
Con el Booker los teletipos hablan de sorpresa porque se esperaba que ganaran Julian Barnes o Kazuo Ishiguro. No me explico esa sorpresa si no es porque Banville vive en un cierto clima de anonimato, fuera de los focos, y adem¨¢s es un escritor demasiado inteligente. A m¨ª me parece que John Banville, el autor de Eclipse y de Imposturas, es el mejor narrador actual en lengua inglesa.
3
Como suelo inventar citas, voy a inventarme una de Judit Masc¨®: "?Qu¨¦ rabia no ser V¨ªctor Hugo".
4
Siguen desenterrando cad¨¢veres en Cachemira en un clima desesperado. Las cifras de fallecidos van aumentando y forman parte de los titulares de los peri¨®dicos. Antes los muertos no se contaban -"los muertos no se cuentan", dec¨ªa Bartolom¨¦ Soler, novelista catal¨¢n hoy olvidado, perdido ¨¦l tambi¨¦n en un clima de anonimato absoluto- o se contaban con cifras redondas, recu¨¦rdese aquel "mill¨®n de muertos" de Jos¨¦ Mar¨ªa Gironella. Ahora hay una obsesi¨®n por encontrar la cifra id¨®nea y a la larga siempre imperfecta, pues yo s¨¦ que, por ejemplo, hay accidentados que huyen moribundos y mueren lejos muchos a?os despu¨¦s. En el momento de escribir esto hay cifras oficiales y oficiosas. Bailan n¨²meros. Y esto no ha acabado todav¨ªa, por supuesto. La cifra de muertos de la historia de la humanidad ser¨¢ infinita o no ser¨¢.
5
La naci¨®n, vista como una noci¨®n m¨¢s de anonimato.
6
Llamo a la biblioteca de Palma de Mallorca donde trabaja Jos¨¦ Carlos Llop. En mi viaje rel¨¢mpago a Nantes he descubierto que su novela H¨¢blame del tercer hombre ha recibido una notable acogida cr¨ªtica en Francia. Elogiosas rese?as en Le Monde, Le Figaro, La Matricule des Anges, Sud Ouest, Lire, y lo que est¨¢ por llegar. Lo m¨¢s curioso de todo es que la novela de Llop en Espa?a est¨¢ ya descatalogada (o sea, ya no existe), y eso que hace s¨®lo tres a?os que fue publicada por Muchnik-El Aleph Editores.
Un ¨¢ngulo m¨¢s de la crisis editorial de los empresarios amantes del Santo Grial.
Llamo a Llop y le pregunto si est¨¢ al corriente de su buena onda francesa. Est¨¢ sobradamente informado y me comenta su desconcierto ante el notable desfase entre la recepci¨®n francesa de su libro y la desaparici¨®n espa?ola, en un clima total de anonimato, de H¨¢blame del tercer hombre. Quien quiera comprar esa novela debe ahora buscarla en franc¨¦s, en la editorial de Jacqueline Chambon. Cosas que pasan. En Espa?a. Eso me trae el recuerdo de Valle-Incl¨¢n, para el que no parece pasar el tiempo: "El perro: guau, guau. El gato: miau, miau. El loro: ?viva Espa?a!".
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